El mundo entero se paró hace unos meses por un virus y vuelve poco a poco a rodar transformado. Encontrarnos con eso a lo que llamamos la «nueva normalidad» nos hace pensar sobre el valor de la «antigua normalidad». El filósofo Enrique Forniés reflexiona sobre esta y el papel que en la nueva deberán tener las humanidades.
Por Enrique Forniés, doctor en Filosofía, investigador, escritor y profesor
Los cambios en la historia siempre son paulatinos. En ocasiones aparece lo que Nassim Taleb, en su obra homónima, llama un «cisne negro»: acontecimientos absolutamente impredecibles que generan un profundo trastornos social y económico. Estamos viviendo uno de ellos.
En el caso de Europa, la Covid-19 ha dado la vuelta al modelo existente. Los procesos que en las sociedades capitalistas occidentales debían desembocar en la cuarta o incluso en la quinta revolución industrial se han detenido de golpe. La lenta (aunque profunda) transformación de la realidad que estaba sucediendo se ha visto paralizada porque el contexto en el que se apoyaba se ha esfumado de manera repentina.
Un fenómeno natural, como la aparición de un virus extremadamente contagioso, ha hecho cambiar radicalmente el paradigma social y económico en el que vivimos. Solo nos ha dado tiempo a darle un nombre: «nueva normalidad». Por lo demás, lo único de lo que estamos seguros es de que nuestra forma de vivir será diferente a partir de ahora y que tenemos que adaptarnos a ella.
Quizá, en algún momento, ya sea por nostalgia o por intentar comprender lo sucedido, nos dé por mirar hacia nuestra «antigua normalidad», hacer análisis de ella, buscar los elementos que la conformaban y las reglas por las que se regía. Sin embargo, es imposible hacerlo de manera imparcial. Nuestra mirada ya se encuentra situada en este nuevo ámbito.
Pese al poco tiempo transcurrido, ya nos resulta imposible comprender cómo era esa «antigua normalidad» sin compararla con esto que estamos viviendo
Lo único que nos queda de aquella realidad son libros, fotografías, dibujos, películas y un sinfín de documentos analógicos y digitales que la memoria podría ayudarnos a interpretar. Pero ¿cuán fiable y duradera es la memoria de una persona? ¿Cuánto tiempo es necesario para que un recuerdo sea en realidad el reflejo de un recuerdo más antiguo? ¿Qué tarda una historia en convertirse en mito y pasar a la dimensión de lo irreal?
Por eso, aun cuando autores como Byung-Chul Han apunten hacia la tecnología como el ámbito en el que fijaremos nuestra atención para salir de esta crisis, ahora más que nunca es el momento de defender la poesía, la pintura, la historia y todas aquellas materias que se conocen como humanidades. Es el momento adecuado porque ellas son nuestro acceso hacia aquel antiguo paradigma en el que vivíamos instalados sin saberlo.
Porque las humanidades son las encargadas de hacer las descripciones del mundo en el que vivimos. Son el reflejo de las diferentes épocas en las que el ser humano ha vivido. Y son, como decía Richard Rorty en La filosofía y el espejo de la naturaleza, el canal mediante el cual podemos entrar en conversación con la humanidad.
No digo que las Humanidades escapen al sesgo del momento en el que nos encontramos. A lo que me refiero es que serán ellas las encargadas de reinterpretar aquella «antigua normalidad» para que nos resulte comprensible ahora, las que entrelazarán de nuevo la soga del tiempo para que podamos amarrar el pasado a nuestro puerto.
Es así como posiblemente consigamos seguir adelante. Porque, parafraseando a Ortega y Gasset en su obra En torno a Galileo, ante una crisis, el hombre vuelve la vista atrás con el objetivo de darse impulso. Busca en el pasado para comprender cómo era aquello de lo que procede, cuál era el suelo que pisaba y el modo en el que poder deshacer el nudo en el que se encuentra.
Las humanidades son el puente que permite el tránsito desde el pasado hasta nosotros
Quizá se piense que esto es absurdo o no tiene ninguna base histórica. Pero lo cierto es que, se esté de acuerdo o no con sus creencias, durante la Edad Media, el hecho de que los monjes amanuenses realizaran copias de las obras latinas hizo que estas no se perdieran. Pero no se dedicaron simplemente a replicar textos, sino que los glosaron, los cambiaron de formato o incluso los tradujeron a una lengua más moderna.
Y se quiera o no, se critique o se apruebe la labor de los monasterios y otras instituciones religiosas, la verdad es que ellos hicieron posible que en el siglo XV despertara con fuerza una corriente cultural que situaba al ser humano en el centro de la existencia. Un movimiento que reinterpretó y aprovechó la cultura griega y latina a través de los textos que aquellos monjes habían copiado. Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Caterina Sforza, Brunelleschi o Berrochio fueron algunas de las personas que vivieron esa época que posteriormente se llamó Renacimiento.
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