Llego pronto a la cita. Me he perdido, como siempre. No sé si hay doce plantas o alguna más.
Un televisor encendido, colgado en lo alto de una pared de color sepia. Hacia allí se dirigen las miradas de todos los pacientes. Proyecta un listado indescifrable: tres letras y tres números sin secuencia lógica alguna. Al poco tiempo, suena un tono intenso, grave y repetitivo, y una franja amarilla colorea de rojo uno de los códigos.
Un señor de unos sesenta años con claros problemas de lumbago se levanta. Al mismo tiempo, una chica joven —no debe llegar a los treinta—, con el típico uniforme hospitalario, sale de consulta cabeza alzada, buscando atentamente a su paciente. Me acerco a ella para tenderle el volante que tengo desde hace meses.
—¿Has sacado número? — pregunta entre estupefacta e indignada.
No entiendo exactamente qué quiere de mí; respondo que no. Me contesta con un gesto extraño y desagradable, una mueca de soberbia: con los ojos muy abiertos y las cejas arqueadas, mirando a un lado, aprieta los labios, llevándolos hacia la mejilla izquierda mientras inclina la cabeza en el mismo sentido. Sin decirme nada más, hace una seña al sexagenario para que la siga hacia la consulta. Lleva un ritmo demasiado atlético para el pobre hombre.
Supongo que su silencio significa que tengo que sacar número, sea lo que sea lo que signifique eso.
Salgo de la sala pensando que tendría que buscar una ventanilla para pedir el número o para preguntar qué tengo que hacer antes de consulta. Doy por hecho que me toca bajar al recibidor y acercarme al puesto de información de la entrada. Yendo hacia el ascensor, veo rápidamente que no hace falta; un cartel en la pared con las palabras «Número de cita» y una flecha roja me sacan de mi error. Allí debe ser. Nada más girar, al final del pasillo, está el mismo cartel (ahora sin flecha) pegado a una especie de cajero automático.
De cerca se parece a unas recreativas ¡Adelante jugadores! Los premios se reparten entre un cáncer prematuro, una escoliosis o paracetamol y agua. No es muy difícil: pide la tarjeta sanitaria —que yo no tenía— y el número de volante. Menos mal que existe la alternativa de introducir el DNI. Dos pasos y ya obtienes tu tique; ya solo queda canjearlo.
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