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La codicia: deseo de tener más y más

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La codicia es la pasión de la injusticia. No se trata de tener más que los otros: se trata de poder tener con avidez lo más que se pueda. Es una combinación de ambición y de egoísmo.

La codicia es la pasión de la injusticia. No se trata de tener más que los otros: se trata de poder tener con avidez lo más que se pueda. Es una combinación de ambición y de egoísmo.

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“Cuando el deseo de lucro hace perder la cabeza a los hombres y la falta de escrúpulos oprime la honradez” –escribe Hesíodo en el siglo VIII a. C.–, un castigo divino “arruina la casa de un hombre semejante” (Trabajos y días). Nuestros tiempos son otros y otra nuestra forma de pensar: aquel castigo divino que habría de caer inexorablemente sobre el amante del lucro ya no existe. La única justicia que parece existir es la que los hombres de dan, pero esta ni puede verlo todo ni puede controlarlo todo. La codicia, sin embargo, pervive en el tiempo.

Deseo insaciable

Desde la Antigüedad, la codicia se ha asociado a una pasión negativa característica de la vida en común: el codicioso desea tener más que los demás de forma febril, obsesiva. Del griego pleonexia (de pleon, comparativo de polis, “más”, y derivado del verbo echein, “tener”), la codicia se entendía como el deseo insaciable de poseer “más” bienes materiales hasta el punto de que, por ejemplo, Platón la entendía como la gran enfermedad moral de la ciudad, terrible por ser capaz de corromperlo todo. Ya lo decía Hesíodo: la corrupción de un hombre con poder afecta a toda la ciudad y la sume en la desgracia. Este sería el motivo por el cual Platón, en el Gorgias, se sirve de Calicles y su defensa de la justicia según la cual esta debe vertebrarse en torno a los derechos del más fuerte (o del que más poder tenga). Así, Platón argumentará que la justicia debe recaer en los más sensatos, es decir, en los que no se dejan llevar por sus pasiones: “¿Has dicho que, consultando a la naturaleza, el más poderoso tiene derecho a apropiarse de lo que pertenece al inferior, el mejor a mandar al mediocre y el que vale más dominar más que el que vale menos?” (Gorgias). La codicia aparece así, en el marco de la polis, en estrecha conexión con el concepto de justicia. Por eso, en la República se sostendrá que quien asuma un cargo público ni debe sacar provecho alguno ni debe tener en cuenta sus intereses particulares.

Platón entendía la codicia como la gran enfermedad moral de la ciudad, terrible por ser capaz de corromperlo todo

La codicia, una patología moral

Para Platón, si la codicia puede ser entendida como una enfermedad es porque constituye una patología moral asociada a un ansia sin límites de bienes materiales característica de sujetos que piensan prioritariamente en sí mismos sin preocuparse de las consecuencias en los demás. Sin embargo, la codicia no es un vicio ni una enfermedad que permita exculpar de algún modo al codicioso, sino, como sostenía Aristóteles y siglos más tarde Spinoza en su Tratado teológico político, es el gesto máximo de injusticia de la vida en comunidad porque implica desigualdad y perjuicio hacia los demás sin importar cómo afecten sus acciones a la comunidad. La codicia es la pasión de la injusticia. No se trata de tener más que los otros: se trata de poder tener con avidez lo más que se pueda. Es también, pero no sólo, una combinación de ambición y de egoísmo que se concreta en la más perniciosa de las acciones, porque no se trata únicamente de fijar un objetivo en concreto que alcanzar sin importar los medios (ambición) o con no querer compartir con los demás lo que se tiene (egoísmo), sino con desear más de lo que se tiene pensando únicamente en el beneficio personal, aunque incluye dos matices característicos: que es un deseo imposible de saciar y, por tanto, que no hay no límite, ni siquiera el legal, que pueda pararlo.

Hesíodo: «La corrupción de un hombre con poder afecta a toda la ciudad y la sume en la desgracia»

Una pasión triste

Si el núcleo de estas pasiones B está asociado en la mayor parte de los casos a una forma (positiva o negativa) de amor hacia sí mismo, el codicioso lo que ama con exageración es la cantidad de sus bienes y el placer de la ganancia, de ahí su vínculo etimológico en el término latino con Cupido: la codicia como cupiditas conlleva la idea de desear con fervor incontrolable, casi con violencia y ansia (latín cupire). Pero es un amor cuyo objeto nunca sacia. Parafraseando a Lacan podríamos decir que, para el codicioso, cuya mirada está marcada por el brillo lujurioso de la ganancia, no hay relación completa y satisfactoria con el objeto de su deseo. Siempre quiere más porque ni nunca tiene suficiente ni lo que tiene le sacia. Decía Spinoza que la codicia es una pasión triste. Quizá podría decirse que es porque el codicioso no puede ni ser libre (es juguete de sus pasiones) ni feliz (nada le completa), pero también –y sobre todo– porque constituye una de las grandes pasiones alimentadas en una sociedad en la que, bajo la apariencia de comunidad, brilla, negra, la fuerza del interés individual y el egoísmo y donde, integrados en una lógica de consumo y competitividad, se ha fomentado en los individuos aquella pasión que necesita de un límite que sólo la moral puede dar. Ante el delito del robo está la pena de la justicia, pero ante el deseo de tenerlo todo a cualquier precio está la enseñanza de lo que realmente ha de tener valor.

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