¿De qué debe ocuparse la filosofía? Diferentes filósofas y filósofos de distintos países del mundo nos aportan sus reflexiones. Partiendo de esa pregunta, unos plantearán el cometido de esta disciplina, otros nos hablarán de dónde han de estar sus límites, si es que los tiene, o de hasta dónde pueden llegar sus análisis, etc.
Pensamiento de Alejandro Escudero Pérez. Filósofo
Alejandro Escudero Pérez es profesor y director del Departamento de Filosofía en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Dentro de la filosofía contemporánea, sus intereses arrancan de la crisis de la modernidad y de la crisis del sujeto y desembocan en el problema de una ontología del acontecimiento. Es autor de numerosos artículos académicos y de varios libros. Los más recientes: Piezas de filosofía y Turbulencias (ambos de Ápeiron Ediciones). Ha colaborado en el programa Venga la radio, de RNE.
Intentaremos aclarar esta cuestión a partir de una distinción que procede de Kant, aunque la elaboraremos en un sentido diferente. La filosofía, diremos, se despliega según dos direcciones: filosofía académica y filosofía mundana.
La filosofía académica aborda la lectura e interpretación de los textos procedentes de una amplia y sinuosa tradición, con su inmenso caudal sedimentado en las fuentes escritas. La filosofía, así, es estudiada en los distintos periodos de su despliegue histórico (etapas grecolatina, medieval, renacentista, moderna y contemporánea).
Conviene reparar en dos aspectos de esta tarea. Por un lado, el canon de la obras consideradas «clásicas» no es fijo e invariable, sino dinámico: la historia se forja, siempre, desde el presente, y a este, por diversas razones, le interpelan más unos conjuntos de textos y menos otros. Por otro lado, los textos mismos van desprendiendo distintas capas de su sentido según los contextos de su recepción (hay, pues, eso que Gadamer llama una «historia efectual»: las repercusiones e impactos de las obras son variables y van por oleadas de mayor o menor intensidad).
Así, el canon filosófico se hace y se deshace de un modo complejo en la medida en que es el escenario de una pugna, de una disputa inacabada. Y es especialmente importante para la historia de la filosofía no atarse, por mera inercia y pereza, a un canon cerrado y permanente (por eso, por ejemplo, es importante, en el contexto actual, prestar atención a obras que han sido, por muchos motivos, desatendidas o marginadas indebidamente —los presocráticos, Lucrecio, Averroes, Christine de Pizan, etc.—).
El canon filosófico se hace y se deshace de un modo complejo en la medida en que es el escenario de una pugna, de una disputa inacabada
La filosofía mundana, por su parte, está volcada en llevar a cabo un diagnóstico del mundo en marcha. Foucault y Vattimo han denominado a esta tarea, de modo perspicaz, «ontología de la actualidad». Si la filosofía académica está enfocada hacia el pasado, la filosofía mundana se orienta hacia el futuro.
Y la actualidad del mundo, ya en el siglo XX, está marcada por una profunda crisis de la modernidad que afecta de un modo específico a cada uno de los distintos ámbitos de comprensión del mundo (ciencia y técnica, ética y política, arte y religión). Ya en 1944, Adorno y Horkheimer aludieron, para diagnosticar el trasfondo de esa crisis, a una «dialéctica de la Ilustración»: el proyecto de emancipación del sujeto moderno terminó revelándose, en su entraña, como un proyecto de dominio y control. Y en 1979, Lyotard habló del descrédito de las distintas versiones de la narración del progreso de la historia universal.
En una crisis despuntan una serie de grietas o desajustes en las distintas estructuras y procesos que organizan internamente un mundo histórico. La filosofía brota en medio de esas grietas y busca con ahínco en los fenómenos emergentes una alternativa a lo que está vigente: explora así la dimensión de los mundos posibles que podrían llegar a implantarse en el mundo actual, encontrando para sus problemas alguna vía de resolución.
Es decir, la filosofía mundana busca en el momento del crepúsculo el anuncio de una aurora (tal y como, desafiando a Hegel, enunció Nietzsche): indaga sobre la apertura de nuevas posibilidades de habitar el mundo y de desplegar en él sus formas de comprensión (arte, ciencia, política, etc.).
La crisis ecológica, por mencionar un aspecto de la crisis que nos concierne en la actualidad, es, por todo lo dicho, a la vez un grave riesgo y, también una oportunidad de dar con un mundo mejor (por otro lado, esa crisis específica pone sobre el tapete una serie de debates de calado filosófico: la crítica del antropocentrismo emprendida por el poshumanismo, la imbricación interna entre naturaleza y cultura, las ilusiones de control de la tecnociencia, los delirios del transhumanismo, la cuestión de la convivencia del animal humano con el resto de las especies que pueblan la biosfera, etc.).
Por último, una precisión más: estas dos facetas de la tarea filosófica —la académica y la mundana— no pueden, en el fondo, estar enteramente desconectadas. Se fecundan y estimulan mutuamente. Ambas tienen, en última instancia la misma fuente: el futuro de lo posible, es decir, un acontecimiento por venir que al saber filosófico le corresponde, una y otra vez, preparar y precipitar forjando una teoría crítica de la actualidad.
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