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Joke J. Hermsen: «Somos más que seres económicos, somos seres melancólicos»

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A partir de la melancolía y sus formas, Joke J. Hermsen teje una reflexión que va de lo personal a lo social y que abarca la epidemia de la depresión, el auge de la posverdad, la promoción del miedo y su explotación por parte del populismo… Hablamos con esta escritora y filósofa holandesa de lo que significa La melancolía en tiempos de incertidumbre.

Por Pilar G. Rodríguez

La melancolía en tiempos de incertidumbre, de Joke J. Hermsen (Siruela).
La melancolía en tiempos de incertidumbre, de Joke J. Hermsen (Siruela).

En las páginas de este ensayo, editado por Siruela, la escritora y filósofa holandesa Joke J. Hermsen celebra la melancolía, pero también advierte contra la misma. ¿Cómo puede ser eso? Todo empezó con Platón, ese amigo de las dicotomías que estableció, por un lado, una forma privilegiada de la melancolía y, por otro, una patológica. Hermsen acerca ambas a la época actual, donde pervive esta división, y convierte esta en la tesis principal de La melancolía en tiempos de incertidumbre: «Voy a establecer, al igual que Platón, una diferencia entre una melancolía patológica
–alimentada, entre otras cosas, por los tiempos turbulentos que vivimos– y una melancolía saludable que puede conducir a la reflexión, la compasión y la creatividad». Denunciar los mecanismos y los peligros de la primera, apostar por la segunda y, en definitiva, estudiar la melancolía en toda su complejidad es el objeto de un libro que da para mucho más. Por eso nos acercamos a hablar con la autora.

¿En qué medida la melancolía o la depresión pueden definir las sociedades occidentales?
Decidí escribir el libro porque hay algunos aspectos de la melancolía a los que se les está dando la vuelta. Fue Freud, después de que lo hicieran Nietzsche y Lou Andreas-Salomé, quien habló de melancolía y cambió la palabra por depresión. Desde entonces la melancolía está desapareciendo de nuestro vocabulario, también del de la psiquiatría médica. Creo que es una pérdida, no solo porque cada vez hay más gente que sufre depresión severa, sino porque formas más ligeras de melancolía están desapareciendo de nuestras vidas y nuestro entorno.

«Desde que Freud cambiara la melancolía por depresión, la melancolía está desapareciendo de nuestro vocabulario, también del de la psiquiatría. Creo que es una pérdida»

Mi objetivo con este libro es doble: por un lado, describir la melancolía a través de la historia, las distintas culturas, desde Aristóteles, que, en la estela de Platón, describía un tipo de melancolía saludable, impulsora de la creatividad, y otra no tanto, que dejaba muy poco espacio para la ataraxia; por otro lado, quería centrarme en esa división, en esa melancolía que nos da la capacidad de crear y conectar con otros, esa capacidad que compartimos con todos los demás seres humanos, a pesar de pertenecer a culturas muy distintas porque se trata de un estado particular del alma que no segrega, sino que une, y creo que lo necesitamos en este momento. Necesitamos conectar, darnos cuenta de que lo que compartimos es más que lo que nos separa. Mi intención era criticar los aspectos menos saludables de la melancolía y revalorizar esas otras formas más ligeras de melancolía que se manifiestan en el arte, la música, la literatura, el amor…

Lou Andreas-Salomé, genio antes que musa

Joke J. Hermsen escribe extensamente y con pasión sobre la obra de Lou Andreas-Salomé. Parece tener una relación muy cercana con ella. Tanto que en su libro explica que leer algunas de las reflexiones de la pensadora rusa, más que una identificación, «fue como volver a casa en el libro de otra persona, una desconocida nacida cien años antes que yo en San Petersburgo».

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Joke J. Hermsen se propuso como tarea personal rehabilitar el brillo intelectual de Lou Andreas-Salomé. El retrato es el que aparece en la agenda Filosofers 2020.

«Escribí una parte de mi tesis sobre ella y le tengo mucho cariño y mucho respeto a su forma de pensar. Realmente es una pena que una mujer tan brillante, tan intelectual sea conocida como la musa de Freud, Nietzsche y Rilke. Es una pérdida enorme que todas sus obras –y escribió 30 libros–, su pensamiento, sus novelas, su contribución al psicoanálisis, sus ensayos filosóficos no se lean ahora cuando aquellos tres hombres la proclamaron como el ‘genio’ de su tiempo. Aparentemente nuestros historiadores estuvieron muy ciegos al dedicarle un lugar muy modesto en la historia, de modo que me tomé como una tarea personal leerla, conocerla y darla a conocer. Sus aportaciones fueron algo poco común en la historia de la filosofía quizá porque tampoco hubo muchas pocas mujeres en la historia de la filosofía.

Volviendo al lugar que ocupa la niñez en nuestro pensamiento y nuestro ser, dijo unas cosas tan sorprendentes y hermosas… Le dio dimensión filosófica a los años de la niñez, de modo que pudiéramos entendernos mejor a nosotros mismos y a los otros. Fue muy innovadora.

Otra parte de su trabajo, que creo que Nietzsche apreciaba mucho, fue la dinámica del arte y del amor, cómo estos se juntan o derivan de la misma raíz y esta raíz tiene su base en algún lugar la niñez. Por eso tanto el arte como el amor nos permiten salir de nosotros mismos y fluir con el tiempo en uno de esos momentos de kairós. En el siglo XX, la filosofía se enfrascó análisis lingüísticos, se hizo posmoderna y fueron olvidadas o desechadas esas otras historias, digamos, más complejas del ser humano».

¿Y de dónde viene la melancolía? ¿Cuál es su origen o sus razones?
La pregunta sería ¿por qué me siento o te sientes melancólico? Es importante porque, si te preguntas por ello, entonces puedes ocuparte de ello. La respuesta es porque tenemos conciencia del tiempo. Esa conciencia posibilita preguntarnos por el pasado más inmediato, lo que ocurrió ayer en el trabajo, o más allá; te puede hacer sentir melancolía de la juventud, de un amor que acabó… Somos seres conscientes del tiempo y de nosotros mismos en el tiempo. Y esta combinación nos hace melancólicos.

Además, el pensamiento sobre el tiempo con la ayuda de la imaginación nos lleva a saber que moriremos un día, lo cual es una losa. Con ocho o nueve años nos damos cuenta de que la gente muere y nosotros también moriremos. Esto es una enorme fuente de melancolía dura y para manejarla hemos inventado un montón de cosas que la guían o reconducen. Pongo un ejemplo; el flamenco es melancolía pura transformada en arte. Tiene su misma intensidad, fuerza, se escucha a través del tiempo, en todos los países y todo el mundo entiende que es música que intenta que nuestra mente melancólica no pase a ser una mente deprimida. Es una ayuda como lo es la buena poesía, la pintura o un nuevo amor. Y lo necesitamos. Necesitamos todo eso.

«Somos seres conscientes del tiempo y de nosotros mismos en el tiempo. Y esta combinación nos hace melancólicos»

El ser humano es un Homo melancholicus desde muy pronto porque al principio de nuestras vida perdemos mucho. Nietzsche y Lou Andreas-Salomé se dedicaron a estudiarlo en la época de Tautenburg, hacia 1882. Al nacer, no distinguimos entre nosotros y los demás, no sabemos dónde acaba uno y dónde empieza el resto y somos uno con ello; el bebé es todo. Es lo que Freud denominó «su majestad el bebé». Poco a poco empieza la individualización, se aprende a diferenciar entre el yo y los otros, y los otros están enfrente: eso es separación, soledad y melancolía.

De niños tenemos otra capacidad, que es la de entregarnos por entero al juego. Yo a esos momentos los llamo instantes de kairós. Los griegos diferenciaban entre el tiempo cronológico, el del tiempo es oro, y otro que es aquel donde los segundo no pasan, sino que fluyen. Es el tiempo de la creatividad, donde triunfa la imaginación y se desarrolla el Homo ludens. Este es el que nos devuelve a nosotros mismos, mientras el otro nos persigue con sus obligaciones. Con el tiempo perdemos estas dos cosas: la conexión con el mundo y la capacidad de consagrarse al juego como un niño. Nietzsche exhortaba a ser de nuevo niños para ser creativos.

La melancolía del soldado: menos patria que niñez

Tanto en el libro como en la entrevista, Hermsen recurre a Kant y la anécdota con los soldados para explicar cómo es posible reconducir la melancolía. Para ponernos en situación se trata de un grupo de soldados que sentían morriña o nostalgia de la patria y así era imposible concentrarse para ganar batallas. Pero no se trataba tanto de geografía, sino de memoria: «Según Kant, lo que los soldados padecían no era tanto nostalgia en el sentido estricto de la palabra como un intenso anhelo de volver a la infancia, una idea radicalmente nueva en aquella época y, por ese motivo, muy llamativa». Frente a eso, explica Hermsen de forma muy expresiva, «un general bienintencionado pensó que igual ayudaba traer comida desde su país, galletitas… Y no, lo que tenían que hacer era escuchar o tocar canciones de su infancia o su juventud. Eso nunca falla, de modo que un consejo para los lectores: cuando os sintáis muy, muy tristes, escuchad música de cuando érais niños o jóvenes. No falla».

¿En qué momento esa melancolía mal resuelta se vuelve ira o violencia?
He escogido una pintura muy famosa del siglo XVII para la portada de este libro. Se titula El cisne amenazado, de Jan Asselijn. El cisne en literatura, en la música es el símbolo de la melancolía. Es un animal sabio, tranquilo y noble, pero si le falta ataraxia, si se siente amenazado, si hay demasiada incertidumbre y miedo se puede poner agresivo, se enfada, o se entristece y se deprime. En este cuadro, era un pequeño perro lo que le hacía ponerse así, pero ahora ¿qué es lo que a nosotros, seres melancólicos, puede hacernos reaccionar? Es lo que Agamben llamó Homo sacer: refugiados, exiliados, a quienes no sabemos si hay que dar la bienvenida o no y, mientras, tenemos miedo de esos sin patria, sin derechos y sin papeles, que llaman a nuestra puerta y nos desestabilizan. Pues bien, muchos políticas están afirmando ese miedo en Europa.

Este fenómeno se da en el contexto de un sistema capitalista que nos aboca a una falta de ataraxia. Para ser alguien equilibrado, con una melancolía equilibrada, no solo necesitamos volvernos hacia el arte, la música y el amor, sino que necesitamos calma y descanso. Pues bien, la ideología capitalista nos anima a perder ambos, a trabajar y producir siempre más, a consumir siempre más y hacerlo todo más rápido. El movimiento slow fue una respuesta a esto, pero no estoy segura de que esté funcionando. Quizá a nivel local, pero en general, hay mucho estrés y mucho «síndrome del quemado» a edades cada vez más tempranas.

«Homo sacer» en el XXI

En La melancolía en tiempos de incertidumbre, escribe Joke J. Hermsen que «lo que hoy amenaza a Holanda, y por extensión a Europa, es, según un número creciente de políticos, algo que adopta diversos nombres: ilegal, musulmán, inmigrante, refugiado o buscador de fortuna. Hace algunos años, Giorgio Agamben utilizó el término Homo sacer como concepto englobador de todas esas denominaciones. En el Imperio romano, el Homo sacer era el proscrito, el desterrado a quien expulsaban de la polis arrebatándole todos los derechos y condenándolo a vivir en la ilegalidad. Según Agamben, hoy día seguimos desterrando y condenando a vivir al margen de la sociedad a muchos individuos (…) En nuestros tiempos, el perro que amenaza al cisne se parece cada vez más al Homo sacer de Agamben».

La melancolía se origina a menudo por una pérdida. En tiempos de fake news, ¿es posible que lo que hayamos perdido sea la verdad?
Echaré mano de Hannah Arendt, que es otra de mis heroínas filosóficas. Ella hizo un análisis muy certero sobre la Alemania de los 20 y principios de los 30. Hablaba sobre la depresión de una población entera como un caso de melancolía masiva y de la mala, por decirlo de alguna manera. Las causas eran las enormes pérdidas humanas resultantes de la Primera Guerra Mundial, los pagos injustos, la inflación, la incertidumbre de todo tipo que atenaza a una población que no creía en nada. Hubo un pequeño grupo de revolucionarios y pensadores, Rosa Luxemburgo entre ellos, que intentaba mantener la esperanza. Algunos de ellos fueron asesinados como la propia Luxemburgo y Karl Liebknecht. Sobre esa violencia se levantó la República de Weimar. En ese contexto, la población debía hacer frente a la sensación de pérdida, a la violencia y al miedo y, reafirmando este miedo, había que añadir otro factor: la propaganda. Era un cóctel muy peligroso como la propia Arendt lo calificó. Por un lado, gente deprimida con un sentimiento de injusticia, miseria y sin saber cómo salir de ahí y, por otro, la propaganda, de manera que nadie sabía a qué atenerse. No se sabía con seguridad quién decía la verdad y quién la mentira, y si no sabes dónde está la verdad y dónde el error, no puedes juzgar, y cuando no puedes juzgar, no puedes hacer nada. Y es cuando Arendt escribió su famosa frase: «Y con esa gente se puede hacer lo que uno quiera».

Hermsen recuerda que Arendt vio en la Alemania de los 20 y principios de los 30 una especie de depresión social masiva a la que se unió el fenómeno de la propaganda. ¿Se podría hablar de algo parecido en el momento actual?

¿Hasta qué punto se puede establecer un paralelismo? No tenemos dos millones de muertos en la guerra, no, pero tenemos millones de personas presas de mucha inquietud debido a la desigualdades e injusticias sociales; tenemos el problema del clima que nos hace sentir muy inseguros respecto del futuro y nos provoca miedo; y tenemos el fenómeno de las fake news. No sabemos quién o qué partido está lanzando esta nueva propaganda en todo el mundo y en cada una de nuestras redes sociales. Y esta es una novedad; ahora la propaganda no acaba en los periódicos, sino que está en tu Facebook, metida en tu esfera privada, y esto es muy peligroso.

Contra esa melancolía, provocada por la epidemia de depresión y el alza de todo tipo de problemas mentales, unida a la acción de las fake news y ciertas políticas quería advertir yo en este libro. Hacer ver, con la esperanza de no cometer los mismo errores, que sí están conectados el estado de nuestra mente y nuestra alma con el discurso de los políticos y con el sistema económico dominante, y que esto son los nuevos perros negros que amenazan nuestra melancolía.

Hermsen ve en la epidemia de depresión, junto con el discurso de ciertas políticas y el sistema económico dominante, a aquel perro que, en el cuadro de Asselijn, amenazaba la melancolía del cisne

Atrévete a esperar

En más de una ocasión, la filósofa holandesa usa esta expresión en su libro. Es la condición para la aparición del pensamiento creativo, es la resistencia contra el cronos, es la llamada al tiempo kairótico. ¿Podría ser una versión del «atrévete a saber» de Kant?

«Puede ser. No responder, no hacer las cosas inmediatamente crea una distancia que hace posible el surgimiento de algo nuevo. En francés hay una coincidencia etimológica entre esperar y atención: attendre y attention, y es que solo cuando uno sabe esperar puede ofrecer la atención y el cuidado oportunos. Esperar nos sitúa fuera del cronos y de la dictadura del reloj y hace posible el tiempo de la creación».

En su receta contra la depresión generalizada de «menos pastillas y más atención personalizada» la filosofía puede tener un papel relevante. ¿Qué puede aportar?
Mucho. Mucho porque antes de tratarla tienes que intentar entender a la persona que está detrás, preguntar por qué sufre y cómo le afectan las grandes estructuras económicas y sociales que lo hacen sufrir; ahí es donde la filosofía se vuelve política. A partir de ese momento ya se puede plantear qué puedo hacer por esta persona o qué es lo que necesita para recobrar la salud. En este sentido, no consideramos el potencial del arte, la música, la poesía… Solo se piensa en el dinero y en los aspectos económicos. Yo ahora pongo las noticias en la habitación del hotel y solo se habla de economía. El ser humano se está quedando reducido a Homo economicus. Pensamos la humanidad en términos de dinero, de desarrollo, en términos de oportunidad y de negocio, pero somos más que seres económicos; somos, por ejemplo, seres melancólicos y tenemos que cuidarlo. Podemos, por ejemplo, leer a Nietzsche, que escribió sobre qué hacer con esa melancolía. Hoy día, la mayor parte de la gente no lleva su melancolía a la iglesia, que era lo que se solía hacer. Allí se cantaba, se rezaba, se compartía… Pero ya no tenemos ese sentimiento religioso que suponía una guía religiosa para la melancolía. Ahora tenemos que crear nuestros propios momentos sagrados, creativos. Nietzsche proclama, por un lado, que «Dios ha muerto», pero eso no significa que no suframos por ello. Y el mundo se ha vuelto muy frío sin Dios, de modo que hay que encontrar otros templos modernos para volvernos a sentir unidos. Este [se vuelve a mirar la sede de la editorial Siruela, cuyas paredes están forradas de libros] es un nuevo templo para leer, escribir, un lugar para buscar relatos compartidos…

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