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Pensar la melancolía, entre la luz y la sombra

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La melancolía es un estado anímico que nos acompaña desde el principio de los tiempos. Definido de muchas maneras, desde la atrabilis o bilis negra de los griegos hasta la depresión contemporánea, el temperamento melancólico bascula entre el hundimiento y la creatividad. No es solo tristeza, ni depresión, ni aburrimiento. Y, sin embargo, es todo eso. ¿Cuáles son sus síntomas en el siglo XXI? ¿Es un signo más de nuestra era? En este dosier, Laura Martínez Alarcón analiza si corren buenos tiempos para la melancolía.

Un estado de ánimo sombrío

«¿Por qué todos los hombres que se han
destacado en la filosofía, el arte de gobernar,
la poesía o las artes son melancólicos?»

Aristóteles, siglo IV a. C.

¿Es la depresión «una melancolía desprovista de sus encantos», como aseguró Susan Sontag? ¿Es, de acuerdo con Víctor Hugo, «la felicidad de estar triste», o el temperamento de los «hombres excepcionales», según Aristóteles?

Lo que sí es la melancolía es un estado de ánimo sombrío, de pesadumbre, de absoluto desasosiego que no respeta fronteras ni culturas; ni pasado, presente o futuro, porque forma parte de la condición humana, es inherente a ella. Es una sombra que impide ver con claridad. La melancolía está relacionada, dice la filósofa holandesa Joke J. Hermsen, «con la conciencia del transcurso del tiempo y el carácter transitorio de la vida, que nos hace volver la mirada y ver lo que ha quedado atrás, lo que hemos perdido».

Muchos siglos han transcurrido desde que los griegos la situaron dentro de los cuatro humores del ser humano. Según la teoría elaborada por Hipócrates en el siglo V a. C., un cuerpo perfectamente sano mantiene un equilibrio uniforme entre la flema, la sangre, la bilis amarilla y la atrabilis o bilis negra. Sin embargo, en la mayoría de los casos, uno de estos fluidos tiende a predominar, lo que influye en el temperamento de cada persona. A diferencia de la sangre, que es húmeda y caliente, la bilis negra es fría y seca y también corre por las venas y las arterias, pero su proporción debe ser sutil y depende de la relación que guarde con los otros humores corporales.

Claudio Galeno de Pérgamo, seguidor de Hipócrates, advirtió que la atrabilis podía espesarse como el alquitrán y llegar a nublar la mente hasta el delirio. Además, tendía a afectar a quienes llevaban vidas inactivas o cuyo trabajo estaba en la mente más que en el cuerpo, como ya había señalado Aristóteles. Este filósofo también comparó los grados de bilis negra con las graduaciones etílicas soportadas por el cuerpo humano asegurando que, en su justa medida, tanto la atrabilis como el alcohol otorgaban lucidez e ingenio, pero el exceso hacía oscilar entre la locuacidad y el tartamudeo, o entre el llanto y la risa histérica.

A lo largo de los siglos, hubo una especie de obsesión por extirpar el origen físico de la melancolía. Los médicos griegos la ubicaron en el bazo (splēn, en griego), pero fue el filósofo Demócrito quien cayó en la cuenta de que solo atendiendo a lo fisiológico se estaba sesgando la comprensión de una enfermedad mucho más compleja.

Para la filósofa holandesa Joke J. Hermsena, la melancolía está relacionada «con la conciencia del transcurso del tiempo y el carácter transitorio de la vida, que nos hace volver la mirada y ver lo que ha quedado atrás, lo que hemos perdido»

El melancólico no conoce término medio

Desde Hipócrates, el temperamento melancólico presentaba una clara polaridad. Platón, contemporáneo del padre de la medicina occidental, diferenciaba en Fedro una forma «patológica» y otra «privilegiada» del furor, que no era otra cosa que melancolía. La idea del furor como base de la creatividad artística es platónica.

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Atrapados por Saturno. Imaginarios recientes de la melancolía, de Anna Adell (Casimiro).

Esta dicotomía positiva-negativa permeó durante siglos hasta que llegó la Edad Media. Entonces, como apunta Anna Adell, historiadora del arte y ensayista, en su libro Atrapados por Saturno. Imaginarios recientes de la melancolía, «con la llegada del cristianismo, los eclesiásticos solo supieron ver en la melancolía la posesión demoníaca hermanada con la acedía» y aquellos que la padecieron fueron juzgados como sujetos exacerbados de deseo. El lado luminoso de la melancolía se apagó y se transformó en pecado.

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2 Comentarios
  • ¡Excepcional este dossier! Y de un tema que no pierde actualidad. ¡Quizá estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo siglo melancólico! Añadiría dos recomendaciones a una bibliografía tan completa: «La melancolía», de Carlos Gurméndez, y la película «Melancolía», de Lars von Trier. Creo que retrata magistralmente la disparidad de sentimientos que nos produce en los seres humanos la certidumbre de que todo tiene un final, en este caso simbolizado en la inminente y cronometrada desaparición del mundo por una colisión planetaria.

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