No siempre ha sido el deseo un tema central en los filósofos. Muchas veces, las reflexiones sobre el deseo han sido consecuencia de sistemas filosóficos más amplios, como en Platón y su desvalorización del cuerpo o como en Hegel y su estudio del proceso de reconocimiento y la autoconciencia. En cambio, el deseo es un tema central en la filosofía de Jaques Lacan, y no un mero completo de su aparataje teórico o una prolongación de sus tesis antropológicas.
Lo interesante de la teoría lacaniana del deseo es que este no se coloca como una mera prolongación de las necesidades biológicas (igual que tengo hambre, deseo cosas) ni como un mero complemento del aparato pulsional (hay instintos, hay pulsiones, hay deseos). En Lacan, el deseo es mucho más que eso, mucho más que la mera falta que busca satisfacerse: es el efecto de nuestra estructura simbólica y de la falta que nos atraviesa. O, dicho de otra forma y salvando las distancias, el deseo es consecuencia del vacío que constituye al ser humano y del hecho de que seamos animales lingüísticos.
No es, por tanto, el deseo un tema de la necesidad. Esta ha sido la conceptualización clásica de nuestra tradición: deseamos porque algo nos falta, como cuando tenemos sed. Y una vez que esa falta se soluciona (bebemos), el deseo desaparece. Es una formulación, como puede verse, que orienta al deseo como una flecha del sujeto (sediento) hasta el objeto (agua) y que busca en su movimiento la satisfacción, la realización.
En el psicoanálisis lacaniano las cosas son un poco más complejas. Para empezar, y en consonancia con el resto de la filosofía francesa de finales del siglo XX, no hay un sujeto previo que desea, sino que el sujeto se estructura precisamente en el deseo a través de las operaciones de alienación y separación. El deseo está estructurado por el Otro simbólico (en mayúsculas: el lenguaje y el orden cultural). Es decir, no hay un «yo» previo a la experiencia (una mente, una personalidad, un sujeto), sino que lo que somos, lo que nos permite decir «yo» es el proceso deseante.
El deseo, además, se produce como consecuencia de la falta que se articula en la cadena de significantes. Es decir, el lenguaje no es un sistema que cierre completamente sobre sí mismo: para buscar el significado de una palabra tenemos que recurrir a otras palabras y muchos de estos significados no están cerrados completamente. Pensemos la diferencia entre «libertad» y «4», por ejemplo. Mientras que el significado de «cuatro» es cerrado (dos más dos unidades, cinco menos una unidad…), el significado de «libertad» no solo es abierto y nunca está clausurado, sino que depende de otros significantes igualmente abiertos («ser humano», «elegir»).
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