Para unos, fue un genio, el descubridor de un nuevo modelo de sanación que revolucionó la Europa del siglo XVIII. Para otros muchos, un curandero, un charlatán que se aprovechó de la credulidad de sus pacientes y manipuló sus esperanzas mediante la sugestión. Pero ¿quién fue realmente Franz Anton Mesmer?
Puede que a más de uno le suene el término «mesmerismo» y la relación de este con la hipnosis, la sugestión y muchas otras «curas milagrosas». La realidad es que el término es mucho más famoso que el personaje que le dio nombre. Y es que este médico y científico alemán vivió el vaivén de la fama y la desgracia como pocos, antes de quedar totalmente sepultado por la historia.
Enfermedades del alma
Franz Anton Mesmer nació en Iznang, Suabia (Alemania), el 23 de mayo de 1734. Tras su etapa escolar, estudió en las universidades de Dilinga e Ingolstadt, antes de licenciarse en medicina en la Universidad de Viena, ciudad en la que tomó la decisión de instalarse tras obtener su título y casarse con una viuda de buena familia, lo que le reportaría una acomodada posición y la oportunidad de codearse con la crème de la crème de la ciudad. De hecho, Mesmer fue uno de los primeros valedores de un joven músico que se convertiría en una de las grandes estrellas del continente: Wolfgang Amadeus Mozart.
Interesado por aquellas afecciones que parecían tener un origen más espiritual que físico y que no conseguían curarse con la medicina tradicional, Mesmer empezó a investigar y llevar a cabo experimentos con nuevos métodos. De dichos estudios dedujo que debía existir en el universo algún tipo de sustancia primera, presente en todos los elementos de la realidad, cuyos desequilibrios parecen estar relacionados con nuestras afecciones: cefaleas, jaquecas, crisis nerviosas, depresiones, ansiedad, psicosis, neurastenias, etc. Estas enfermedades −que hoy englobamos dentro de la psiquiatría y la psicología− son las que más despiertan la curiosidad de Mesmer, que se propone conseguir curar lo que nadie había sido capaz antes: el alma.
La tesis de Mesmer es que el flujo vital recorre los cuerpos de los seres vivos a través de una red de canales y que, por tanto, los problemas nerviosos y de salud asociados se producen por un bloqueo en los mismos. Mesmer comienza usando imanes y otros dispositivos para reconducir este flujo y restaurar el equilibrio en sus pacientes y se queda estupefacto al ver que muchos ven mitigadas sus dolencias y un buen número son completamente curados. Propios y extraños quedan boquiabiertos cuando el alemán empieza a enlazar un éxito tras otro y es entonces cuando comienza a defender su idea del «magnetismo animal», si bien poco después deja de usar imanes y realiza las curas simplemente con estar ahí, tocando, hablando y guiando al paciente, como si de un moderno mesías se tratara.
Sin medicamentos ni pruebas, Mesmer curaba a pacientes únicamente con el poder de su sugestión
Estos logros mediante la sugestión, sin medicamentos ni terapias, despertaron de inmediato los recelos de la comunidad científica y médica, para quienes la «magia» de Mesmer tenía poca base racional y sí mucho de charlatanería. Pero lo cierto es que Mesmer no parece un charlatán, ni un loco, ni un aprovechado, ni un mago. Es un intelectual, un científico títulado. Y pese a que para él es tan difícil explicar sus sorprendentes tesis y demostrarlas empíricamente, no puede negar el hecho de que ve con sus propios ojos cómo sus pacientes se curan o experimentan mejoría, en algunos casos sujetos que jamás habían hallado consuelo en la medicina tradicional. Por ello, no constriñe su mente a la lógica o las explicaciones racionales, sino que observa los resultados de sus tratamientos y trata de ofrecerlos al mundo para que este se maraville como él mismo lo ha hecho.
Entre escándalos y ataques
Pero el mundo no está por la labor, y la fama es un arma de doble filo. Mesmer comienza a despertar recelos, y son muchos los que ni confían en su magnetismo animal ni están dispuestos a permitir que un curandero fantoche pase por genio médico. De modo que cuando Mesmer trata a la joven pianista ciega Mariah Theresa Paradis, de 18 años, sus enemigos están esperando como lobos hambrientos. Finalmente llega el escándalo cuando los padres de Paradis, contra la voluntad de esta, la obligan a abandonar el tratamiento (hay quien dirá que entre ambos había una relación romántica) y la joven regresa a su casa sin haber recuperado la visión. Ante los continuos ataques y escándalos, Mesmer decide simplemente seguir con su trabajo y sus investigaciones en otro lugar, por lo que se traslada a París en 1777.
En Francia vuelve a empezar de cero. Alquila un piso en una de las mejores zonas de la ciudad, cerca de la flor y la nata de la sociedad, y abre una nueva consulta. Pronto corre la noticia de la llegada del famoso médico alemán capaz de curar las enfermedades del alma y enseguida el nombre de Mesmer está en boca de todos. La clientela es tan abundante que el padre del magnetismo animal idea un sistema de bañeras interconectadas para poder tratar a varios pacientes a la vez.
Ante semejante éxito, Mesmer decide escribir Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal (1779) −libro en el que incluye sus famosas 27 proposiciones– y Tratado histórico de los hechos relativos al magnetismo animal (1781), con la intención de darle a sus teorías el espaldarazo definitivo. Está cansado de las chanzas y las burlas de todos aquellos que le consideran poco más que un estafador y para ello, con el apoyo de su discípulo Charles d’Eslon (un médico de gran prestigio), trata de ser reconocido por las Reales Academias de las Ciencias y de la Medicina. Lamentablemente, no ocurre. Nadie cree en el magnetismo animal. Todos sus clientes satisfechos, todos sus pacientes curados, que ven en él una suerte de genio médico, no son suficientes para convencer a los académicos, para quienes solo aquellos logros que pueden ser explicados racionalmente tienen alguna validez.
El magnetismo animal no parece existir
Esa obsesión de reconocimiento es lo que termina por hundir a Franz Anton Mesmer. El revuelo generado terminará llegando a oídos de Luis XVI, que toma la decisión de designar una comisión que disipe las dudas en torno al mesmerismo de una vez por todas. Pero, de nuevo, la suerte corre en contra de Mesmer. Y es que la comisión, a pesar de estar formada por algunos de los grandes intelectuales de la época (o quizá por eso mismo), no trata de comprobar si los resultados obtenidos son ciertos y producidos directamente por el método del médico alemán, sino que se centran únicamente en demostrar la no existencia del magnetismo animal al que Mesmer atribuye sus éxitos. No hay ninguna evidencia científica de que exista una sustancia así, de modo que su nombre y su ciencia quedan completamente embarrados. Sus críticos se ceban con él, acusándole de estafador, de engañabobos barato que se dedica a timar a personas crédulas y enfermas capaces de agarrarse a cualquiera que les dé alguna esperanza de mejoría. La Academia asegura que los éxitos de Mesmer no son más que frutos de la imaginación de estos enfermos.
En busca de certezas
En 1785, Mesmer cierra su consulta y abandona París. En adelante se centrará en lograr esas certezas que el mundo académico le ha venido negando mientras sobrevive como médico rural en su casa del lago Constanza, y es que se resiste a pasar a la historia como un fantoche. Se considera un erudito, un intelectual, un científico, y no piensa desligarse así como así del trabajo de toda una vida.
De lo que sí se desembarazó fue de la opinión de los demás. Indiferente y ajeno a la voluntad de terceras personas, decide centrarse únicamente en sí mismo. Él sabía lo que había experimentado. Había visto la mejoría y la sanación de sus enfermos; había sido consciente del poder curativo que ejercía con gestos y palabras; sin medicamentos, sin caros y dolorosos tratamientos. Ha vencido crisis nerviosas, paranoias, depresiones, ataques de histeria, neurastenias y jaquecas armado únicamente con su magnetismo animal. Y con eso, con la confianza en su propio criterio, decide que tiene más que suficiente, tal y como queda plasmado en su última obra: Memorias de Franz Anton Mesmer, doctor en medicina, sobre sus descubrimientos (1799).
La obsesión por lograr el reconocimiento académico terminaría hundiendo a Mesmer
Franz Anton Mesmer moriría mucho tiempo después, olvidado y ajeno a la fama levantada, en Meersburg, Alemania, el 5 de marzo de 1815.
El legado de Mesmer
Durante décadas la figura de Franz Anton Mesmer quedó olvidada, no así sus estudios, que darían lugar, por ejemplo, al descubrimiento de la hipnosis por parte de James Braid en 1842.
La visión de una sustancia homogénea y primera, presente en todo lo que existe, fue la gran visión de Mesmer. Al igual que hacen el taoísmo, el budismo, el yoga y la medicina tradicional china con el Qi, Mesmer entendía que había un elemento vertebrador de toda la existencia y que sus métodos podían restablecer el orden cuando se producía un desequilibrio en nuestro cuerpo. Esa era la explicación que él mismo defendía y con la que trataba de explicar por qué donde la medicina tradicional encallaba él era capaz de curar.
A día de hoy sigue sin poderse explicar racionalmente el mesmerismo, pero sí que se han producido ciertos avances. Es un hecho que la sugestión, la fe, la esperanza y las creencias influyen en la salud. Es posible que la sugestión a la que Mesmer sometía a sus pacientes actuara de un modo similar, creando en el paciente unos pensamientos que permitían romper con ese malsano ciclo mental (como la terapia conductual, que permite al paciente reescribir el proceso de su pensamiento) y al mismo tiempo liberar dicho mal del subconsciente (tal y como hace el psicoanálisis con el inconsciente).
Ficción o realidad, curandero o genio médico, lo cierto es que Mesmer se encontró con un muro de racionalidad que ni siquiera su enorme fama y logros pudieron superar.
La propuesta de Mesmer en 5 claves
1 Para Mesmer existe una multitud de interacciones mecánicas entre los cuerpos celestes, la Tierra y los organismos vivientes, si bien desconocemos cuál es el proceso de las mismas. No obstante, una explicación sería que estas se desarrollan en un fluido «universalmente disperso» al que Mesmer denomina fluido del magnetismo animal.
2 Los procesos de Mesmer se dan en los lugares o situaciones en los que dicho fluido se encuentra distribuido de un modo irregular, pues se trata de un elemento dinámico que varía a lo largo del tiempo.
3 En la Tierra, todas las características de los cuerpos, tanto animados como inanimados, están influidas por los efectos de los cuerpos que los rodean, así como por los cuerpos celestes. El fluido es el medio que interviene en estos efectos.
4 En el caso de los organismos animales, estos tienen una receptividad especial al fluido del magnetismo animal, afectando a los nervios debido a las interacciones que se desarrollan entre unos y otros. No obstante, es un error pensar que solo los seres animados poseen dicho magnetismo, pues el mismo también está presente en el agua o las plantas.
5 El método ideado por Mesmer sería el modo en que el médico era capaz de manipular estas energías, conteniéndolas, aumentándolas, etc., restaurando su equilibrio de modo que las dolencias del paciente, por lo general relacionadas con los nervios o la mente, desaparecieran.
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