En la historia de la risa hay una fecha y lugar decisivos: febrero del año 387, en Antioquía. La entonces capital de Siria ahora en territorio turco se hallaba bajo el dominio del imperio romano de Teodosio el Grande. El emperador sube las cargas impositivas en los territorios ocupados para construir obras a mayor gloria propia y hacer frente al incremento en gastos militares.
Esta medida es recibida con especial inquina por los antioquenos, cuyas aportaciones estarán destinadas a sufragar unas coronas doradas para el emperador. Los miembros de la asamblea y de la aristocracia local se dirigen a las autoridades imperiales para pedir la reducción de los impuestos. El pueblo los sigue y se incuba una reacción popular, atizada en los lugares habituales de reunión, como el teatro, los baños y el hipódromo.
Las encendidas discusiones ciudadanas suben rápidamente de tono. Algunos intérpretes de este alzamiento popular atribuyen la subida de temperatura de la protesta a la acción de las claques profesionales que proliferaban por aquel entonces. Se trataba de grupos dedicados a dirigir los saludos imperiales en el teatro, parecidos a los directores de orquesta en las gradas más animadas de los estadios deportivos actuales. Estos profesionales en la gestión de las reacciones populares tenían el poder también de negar el saludo imperial.
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