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Philipp Mainländer: un camino hacia la nada

Ha publicado Alianza Editorial una extensa antología que nos acerca a la obra más relevante de Philipp Mainländer, radical y muy original discípulo de Arthur Schopenhauer: la «Filosofía de la redención» (1876). La edición incluye dos completos estudios preliminares de los especialistas en pesimismo filosófico Manuel Pérez Cornejo y Carlos Javier González Serrano, además de textos de Mainländer nunca antes publicados en español.

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El filósofo y poeta alemán Philipp Mainländer.

El filósofo y poeta alemán Philipp Mainländer. Imagen distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia Creative Commons CC BY-SA 4.0.

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Philipp Mainländer (1841-1876) es aún un pensador poco conocido en el ámbito académico hispanohablante, si bien, gracias a la labor de sus editores y traductores en español, Manuel Pérez Cornejo y Carlos Javier González Serrano, su producción va cobrando un papel cada vez más relevante. Ambos investigadores ofrecieron al público, hace unos años y por vez primera, la obra cumbre de Mainländer, su monumental Filosofía de la redención, en su versión íntegra. Y tiempo después han vuelto a la carga con la publicación de una más que necesaria antología (con Alianza Editorial) en la que, a través de dos extensos prólogos, los lectores podrán acercarse al meollo del pensamiento mainländeriano.

Visto en retrospectiva, hay quien no ha tenido duda en referirse a Mainländer como un «nuevo mesías» filosófico que adelantó, desarrolló e inspiró algunas de las nociones más relevantes del siglo XIX que, más tarde, serían recogidas por autores como Nietzsche (quien leyó con fruición a Mainländer), Freud, Albert Caraco, Akutagawa Ryunosuke, Thomas Ligotti, Eugene Thacker, David Benatar, Ray Brassier o Cioran, entre muchos otros. Por ejemplo, la «muerte de Dios». Esta expresión, usualmente atribuida a Nietzsche, ya la pudo leer este en Mainländer, cuya Filosofía de la redención había adquirido el 26 de abril de 1876, recién publicado el libro, habiéndola estudiado intensamente durante su célebre estancia en Sorrento, en los últimos años de ese mismo año. La lectura de este libro cambió por completo el destino de Nietzsche… y el de toda la filosofía posterior.

Fue Philipp Mainländer un pensador intempestivo, extraña y radicalmente alejado de las corrientes ilustradas que ya hacían aguas definitivamente en una época, el siglo XIX, abocada a trastocar todos los —hasta el momento— seguros fundamentos que, algunos decenios antes, había cimentado con no pocos esfuerzos el idealismo de los Kant, Fichte, Hegel y Schelling. Mainländer rompió con —y quebró— los estandartes más sólidos de la Ilustración, período que, para las inquietudes del hombre decimonónico, fragmentado en su alma por gracia de una capciosa e insidiosa enfermedad ontológica (precisamente, la de falta de fundamento, Grund en alemán), precisaba de nuevos valores y razones que dieran consistencia a una consciencia escindida, a un espíritu roto en mil pedazos tras el aluvión romántico y la entrada definitiva en escena de la Lebensphilosophie, propiciada por los escritos de quien el propio Mainländer reconoció en no pocas ocasiones como su auténtico inspirador filosófico, a pesar de criticarlo en diversos aspectos de su doctrina: Arthur Schopenhauer (1788-1860).

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Además de la faceta filosófica, Mainländer también cultivó la literaria. Fue en su larga y prematura estancia en Italia, en su época de juventud, en la bella costa amalfitana, lejos de la oscura e industrial ciudad que lo vio nacer (Offenbach am Main), cuando comenzó a ensayar sus primeros intentos poéticos, de los que surgió su Diario de un poeta (Aus dem Tagebuch eines Dichters, obra traducida al español por Carlos Javier González Serrano y Manuel Pérez Cornejo). Tras volver de Italia, encuentra un panorama que le parece, y probablemente así fuera, desolador: un lastimoso desengaño amoroso, el apremiante avance del capitalismo más férreo, la desemejanza entre el cálido clima de Amalfi, Capri y Sorrento y el lóbrego y frío propio de su natal Alemania… Contrapuntos, hechos, circunstancias que delimitan, confeccionan y marcan a fuego desde entonces la vida del joven filósofo que, como hiciera su maestro Schopenhauer, estaba destinado (no vocacional, pero sí familiarmente) a dedicar su vida a los negocios. Muchas de estas enfrentadas y arrebatadoras vicisitudes fueron, además de su carácter —que tendía a la soledad y al recogimiento—, las que lo condujeron al suicidio en 1876.

En Mainländer, la muerte de Dios es el acontecimiento metafísico fundamental, que va más allá de cualquier «interpretación» del mundo, como sucede en el caso de Nietzsche. En la filosofía mainländeriana, Dios ha muerto, pero no porque lo hayan matado los seres humanos, sino porque Él mismo eligió libremente morir. Todo se ciñe, así, a una ley del debilitamiento que nos conduce, a través de una voluntad de morir, hacia la nada de manera progresiva.

En la filosofía mainländeriana, Dios ha muerto, pero no porque lo hayan matado los seres humanos, sino porque Él mismo eligió libremente morir

El pesimismo filosófico está de moda. El abrumado individuo actual comienza a entrever que el filón pesimista no se limita al admirable y genial Schopenhauer, sino que tiene vetas muy ricas, de las cuales cabe extraer quizá no la verdad, pero sí jugosas enseñanzas. En un mundo en el que todo —incluido el propio planeta— amenaza con derrumbarse, el pensamiento de Mainländer nos muestra que ese derrumbe forma parte del curso de los acontecimientos; que haber esperado otra cosa es soñar en vano, pero que, a pesar de todo, cabe enfrentarse al eclipse generalizado con serenidad. En los maestros del pesimismo hay una suerte de neoestoicismo que no está exento de grandeza, sublimidad y de una buena dosis de humor (al contrario de lo que suelen sostener los optimistas, pesimismo y humor suelen ir de la mano).

La nuestra está llamada acaso a ser la época que Mainländer llamó del «heroísmo sabio», característico de alguien que afronta la existencia, el sufrimiento y la muerte sin hacer la más mínima ilusión, pero con humor y de forma activa, para evitar que la caída sea aún más catastrófica. El mundo, al igual que sucede en la obra principal de Mainländer la Filosofía de la redención, se mantiene en perpetuo movimiento por la perenne destrucción a la que está sujeto: de ahí, al fin, el incesante desear, que se traduce en última instancia en un inmutable deseo de posesión de la redención, del descanso en la nada. El ser humano siente las cosas como suyas «en cuanto útiles para su continuación», en la «actualidad de su afirmación».

Los caminos hacia el nacimiento de lo que Mainländer llamó «el hijo de la luz», de quien busca la redención en la nada, están, más que nunca, abiertos para quien se acerca a las enseñanzas de este filósofo, pues, en sus palabras:

«El sabio elige solamente el estremecimiento, la aniquilación, al considerar las ventajas de la nada absoluta, y renuncia al placer; pues tras la noche, llega el día; tras la tormenta, la dulce paz del corazón; tras el cielo tormentoso, la pura cúpula etérea, cuyo brillo muy rara vez turba la más pequeña nubecilla (el desasosiego producido por el impulso sexual), y luego la muerte absoluta. ¡La redención de la vida y la liberación de sí mismo!».
Filosofía de la redención

El mundo se mantiene en perpetuo movimiento por la perenne destrucción a la que está sujeto: de ahí el incesante desear, que se traduce en un inmutable deseo de posesión de la redención, del descanso en la nada

La lectura de Mainländer nos hace sentirnos más lúcidos y emancipados en esta época de pandemias y nuevos males: será, quizá, la prueba de que el tiempo del «nuevo mesías» del ateísmo ha llegado. El tiempo de Mainländer. El tiempo del héroe sabio (weise Held), el fenómeno «más puro y noble que hay en el mundo», en contraposición a quien decide afirmar, demoníacamente (en el sentido de maníaca o fanáticamente), la vida.

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