
En este artículo me pregunto si la inteligencia artificial puede calificarse realmente como inteligente, cuáles son las propiedades de la inteligencia humana que la inteligencia artificial no ha conseguido aún imitar y cuál es el papel de las humanidades y de las ciencias sociales en el diseño de una inteligencia artificial más integrada y amplia.
Por Daniel Innerarity, Universidad del País Vasco
¿Hasta qué punto son inteligentes las smart technologies, las neural networks y los deep learning systems? No podemos dar por hecho que la inteligencia artificial sea inteligente o, al menos, que lo sea en la medida de nuestras expectativas, y tal vez lo más provechoso sea preguntarse qué debemos hacer con ella para que sea lo más inteligente posible. Pero este objetivo no se podrá realizar si no acertamos a la hora de identificar qué es lo específicamente humano de la inteligencia humana y entonces sabremos dónde están los límites de la inteligencia artificial que estamos intentando superar.
Debates grandilocuentes: inteligencia, habilidad o estupidez
Las grandes discusiones del siglo pasado acerca de cómo interpretar la significación histórica de la inteligencia artificial enfrentaron a quienes imaginaban máquinas capaces de reemplazar a los humanos (MacCarthy), para bien o para mal, y quienes sostenían que se trataba de un mero aumento de la inteligencia humana (Licklider y Engelbart), como el famoso debate de los años sesenta en Stanford: el proyecto de construir máquinas inteligentes sustitutorias frente a quienes aspiraban a aumentar la inteligencia humana. Las posiciones de estos enfáticos debates fueron cristalizando en la contraposición entre una «inteligencia artificial general» (AGI) y una «inteligencia artificial restringida» (NAI). Si la primera tiene como objetivo emular a la inteligencia humana, la segunda simplemente la simularía.
La discusión continúa en otros términos. Kurzweil (2001) polemiza con Kapor a comienzos de este siglo y asegura que la inteligencia artificial «superará a la inteligencia humana nativa» en 2029. Otra manera de decirlo es decretar el final de la teoría (Anderson 2008) y declarar así obsoleto el método cientifico tradicional, demasiado antropocéntrico. Hay quien asegura
que la inteligencia natural es un caso especial de la inteligencia artificial (Wilczek 2019, 68). En el otro extremo, algunos prefieren denominarla «inteligencia aumentada» para desdramatizar así su novedad, hasta el punto de afirmar que «la inteligencia artificial no existe» (Julia 2019). Para los minimalistas, Deep Blue es solo una supercalculadora y no tiene nada de verdaderamente inteligente. Según estos, las inteligencias artificiales son y seguirán siendo limitadas, hasta el punto de que tal vez en el futuro desistamos de calificarlas como inteligentes.
Desde el punto de vista epistemológico, la gran cuestión no es si la inteligencia artificial es una mera prótesis cognitiva, una obnubilación de la razón o una habilidad irreflexiva; lo más interesante es que se trata de un conjunto de tecnologías que nos están obligando a redefinir qué significa conocimiento en este nuevo contexto. Se ha respondido a esa inquietante cuestión planteando un desdramatizado reparto del territorio (las máquinas son mejores en el descubrimiento de patrones, matematización y razonamiento estadístico, análisis de datos masivos y manejo de casos rutinarios; los humanos estableceríamos los objetivos y formularíamos juicios de valor, resolución de información ambigua y discernimiento en casos difíciles), pero siendo cierta esa división del trabajo, no deberíamos perder esta oportunidad de volver a pensar qué debemos entender por inteligencia.
Una salida plausible a este debate es la paradoja de que la actual inteligencia artificial sería muy inteligente y muy estúpida a la vez; su estupidez consiste en que cuando toma una decisión inteligente no tiene modo de saberlo (Dessalles 2019). Lo que tendríamos entonces son «sabios digitales idiotas» (Domingos 2015; Carr 2014). Esta controversia solo puede resolverse si abandonamos la grandilocuencia y entramos a examinar cómo funcionan de hecho las dos inteligencias, qué tipo de relación se ha establecido entre ellas y si podemos modificar esa relación de modo que mejore la inteligencia que somos y la que tenemos a nuestra disposición.
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