¿Cuál es el principal reto de la filosofía, o sus principales retos, en estos tiempos de zozobra, inseguridad e incertidumbre en todo el mundo?
María del Rosario Acosta. Filósofa colombiana
María del Rosario Acosta, doctora en Filosofía por la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, es profesora de Estudios Latinoamericanos en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de California, Riverside (Estados Unidos). Fue profesora asociada en el Departamento de Filosofía de la Universidad DePaul, en Chicago. Ha publicado libros sobre el Romanticismo alemán y Friedrich Schiller y ha editado obras sobre Hegel, Schiller, Filosofía contemporánea del arte y Filosofía política contemporánea.
«En el seminario de doctorado que enseño para el programa de Hispanic Studies de la Universidad de California, Riverside, hemos tenido con algunxs de mis estudiantes una discusión compleja alrededor del tema que nos convocaba para la sesión de esta semana: el fenómeno de la violencia sexual en el contexto del conflicto armado en Perú, y más concretamente, el trabajo que la antropóloga Kimberly Theidon llevó a cabo, como parte de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, recogiendo testimonios entre las comunidades indígenas de la zona de Ayacucho, donde la violencia sexual, perpetrada por los actores armados (tanto pertenecientes al ejército como a la guerrilla de Sendero Luminoso) fue una de las expresiones más comunes del conflicto en la región. La discusión resulta sobre todo de la dificultad vital, existencial, de pensar y escuchar el trauma desde la filosofía, una tarea que resulta para algunxs excesivamente alienante, para otrxs, profundamente paralizante.
El título del seminario, Gramáticas de la escucha: memoria y trauma en Latinoamérica, indica ya la dificultad de los temas a los que nos hemos enfrentado sesión tras sesión, en las que, combinando reflexiones teóricas, representaciones poéticas y documentos testimoniales y de archivo, nos hemos aproximado a las múltiples formas de violencia inauguradas, instauradas y llevadas a cabo por la ocupación colonial y las distintas caras de la colonialidad en Latinoamérica y el Caribe. Así, en lo que llevamos del curso hasta ahora, hemos pasado por fenómenos históricos tales como la trata de esclavos y el pasaje medio en los siglos XVIII y XIX en El Caribe, la explotación y consecuentes violencias llevadas a cabo en complicidad con el Estado por empresas multinacionales como la United Fruit Company en las zonas bananeras de El Caribe, y las torturas y desapariciones forzadas perpetradas por organismos del Estado en el caso de las dictaduras del cono sur (Paraguay, Argentina y Chile). Más adelante en el curso abordaremos también la violencia paramilitar en el contexto más reciente del conflicto armado en Colombia, y las protestas feministas frente a la condición que la filósofa Rocío Zambrana ha descrito como la de la colonialidad neoliberal de la deuda en Puerto Rico.
La hipótesis sobre la que el curso se funda es que el tipo de escucha que requiere confrontarse con fenómenos históricos de estas características, tanto de primera mano como a través de las representaciones artísticas a las que aquellos han dado lugar (especialmente allí donde el silenciamiento y la borradura institucionales, políticas e históricas han imposibilitado la audibilidad de estas violencias y de los silencios que dejan tras de sí), es una que no solo requiere una disponibilidad a ampliar el campo de lo audible. Exige más bien un cuestionamiento radical de los criterios que han determinado desde siempre qué «merece» ser escuchado y qué no en la conformación de una memoria histórica (de ahí el título de Gramáticas de la escucha relacionado con una apuesta filosófica propia).
«El reto mayor de la filosofía en el presente es el de entender a cabalidad la tarea de la escucha: una escucha comprometida con la crítica a los fundamentos que sostienen el propio pensar. Pero lo que mis estudiantes me recuerdan es que el reto no es la escucha, ni la crítica que esta conlleva, sino la apuesta radical por una filosofía que, atravesada por el cuerpo, no pueda ya dejar de escuchar»
Este tipo de trabajo, no obstante, como se ha hecho evidente a lo largo de las sesiones, no es uno que pueda llevarse a cabo únicamente desde un lugar teórico desafectado, sino que requiere también, en un nivel que muchxs en el seminario han descrito como mucho más íntimo y corporal, dejarse sacudir y atravesar por esas experiencias, pues aquí la imaginación entendida en el sentido más radical, esto es, como apertura y exposición completas a lo (in)comunicable del dolor de otros cuerpos, es en muchos casos la única respuesta solidaria posible, la única éticamente responsable, y quizás también, a otra escala, aquella que tiene el mayor potencial para movilizar el pensamiento y la acción. Escuchar el trauma de otrxs —y en el proceso, en algunos casos, descubrir o permitir que el trauma propio encuentre lugares distintos de enunciación y elaboración— obliga a pensar con el cuerpo, o mejor, hace imposible entender la tarea del pensar como una desafectada e incorpórea.
Es, no obstante, en el momento de enfrentarnos a la violencia sexual —en el momento en el que la Gorgona nos mira cara a cara— que la parálisis que la escucha del trauma suele traer consigo (una parálisis del cuerpo y de la mente, una incapacidad de acompañar a la experiencia con el cuerpo, y al cuerpo con la palabra), y que ya venía sugiriéndose en sesiones anteriores a partir de gestos menos evidentes, se presenta como innegable. Comparto siempre en mis clases las dificultades que encuentro yo, de manera personal, para abordar el tema del abuso sexual en espacios compartidos. Encuentro siempre en las reacciones que percibo en estas ocasiones la solidaridad de algunxs, la complicidad de otrxs, y no pocas veces —porque, lamentablemente, como lo muestran las estadísticas, es un fenómeno mucho más generalizado de lo que quisiéramos reconocer— el dolor en la mirada de aquellxs que saben exactamente a qué me refiero (hay aquí una comunicabilidad de lo incomunicable que da lugar, por instantes muy concretos, a una experiencia muy tangible aunque intraducible de comunidad). Esta semana en la que escribo estas líneas, sin embargo, esta parálisis encontró un modo de expresarse entre lxs participantes del seminario que, después de años de estar enseñando temas como estos, me cogió por sorpresa y agradecí profundamente. Porque en lugar del señalamiento de los límites claros que tiene la filosofía —o el pensar filosófico, para entenderlo en términos más amplios— para acompañar este tipo de experiencias (reacción recurrente en los espacios pedagógicos en los que he tenido la oportunidad de abordar estas discusiones) encontré entre mis estudiantes una confianza renovada y renovadora por la filosofía, una apuesta contundente por el poder de la escritura que esta hace posible y una materialización de la fuerza corporal que resulta de esta potencia.
«Hemos trabajado el duelo, la violencia racial y leído sobre barcos colonizadores llenos de cuerpos robados, temas que para mí son profundamente afectantes, pero justamente desde ese afecto, hago mi trabajo intelectual», escribe Carolina Herrera, estudiante de doctorado, chilena, feminista, militante. Y continúa: «Asumir que la filosofía es frialdad de antemano borra en cierto sentido las posibilidades amplias de nuestro trabajo. No trabajo filosofía porque es mi ‘área’, sino porque es mi herramienta para pensar el porvenir de otro mundo que esta íntimamente conectado conmigo misma».
¿Cuál es entonces el principal reto de la filosofía, o sus principales retos, en estos tiempos de zozobra, inseguridad e incertidumbre? La respuesta de Carolina esta semana me permite desviar la pregunta, o responderla —si un desvío es una modalidad del responder— desde la responsabilidad que tiene la filosofía para asumirse de otro modo. Una filosofía, no sobra aclararlo, feminista, anticolonial, crítica de su historia y fundamentos racistas. Una filosofía militante, pero, sobre todo, una filosofía entendida y escrita desde el cuerpo. Una filosofía entonces capaz de acompañar el dolor, de escucharlo, de inscribirlo en su materialidad más paralizante, para dar forma a un pensar, en palabras nuevamente de Carolina, «que le hace justicia a nuestras vulnerabilidades». El reto mayor de la filosofía en el presente, quería escribir yo esta semana, es el de entender a cabalidad la tarea de la escucha: una escucha comprometida con la crítica a los fundamentos que sostienen el propio pensar. Pero lo que estudiantes como Carolina me recuerdan es que el reto no es la escucha, ni la crítica que esta conlleva, sino la apuesta radical por una filosofía que, atravesada por el cuerpo, no pueda ya dejar de escuchar».
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