Naturaleza humana y «reino de los fines»
Ya los griegos antiguos detectaron el asunto y se esforzaron por revisarlo repasando el abanico de posibilidades. Para ellos no había división objeto–sujeto, sino cosmos y alma, y el hombre no se pensaba como sujeto, sino como alma establecida en un cuerpo. Para Kant, por muchas razones, se puede decir que el tema fue acuciante; el paso de nuestro filósofo de la reflexión desde el objeto, como centro de atención, al sujeto, como productor esencial de ese objeto y, por tanto, de ese mundo que estudia, ya lo dice todo.
La filosofía moderna venía presuponiendo que es el sujeto quien refleja, bien o mal, las cosas, por vía empírica o racional, pero siempre como sujeto pasivo, y es el objeto lo que importa. Kant invierte esto y, en cambio, es un sujeto activo quien vertebra la realidad al estructurarla categorialmente, esquemáticamente, conforme a las intuiciones puras del espacio y el tiempo. Sus preocupaciones principian y terminan1 en las preocupaciones morales que, como se sabe, atañen exclusivamente al ser humano y así siempre se trata de aquello último o primero que articula todo: la libertad.
Este ejercicio intenta revisar la categoría de naturaleza humana a partir de la noción de «reino de los fines» que el filósofo plantea en su primera Fundamentación de la metafísica de las costumbres, publicada en 1785. ¿Dónde se encuentra ese reino de los fines? Para Kant, en ninguna parte: es ideal, pues es concepto de una totalidad que no se da en la experiencia y es construido por la razón, algo pensado nada más. No es real, y no importa.
Tiene que ser así porque es la única manera de librarlo de las determinaciones de la naturaleza física. Además, ¿cómo articular un reino de los fines que es ideal y libre con un reino de la naturaleza que actúa por necesidad y, por tanto, no es libre y que, de paso, contiene a aquel? ¿Acaso entonces lo libre está contenido en lo no-libre? Volveremos sobre esto. Recordemos: la articulación es indispensable porque Kant quiere una filosofía completa y sistemática y porque un ser humano a la vez sujeto a las leyes de la naturaleza y libre es una antinomia que debe ser resuelta.
La libertad es la condición de posibilidad de lo humano
Kant menciona la categoría naturaleza humana en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres once veces2, y lo hace como «naturaleza humana», «naturaleza del hombre» y «naturaleza del sujeto»: una vez en el Prólogo; ninguna en el capítulo I, ‘Tránsito del conocimiento moral vulgar de la razón al conocimiento filosófico’; ocho veces en el capítulo II, ‘Tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica de las costumbres’; y apenas dos veces en el capítulo III, ‘Último paso de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón pura práctica’.
Por su parte, la expresión «reino de los fines» es mencionada diecinueve veces, todas en el capítulo II; así pues, este capítulo II, podríamos decir, es el capítulo del reino de los fines y es este el concepto que da lugar al análisis de la noción de la libertad como clave del paso de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón pura práctica que dilucidará en el capítulo III. ¿Por qué? Porque, como dice el propio Kant, «el concepto de libertad es la clave para explicar la autonomía de la voluntad».
Vinculamos, pues, en este ejercicio ambas nociones, naturaleza humana y reino de los fines, para validar la hipótesis de que la libertad, que no existe en la realidad material, que es ideal, extranatural, es, sin embargo y precisamente por eso, la condición de posibilidad de lo humano, solo ella y nada más, lo que no significa que no se apuntale en la naturaleza física; y sin ignorar que, en el fondo, este reino no es más que otra de manera de referirnos a la categoría esencial de esta obra: el imperativo categórico, que se abre paso no solo a la libertad del individuo, sino a la posibilidad de la política3. No encontraremos para Kant lo humano, como naturaleza o materia, en la naturaleza ni sus leyes generales y cuando se refiere a naturaleza humana siempre la separa precisamente de toda condición natural y más allá: antropología (psicología), teología, física, hiperfísica e hipofísica4, como explica Jesús Sarmiento:
1º La antropología, el estudio empírico de las diferentes costumbres.
2º La teología, pues de ser así dependería de un ejemplo, esto es, de un ente de cuya estructura dependería la ley moral. El hombre actuaría moralmente por interés, evitando las consecuencias de no cumplir la ley.
3º La física, pues en este caso la ley moral se derivaría de la estructura de la naturaleza.
4º Una hiperfísica (hyperphysik). Kant probablemente tiene en mientes a la corriente que suponía que había un alma sobrepuesta al mundo, la cual lo animaba en su totalidad. Henry More y el platonismo de Cambridge suscribieron este punto de vista, que influyó sobre Newton. Leibniz lo criticó firmemente desde la filosofía, vgr., en su correspondencia con Samuel Clarke.
5º Cualidades ocultas (verborgenen qualitäten).
«Lo que Kant quiere acentuar con estas expresiones es que la metafísica de las costumbres tiene que ser completamente a priori y por lo tanto no puede depender ni tener mezcla de:
La filosofía moderna, sobre todo de la mano de Descartes y después Leibniz, criticó duramente la noción de las cualidades de la física tradicional aristotélico-escolástica. Esta física trataba de explicar al ente natural a partir de los conceptos de formas sustanciales y cualidades (p. ej., los colores, la dureza, etc.), que suponían existían en las sustancias en tanto subyacentes de dichas formas y cualidades. Para los modernos, tales cualidades son inexistentes, no aclaran nada y más bien ellas mismas requieren de explicación a partir de la extensión y el movimiento de la materia de acuerdo con las leyes de la naturaleza, por lo que había que expulsarlas de la filosofía natural. Las llamaron cualidades ocultas. Kant tiene en mientes esto cuando dice que uno las puede llamar hipofísicas (hypophysisch)».
La articulación es indispensable porque Kant quiere una filosofía completa y sistemática y porque un ser humano, a la vez sujeto a las leyes de la naturaleza y libre, es una antinomia que debe ser resuelta
¿Cuándo es humano el ser humano?
Que la moral sea un reino libre, sin embargo, no la excluye del reino de la naturaleza en el cual se expresa para Kant una teleología que es indispensable para garantizar que la creación no es caos, que hay armonía y sentido5. Tal y como afirma Kant en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, hay una teleología inmanente en la naturaleza y allí actúan «leyes de causas eficientes exteriormente forzadas» que son objeto de estudio de la razón pura6. En este sentido, dentro de ese reino de la naturaleza en algún lugar, para Kant, están los seres racionales —hombres y cualquier otro ser racional— en tanto tales y por tanto figuran como «fines (o propósitos) de la naturaleza»; y de hecho es esto lo que hace Kant cuando reclama que con la legislación moral «puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal». Pero esta figuración no se asemeja para nada con la pertenencia correspondiente de cualquier otro elemento de la naturaleza.
El hombre, a la vez, pertenece como fenómeno y no pertenece como noúmeno7. El asunto es adicionalmente complejo porque no es que se requiere la cooperación de la naturaleza para que el bien actúe en el mundo (aunque sí para que alcance sus fines o no8; y, mucho menos, la idea burda de que el bien o la virtud sean el premio que la naturaleza o Dios otorgan en términos de felicidad. Nada de esto funciona para Kant. Con ninguna de las dos —cooperación o premio— se puede contar para Kant y el valor moral de una acción no está vinculado a estas condiciones como quiera que se enuncien.
El bien que una conducta moral recta puede poner en el mundo no está condicionado por la naturaleza natural ni divina y, en realidad, estas no interesan. El valor de la conducta moral como ley universal no depende para nada de la naturaleza. Y, sin embargo, con todo, repetimos, para Kant, que la moral sea un reino libre no la excluye del reino de la naturaleza pues los seres racionales son, tiene que ser, figuran como «fines (o propósitos) de la naturaleza»9; y tiene que ser así para que, por analogía, ambas funcionen reforzándose mientras a la vez nada las vincule.
El hecho es que ese sujeto es humano justo cuando no obedece a su naturaleza —a su condición natural—, sino porque precisamente es capaz de colocarse «por deber» por encima de sus inclinaciones, instintos y leyes, no solo naturales, sino divinas y mundanas, esto es, religiosas, históricas y sociales; y esto, sin excepción. Así, la libertad es la condición de posibilidad de lo humano y nada más. Una consecuencia directa de esto, es que el ser humano no habría sido creado para un propósito específico ninguno; por ejemplo, ser feliz ni para ningún otro propósito natural, práctico o teórico, religioso, científico o filosófico cualquiera. Tampoco para expresar algo que se encuentre en la materia, su cuerpo o lo que se quiera. Entonces, tenemos a un ser humano, cosa-en-sí, fuera del ámbito sensible, desvinculado por definición de toda constitución natural, ser extraño a más no poder, tal y como afirma en Crítica a la razón pura.
Siendo así, cabe la pregunta: ¿para o por qué existe algo así, por qué existe el hombre, entonces? ¿Tiene sentido esta pregunta? ¿Es válido preguntar por qué existen las montañas, el cielo, los animales? Ningún ser no racional se lo pregunta, simplemente es, cumple su telos. Esta forma de preguntar remite a Leibniz. Leibniz preguntaba, recordemos: ¿por qué es así y no de otra manera? Para Kant la pregunta ¿por qué el hombre?, tiene sentido solamente si se hace para la especie «al mismo nivel que otras especies animales»10 como un todo e imposible si se considera al hombre individualmente o como ser moral, porque como tal no es válido preguntar por qué existe, puesto que es un fin en sí mismo: es libre y no determinado.
Para Kant, ser humano es ser moral y esto equivale a ser racional. El enlace se produce a través de la tríada voluntad – libertad – racionalidad y todo se articula a partir de la idea de autonomía de la voluntad, esto es, la libertad moral. El filósofo ya había formulado su cuestionario fundamental acerca del hombre, se trata de la triple formulación de Kant: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué cabe esperar?, que terminaba con una cuarta: ¿qué es el hombre? Aunque la segunda remite aparentemente a la experiencia, ¿qué debo hacer?, no se trata del hacer, sino del deber lo que aquí se cuestiona. Es pura racionalidad, pura idealidad. No hay empiria aquí para Kant.
Tampoco de manera garantizada, sino como mera posibilidad de ser. Por eso, el reino de los fines es estrictamente ideal. Sin embargo, ¿inexiste? Solo si pretendemos con esta palabra hablar únicamente de corporeidad; si no, es claro que existe precisamente en su idealidad, que para nada limita sus efectos sobre la realidad, mientras a la vez crea ese reino de los fines como mundo humano, estrictamente humano y abierto. Así, el imperativo categórico sale de la burbuja individualista, para reintegrar la moral individual con el interés colectivo de seres libres y fines-de-sí que entonces se abren a la política como creación común, como ámbito de ejercicio pleno de la libertad, pues ese reino de los fines es público y compartido por todos11.
El bien que una conducta moral recta puede poner en el mundo no está condicionado por la naturaleza natural ni divina y, en realidad, estas no interesan. El valor de la conducta moral como ley universal no depende para nada de la naturaleza
El imperativo categórico
Ahora bien, ¿qué deber es ese que coloca al hombre por encima de toda ley heterónoma natural, divina y humana y que no tiene propósito específico (tampoco hacerlo feliz, salvarlo, justificar su vida, conquistar el cielo o hundirse en el infierno); un deber que, además, no puede eludir aunque nunca cumpla y sin el cual pierde su condición humana? Para Kant ese deber consiste solamente en su propio principio de deber, para lo cual de paso no es necesaria ni ciencia ni filosofía ni religión alguna: es una capacidad propia de todo hombre, incluso el «más vulgar».
Para Kant, el campo de la ética, el ámbito del juicio práctico, es la facultad superior; superior incluso a todo juicio teórico, pues no solamente lo antecede, sino que lo supera. De hecho, incluso Kant ni ningún filósofo dispone de otro principio que este. Esto porque para ser honrado, bueno, sabio o virtuoso no hace falta ciencia ni filosofía, tampoco religión12; y este es el principio kantiano. Obedecer a tu propio principio y nada más. Pero esta ventaja del juicio práctico no deriva tampoco, ¡atención!, de los impulsos sensibles del hombre ordinario no teórico; estos impulsos o inclinaciones, todos, por el contrario, deben ser excluidos radicalmente.
Volvamos al reino de los fines. Ocurre que la razón humana es igualmente capaz de actuar en favor del reino de los fines, como de trabajar y servir de la manera más incondicional a favor de inclinaciones a las que también debe atender un sujeto finito; no siempre para degradarse, sino en muchos casos de forma más que justificada. Aún en el caso de que el deber que anime al hombre se corresponda con el más puro fundamento moral, no hay forma de demostrar con certeza que su máxima se corresponda con la ley moral13, y así llegamos a la paradoja de que aún aquel hombre que durante toda su vida y siempre haya actuado de acuerdo con la ley moral, si no ha atendido a una razón basada en la autonomía de la voluntad, por propio deber, no habrá acumulado ni siquiera el más pequeño de los méritos éticos, no fue libre nunca y no podría considerarse como perteneciente a aquel reino de los fines y esto independientemente de que haya logrado o no sus propósitos en la vida.
Y, atención, insistimos, ni la ciencia, y menos aún la religión14, si fuesen guías morales jamás garantizarán nada en términos morales. Es decir, aun en el caso de que el conocimiento científico o el religioso mejorasen las condiciones de posibilidad de la conducta moral, esto no significa que la determinarán. La moral se determina en otro ámbito, y es en la razón pura práctica. Así, actuar bien o mal, en sentido ético o moral, no depende de lo que sé, sino de lo que soy, que es otra cosa; y puede darse o no, y por eso ni ciencia ni religión tendrán nunca todas las respuestas a los problemas humanos más allá que ofrecer vida después de la vida o algún tipo de ilusión inmortal, es decir, consolación15.
Entonces, quien cifra la vida solo en cumplir con leyes heterónomas, religiosas, científicas o sociales, y no por deber no solamente se equivocará en muchas circunstancias, sino que no tendrá una vida ética puesto que esta sólo es válida gracias al imperativo de la ley moral. Entonces, tal y como afirma Kant Fundamentación de la metafísica de las costumbres, tenemos a un supuesto hombre moral, esto es, que no actúa conforme al deber, sino por deber. ¿Por qué? «… porque cuando se trata de valor moral no importan las acciones, que se ven, sino aquellos íntimos principios que no se ven». Estamos así ya frente a la definición del imperativo categórico, que Kant formula tres veces, con dos variantes:
Fórmula 1 o Fórmula universal:
Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal […]
Fórmula 1a o Fórmula de la ley de la naturaleza:
Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza […]
Fórmula 2 o Fórmula del fin en sí mismo:
Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca simplemente como medio […]
Fórmula 3 o Fórmula de autonomía:
Obra como si tu voluntad, por su máxima, pudiera considerarse a sí misma al mismo tiempo como universalmente legisladora […]
Fórmula 3ª o Fórmula del reino de los fines:
Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de los fines.
Actuar bien o mal, en sentido ético o moral, no depende de lo que sé, sino de lo que soy; y puede darse o no, por eso ni ciencia ni religión tendrán nunca todas las respuestas a los problemas humanos más allá que ofrecer vida después de la vida o algún tipo de ilusión inmortal, es decir, consolación
La moral no es fantasía y sí expresión de libertad
Ahora bien, frente a la compleja red de exigencias que el propio Kant teje en torno a la fórmula del imperativo, cabe la pregunta que él mismo cuestiona: ¿es la moral pura fantasía irrealizable? ¿Dónde hay virtud? ¿Cómo esta ley moral puede mandar si jamás es sino ideal? ¿Tiene que existir la moral como realidad en la naturaleza del mundo o del hombre para que tenga sentido y existencia? ¿Se origina en la experiencia? ¿La dicta la experiencia? La respuesta de Kant a todas estas interrogantes es «no». No se trata de que haya habido o habrá alguna vez actos buenos y morales; no es del «ejemplo» que se construye la validez del principio moral absoluto para Kant; por tanto, que nunca los haya habido simplemente no importa.
Desde la perspectiva moral, el hombre, si es miembro del reino de los fines, no hace nada porque se haya hecho, sino porque debe ser así; y esa convicción vacía es su soporte, su único soporte: la razón dicta —no puede ser de otra manera— y el hombre falla, incluso eternamente, eso no importa, el imperativo categórico es, con todo, la ley absoluta universal única de la moral. No interesan los ejemplos. No hacen falta. Lo cual tampoco implica que no tengan ningún valor: los ejemplos pueden tener eso, valor ejemplar; lo que ocurre es que de ninguna manera pueden constituir «modelos» ni fundar principio alguno.
De los pocos ejemplos que ofrece Kant, tomemos uno: la amistad. Ser leal en la amistad, aunque jamás nunca nadie lo haya sido, es un imperativo categórico; debe ser, no puede no ser exigible, si queremos sostener la idea de amistad16. Fin del imperativo. Es así, ¿por qué? Porque solo esta máxima es universalizable sin contradicción y es muy fácil ver que, si se pretende validez para su opuesto, ser desleal, la amistad sería imposible y ese falso imperativo se autodestruiría a sí mismo. No soporta la ley de la universalidad.
En lenguaje kantiano: la lealtad, como la ley moral, es un juicio sintético a priori, por eso determina la voluntad como principio universalizable cuyo opuesto, «ser desleal», es una condición que se autoliquida al ejercerse haciendo imposible la amistad, y entonces, preguntemos: ¿acaso es posible una vida humana sin la idea de amistad como fin en sí misma? Este es el punto. Ahora bien, sobre la realidad simultánea del carácter ideal de la ley moral en la forma del imperativo categórico, Kant intentó otro argumento apelando «al hecho de la razón» o das Faktum der Vernunft, que vendría siendo no la ley moral propiamente, sino «la conciencia que tenemos de ella». Este argumento, aparentemente inofensivo, implica a la vez al deber y la libertad requerida para actuar o no por «ese deber»17.
Implica que un ser racional, para Kant, necesariamente tiene conciencia latente (inconsciente) de que es libre de deber: si puedo, es porque puedo-no. Garrido, en el ensayo citado antes, recuerda la frase de Kant: «Debes, luego puedes»; acá de nuevo se siente la fuerza de las convicciones teleológicas de Kant y la libertad al igual que esa conciencia latente, aunque no puedan ser probados, están allí en tanto hechos internos de la razón pura práctica, por sí mismos, como hechos no experienciales sintéticos a priori. No los puede probar, pero ¿cómo entender la libertad si no existieran? Así pues, son ideales y a la vez existen: deben existir. Es apercepción pura u originaria18.
La moral no puede derivar de la experiencia, porque esta es siempre contingente y aquella no. La razón pura práctica origina la moral como juicio a priori y es este carácter el que le da valor intrínseco, dignidad, valor apodíctico. Así pues, «la imitación no tiene lugar alguno en lo moral, y los ejemplos solo sirven de aliento». Quien actúa moralmente por imitación no tiene en realidad actuación moral ninguna, pues el único original válido para el acto moral reside en la razón. Por lo tanto, jamás debemos actuar por ejemplos, sino por la razón19, si queremos hacerlo bajo el imperativo categórico, si queremos ser personas y miembros del reino de los fines. No estamos obligados ni lo haremos por necesidad, será una decisión libre o no será, pero aun no siendo es un imperativo, es ley y determina nuestra humanidad. Lo que ocurre es que, como seres libres, también podemos elegir no elegir20, elegir la esclavitud, la heteronomía y una vida sometida a la ley de otro.
En este caso, incluso actuando conforme a la ley de Dios, somos los mismos hombres, sí, pero no miembros del reino de los fines; nuestra actuación no tiene valor ético o moral y estrictamente hablando no somos personas sino copias sin dignidad; un hombre bueno para Kant no es ni siquiera uno que nunca haga el mal y siempre haga el bien e incluso lo logre, esto no basta y no importa, si es que fuera posible ese logro, sino aquel que orienta su conducta desde el deber ser de una voluntad libre y autónoma, porque solo así se coloca por encima de la naturaleza y de todo mandato heterónomo. Solo ese imperativo prevalece. Solo así es libre y, por tanto, humano y miembro del reino de los fines. Un reino que aun ideal e inhabitado existe, es real, insustituible y el único sustento plausible e irreductible de la metafísica de las costumbres.
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Notas:
1 La Fundamentación como proyecto, estaba en Kant veinte años antes de su publicación en 1785 y los dos volúmenes de la Metafísica de las costumbres de 1797, fue su última publicación. Kant muere en 1804 (Kant, 2005:21, Nota 4).
2 Kant, Immanuel (2005), Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Tecnos, Madrid, pp. 64, 88, 92, 112, 126, 134, 137, 141, 143.
3 Ibid, p. 208.
4 Ibid, p. 92.
5 Kant, Immanuel (2011), Crítica de la razón práctica, FCE, México, XXVII, estudio preliminar.
6 El párrafo completo en la edición de Tecnos utilizada para este ejercicio, Kant, 2005:129, reza así: «Un reino de los fines solo es posible, pues, por analogía con un reino de la naturaleza: aquel, según máximas, esto es, según leyes de causas eficientes exteriormente forzadas.» Traducción confusa. José Mardomingo, en su traducción, Editorial Ariel, presenta el párrafo de Kant así: «Un reino de los fines, así pues, sólo es posible según la analogía con un reino de la naturaleza, pero aquel solo según máximas, esto es, reglas impuestas a sí mismo; y este solo según leyes de causas eficientes constreñidas exteriormente.»
Por su parte, Roberto Aramayo presenta su traducción, Alianza Editorial, p. 154, así: «Un reino de los fines sólo es posible por analogía con un reino de la naturaleza, si bien en el primero todo se rige según máximas o leyes autoimpuestas y en el segundo según leyes de causas eficientes cuyo apremio es externo.» Las diferencias de estas dos traducciones frente a la de Tecnos, son claras por sí mismas.
7 Kant, Immanuel (2011), op. cit., p. 6.
8 Kant, Immanuel (2005), op. cit., p. 130 (nota 60).
9 Ibid, p. 129 (nota 59).
10 Arendt, Hannah (2012), Conferencias sobre la filosofía política de Kant, Paidós, España, p. 55.
11 Sobre las nociones de lo «público» y lo «privado» en Kant y algunas de sus implicaciones, (Zifeng: 2022). Los desprendimientos posibles para una filosofía política a partir de estas nociones en Conferencias sobre la filosofía política de Kant (Arendt: 2012).
12 Kant, Immanuel (2005), op. cit., pp. 83-4.
13 Ibid, p.88.
14 «…, el concepto ontológico de la perfección es mejor que el concepto teológico, que deriva la moralidad de una voluntad divina perfectísima». (Ibid, p.135).
15 No hay necesariamente contradicción en afirmar la inmortalidad de la especie (o la del pueblo de Israel) y simultáneamente negar la inmortalidad de cada hombre; la segunda no se sigue de la primera. Jorge Luis Borges, por ejemplo, afirmó su posición, así: «En el Antiguo Testamento se ve que los judíos no creían en la inmortalidad personal; creían en la inmortalidad de Israel pero no en la inmortalidad de cada individuo;». Esto a pesar del libro de Job. Véase: Borges entrevistado por Liliana Heker. Ver también: Argumentos católicos a favor del aborto: el catecismo.
Por otra parte, el asunto no sería extraño a Kant, que distinguía entre fenómeno y noúmeno, hombre y especie; el asunto se encuentra en la idea de cosa-en-sí. Esta es incognoscible y las leyes que aplican para el fenómeno no aplican para ella y viceversa.
16 Ibid, p.89.
17 Ibid, pp. 205, 206, 207.
18 Kant, Immnauel (2009), Crítica de la razón pura, FCE, México, pp. 163,164.
19 Kant, Immanuel (2005), op. cit., pp. 90, 92.
20 ¿Qué ocurre para quien sin elegir se heteronomizó? Respuesta: no perteneció al reino de los fines. ¿Qué ocurre para quien sin elegir actuó por deber? Respuesta: perteneció. ¿Cuál sería la hipótesis del malvado, entendido como aquel que hace excepción consigo mismo? Obviamente, no pertenece. ¿Qué ocurre para quien actúa como egoísta racional? No pertenece. ¿El liberal? No pertenece. ¿El marxista? No pertenece.
Así, las ideologías, como discursos normalizados que introyectan una única perspectiva y hacen ver al mundo y la realidad de una determinada manera y, por tanto, secuestran la interioridad del sujeto, impedirían su pertenencia al reino de los fines; lo que, por supuesto, no impediría que un marxista o un liberal cualquiera pudiera pertenecer, aunque, eso sí, para eso debe desapegarse de su ideología. ¿El ateo y el creyente? Eso no los limitaría, siempre que actúen por deber y nunca por su condición. Finalmente, siempre que se actúe por un «interés desinteresado», se pertenece al reino de los fines.
Bibliografía:
Sarmiento, Jesús (2022), Universidad Simón Bolívar (USB), Caracas, Venezuela, Departamento de Filosofía, máster en Filosofía, curso junio–agosto, 2022: Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres V.
Referencias electrónicas:
Borges, Jorge Luis (2014), entrevista de Liliana Heker.
Valentin, Riely (2022), Volcando el catecismo: un argumento católico para el aborto.
Zifeng (2022), Dialéctica de los usos público y privado de la razón: Kant y Lacan.
Sobre el autor
Miguel Aponte es profesor de Economía en la Universidad Central de Venezuela y estudiante de Filosofía en la Universidad Simón Bolívar. Sus principales intereses giran en torno al pensamiento político.
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