Los filósofos de la antigua Grecia Heráclito y Parménides son dos referencias de la historia del pensamiento. Ambos retomaron críticamente la investigación de los filósofos de Mileto con el objetivo de explicar en qué consiste el ser de la naturaleza (physis) y plantearon la gran pregunta: ¿cómo conocer un mundo que, aparentemente, no cesa de cambiar?
Por Carlos Javier González Serrano, filósofo
A lo largo de muchos siglos la existencia de los seres humanos fue guiada por la fuerza del mito. Al contrario de lo que suele pensarse, este no pretende ser una mera invención fantástica, sino la completa revelación del sentido esencial y total del mundo. En griego clásico, el vocablo mythos hacer referencia a un amplio abanico de significaciones (palabra, sentencia, anuncio). Solo de manera derivada y más tardía adquiere el sentido que se le da en la actualidad: leyenda, fábula o –finalmente– mito.

Por primera vez en la historia, los pensadores griegos más antiguos se atreven a abandonar la existencia guiada por la tradición mítica (asociada a la religión arcaica) y comienza de este modo a plantearse la cuestión de un saber innegable, no sujeto a condiciones, una suerte de saber definitivo, incontrovertible y necesario. Los primeros pensadores denominaron a este saber con diferentes palabras: sophía (sabiduría), lógos (razón), aletheia (verdad) o episteme (ciencia).
«Hay que decir y pensar que el Ser existe. A él es a quien corresponde la existencia». Parménides
El problema que se impone y que compromete a toda la filosofía griega tras Parménides y Heráclito –que desembocará en Platón y Aristóteles como su máxima expresión– se centra en la búsqueda de las condiciones que impidan la autodestrucción de la verdad y, en última instancia, permitan la conciliación de la razón frente a la multiplicidad que representa la experiencia. ¿Cómo conocer un mundo que, aparentemente, no cesa de cambiar?
¿En qué consiste la existencia?
Heráclito
Pone su atención sobre el carácter asombroso de la realidad en lo que a su diversidad se refiere. El fluir continuo de todo lo concreto y el cambio constante son condiciones fundamentales de la experiencia sensible humana. Ahora bien, esta aparente discordancia que se da incansablemente trae a la vez un principio de concordancia y unidad entre todo lo existente. Como Heráclito asegura, «los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira». Sin esta dialéctica, imposible para Parménides desde un punto de vista ontológico, las cosas acabarían por corromperse. La valía del filósofo estriba en su capacidad para averiguar el principio del devenir de la realidad, que no puede dejar de pensarse como oposición de contrarios.
«Entramos y no entramos en los mismos ríos; somos y no somos». Heráclito
Parménides
Es conocido por ser el defensor de la unidad de lo real. Pero ¿dónde y cómo encuentra Parménides esta unidad de lo real? Si bien los filósofos anteriores habían dado por sentada la realidad de las cosas, Parménides da un paso atrás y se sorprende, precisamente, del hecho de que haya cosas: pero ¿qué es, en definitiva, eso que existe? Para el pensador, lo común a la existencia es su persistencia en el Ser. Cuanto existe no ha podido surgir del No-Ser, de la nada, puesto que de ella nada se crea. No hay, pues, posibilidad para el devenir: hay ser porque no es posible el No-Ser, «lo que hay» y «ser» son, por tanto, sinónimos.
Heráclito
Aparentemente en las antípodas del pensamiento de Parménides encontramos a Heráclito de Éfeso, cuyo apogeo se sitúa entre los años 504 y 503 a. C. El carácter fragmentario de sus dictados (que le ha servido para pasar a la historia de la filosofía bajo el apelativo de «El oscuro») ha permitido diversas interpretaciones de su filosofía, pero lo que sí es cierto es que ningún pensador heleno posterior ha dejado de referirse a él. Nadie duda, además, de su gran importancia e influencia en el ulterior desarrollo de la historia de las ideas. Crítico con Homero y Hesíodo, Heráclito «se presenta como un educador iluminista –explica el filósofo argentino Luis Farre–, consciente de lo que puede representar para la liberación del espíritu una adhesión demasiado simpática a las enseñanzas de los mitólogos».
El devenir del ser
Heráclito
¿Cómo puede uno ponerse a salvo de aquello que jamás desaparece?, se pregunta Heráclito al respecto del constante devenir. Y contestará: de nosotros depende enteramente desplegar la razón (lógos) en un camino arduo y abnegado que permita desenterrar la estructura racional de la naturaleza. En un debate que recogerán Platón y Aristóteles, Heráclito hace explícita la contraposición entre el conocimiento de la verdad que subyace a la aparente discordancia de los contrarios (filosofía) y la manera común de pensar de los seres humanos. Un pensamiento que conduce a nuestra tarea más propia –y siempre inacabada–: lograr la paz en la razón, aquella que es común a todos los hombres que están «despiertos» y no se ciñen a su propio mundo, pues «el pensar es común a todos» y «está en poder de todos los hombres conocerse a sí mismos y ser sensatos».
Parménides
El sentido del ser emerge en el contraste entre el ser y la nada. Parménides se remite a la oposición suprema, aquella en la que los opuestos nada tienen en común. La absoluta Nada, el absoluto No-Ser, no encuentra un lugar dentro de los límites del Todo, del Ser. Más allá del Todo nada existe, porque el Todo es el Ser, y más allá del Ser no hay nada. Nos topamos así con una llamativa negación del devenir. En el mismo momento en que el sentido del Ser sale a la luz, aparece a la vez a necesidad, la Verdad. Todo aquel que preste sus oídos generosamente a la Verdad, sabrá de modo inmediato que el Ser es y que además se hace imposible que no sea. Si nos atrevemos a decir del Ser que no es, se afirma a la vez con ello que el Ser es No-Ser: un absurdo que la misma Verdad prohíbe mencionar. La única vía «que afirma que el Ser es y el No-Ser no es, significa la vía de la persuasión, puesto que acompaña a la Verdad».
Para Heráclito, de nosotros depende desplegar la razón en un camino arduo que permita desenterrar la estructura racional de la naturaleza. Parménides dice que la Nada, el absoluto No-Ser, no encuentra un lugar dentro de los límites del Todo, del Ser
¿Cómo conocer la realidad?
Heráclito
Heráclito insiste de manera incesante en la multiplicidad. Una multiplicidad que, a pesar de todo, debe basarse en alguna ley: la realidad, al fin y al cabo, reclama una razón constitutiva última, pues «es siempre uno y lo mismo en nosotros, lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo anciano. Lo primero se transforma en lo segundo, y lo segundo en lo primero» . No hemos de dar importancia a los nombres que usamos para referirnos a las cosas, sino fijarnos más bien en la realidad como un todo.
Así contemplada, la naturaleza se resuelve finalmente en una armoniosa unidad en la que, sin embargo, aparecen una multiplicidad de tensiones opuestas: «La guerra es el padre y el rey de todas las cosas –escribía Heráclito–. A algunas ha convertido en dioses, a otras en hombres; a algunas ha esclavizado y a otras ha liberado». Aunque, finalmente, confiesa que «la naturaleza aprecia el ocultarse».
Parménides
El aparente devenir de la naturaleza (physis) solo responde a opiniones (doxa) desencaminadas de los humanos. Parménides asegura, abriendo un debate que Sartre recogerá siglos más tarde al hilo del problema de la libertad, que la existencia de lo múltiple o del devenir ha de ser negada, en tanto que implica la identificación del ser y de la nada. Es la engañosa opinión la que nos sugiere que todo se crea y desaparece, pero el Ser es increado, imperecedero, inmóvil e ilimitado. En frase célebre de Parménides, «todo está lleno de Ser». Las palabras «nacer» y «perecer» solo adquieren sentido en el lenguaje humano. Porque, se pregunta el filósofo de Elea, «¿cómo en el curso del tiempo podría ser destruido el Ser? ¿Cómo podría llegar a existir?». Y más allá: ¿cómo podríamos conocer una realidad que no cesa de devenir y, por tanto, de no-ser? Parménides abre así una auténtica puerta de acceso al nihilismo.
Parménides
Apenas contamos con datos biográficos de este filósofo, excepto que era natural de Elea, al sur de Italia, y que en su juventud se mostraba seguidor de las doctrinas pitagóricas. Como explica el filósofo y profesor José Antonio Míguez, «Parménides –sujeto a múltiples influjos, y aún si cabe a los que provenían de la investigación milesia– representa históricamente el profundo cambio de mentalidad que se advierte en Grecia, y especialmente en las regiones itálicas, a comienzos del siglo V a. C.».
La filosofía presocrática anterior pasó por su criba, en un titánico esfuerzo por dilucidar las claves del conocimiento humano para así desentrañar los límites de la indagación racional. «Parménides es una prueba viva, irrefutable –prosigue míguez–, de la gran esperanza humana en el progreso intelectual, por las únicas vías de la razón y del ser, armónicamente elegidas por los griegos para dar fe de la unidad de lo real».
La naturaleza como guerra entre contrarios
Heráclito
Sin discordia ni tensión (o guerra) entre las cosas, estas no existirían como realidades experimentables: «Debemos saber que la guerra es común a todos y que la discordia es justicia y que todas las cosas se engendran en discordia y necesidad». Pero no solo eso; también encontramos en este contraste natural el principio del placer: «Es la enfermedad la que hace agradable la salud; el mal, el bien; el hambre, la saciedad; el cansancio, el descanso».
Parménides
Como filósofo de la suprema unidad, Parménides sostiene que la naturaleza no puede consistir en una oposición entre contrarios, pues el universo ha de ser necesariamente un continuo repleto de Ser. Somos nosotros, seres finitos, los que en nuestro afán por conocer el mundo imponemos límites a la inmutable y eterna realidad, que solo se diversifica aparentemente: el devenir es mera apariencia que niega la realidad del Ser. «Nada hay ni habrá –asegura Parménides– fuera del Ser, ya que el Destino lo encadenó en una totalidad inmóvil».
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