¿Qué tienen que decir las ciencias sociales y las humanidades para defender la dignidad de los pacientes psiquiátricos? ¿Por qué la psiquiatría está en crisis cada vez que maltrata a un paciente desde una perspectiva unilateral y reduccionista? Una experiencia personal me hizo plantearme estas cuestiones y un libro, Mirando atrás para seguir avanzando, de Marcelino López Álvarez, me abrió los ojos a posibles respuestas.
Por Julieta Lomelí
Hace algún tiempo me encontré con una mujer que lloraba desconsolada cerca de mí, esperaba a mi lado en la clínica para ser atendida. No era el mejor momento de mi vida como seguramente tampoco lo era para miles de mujeres y hombres que habían sufrido un colapso emocional o físico, que, como una bomba de tiempo, estallaba con la experiencia del confinamiento obligado por la pandemia.
Un caso de maltrato psiquiátrico
La mujer, de unos sesenta años, me preguntó entre lágrimas por qué estaba ahí, a lo que contesté que en meses pasados me habían diagnosticado gastritis y necesitaba cambiar un medicamento que personalmente me había caído muy mal. Ella me contó que también quería cambiar un medicamento, un antidepresivo llamado Sertralina, porque llevaba más de quince años tomándolo y nunca le había funcionado.
Me preguntó que dónde creía yo que usualmente se sentía la depresión. Nunca me había pasado por la cabeza una pregunta así, que por supuesto tenía cierta lógica: cuando enfermamos de algo generalmente sentimos dolor en alguna parte del cuerpo, ¿por qué no lo habríamos de sentir si enfermáramos de depresión? Sin embargo, la depresión no parece ser considerada una «enfermedad», sino un trastorno que mengua el ánimo y que a veces presenta, o no, síntomas físicos. No supe qué contestar a la mujer, solo pensaba que si existiera algo que me doliera con una depresión seguramente sería el «alma».
Ella siguió hablando, y señalándome su pelvis afirmó muy segura: «A mí la depresión sí me duele, justo aquí, muy adentro y me duele mucho. Desde hace quince años no deja de dolerme. A veces voy en el tren y lo único que pienso es que quisiera lanzarme a las vías y morir». Me quedé sin palabras, ella había estado quince años yendo con un psiquiatra del sector privado, quien la medicaba con antidepresivos, y jamás, según comentaba, había tenido algún seguimiento psicoterapéutico o algo parecido, y ni siquiera parecía ocurrírsele que fuera posible algo distinto a la sola medicación, porque su médico «solo le daba pastillas desde hace quince años».
Ese horrible día, más allá de la historia de terror que podría esconder el dolor físico de aquella mujer, ahí en la sala de espera común de un nosocomio público, me atreví a sugerirle que esta vez, con su viva voz, pidiera un acompañamiento terapéutico, no solo medicina. También era «urgente» que hablara con un psicólogo o con otro especialista sobre su historia de vida y sobre cómo se sentía en esos momentos, porque no podía seguir así solo con pastillas. Ella me agradeció y minutos después fue llamada a la consulta médica.
¿Dónde se siente la depresión? Cuando enfermamos de algo generalmente sentimos dolor en alguna parte del cuerpo, ¿por qué no lo habríamos de sentir si enfermáramos de depresión?
Una psico(pato)logía integral
Desde entonces no he dejado de darle vueltas al asunto, pensando en que, de ser verdaderas las palabras de la mujer, ella sufrió un infierno durante quince años por culpa de un psiquiatra que la trató como una caja de engranajes a la que solo hay que cambiarle el aceite, subiendo o bajando cantidades, y no como una persona a la que también hay que escuchar, comprender y atender de manera integral. ¿Pero qué es un tratamiento integral? ¿Por qué la psiquiatría está en crisis cada vez que maltrata a un paciente desde una perspectiva unilateral y reduccionista? ¿Qué tienen que decir las ciencias sociales y las humanidades al respecto para defender la dignidad de los pacientes psiquiátricos?
Para responder a estos dilemas, afortunadamente ha caído en mis manos el reciente libro del psiquiatra y sociólogo Marcelino López Álvarez Mirando atrás para seguir avanzando. Una reflexión crítica sobre el pasado y el presente en la atención de la salud mental, publicado por Herder. Se trata de una propuesta crítica del estado de crisis de la psiquiatría actual, abarcando distintos temas, tendencias sociológicas y antropológicas de hoy, y aspectos operativos y prácticos alrededor de esa compleja e interdisciplinaria faena de la psiquiatría.
Lo que el autor sostiene a lo largo de sus páginas es la sugerencia de una óptica integral de la psiquiatría, una que mire con severidad los errores del pasado —como por ejemplo el prolongado asilo e inhumano trato y experimentación con los pacientes en los nosocomios psiquiátricos—, sin olvidar las fallas presentes, que desde una visión muy general recaen en dos polos: en la perspectiva meramente biológica del paciente, que lo reduce a un usuario al que solo se le suministran fármacos olvidando la parte humanista; o, por otro lado, en la perspectiva que, abusando y distorsionando las tendencias de la psicología y de la filosofía, llega incluso a negar la existencia de las enfermedades mentales y el campo de acción de los tratamientos psiquiátricos. Como escribe el autor:
«Hay planteamientos de diversa ‘radicalidad’ (Brown, 1995; Horwitz, 2013), desde la afirmación más o menos banal de que nuestras teorías acerca de la realidad (lo que aquí denominamos ‘enfermedades o trastornos mentales’) son construidas socialmente, hasta que esa propia ‘realidad’ es solo una construcción social, signifique eso lo que signifique (Hacking, 2001; López, 2019), más cerca o más lejos del relativismo posmoderno (Boghossian, 2009)».
El hecho de que el relativismo posmoderno, tan extendido en muchos ámbitos académicos, juzgue de manera falaz a las enfermedades mentales como una invención social que pretende controlar a unos para dar poder a otros no significa que las ciencias sociales y la filosofía no tengan una forma más rigurosa de hablar sobre el asunto, y que sean incapaces de contribuir al perfeccionamiento de la labor psiquiátrica. El primer requisito para construir una psiquiatría más humanista es la colaboración de las humanidades en las ciencias médicas, aceptando que el hecho de que dichas ciencias sean construidas por humanos de carácter siempre perfectible no implica «por sí mismo y de manera automática, que los conocimientos obtenidos sean meros ‘discursos’ arbitrarios y desprovistos de más fundamento que la creencia de escuela, el consenso y las relaciones de poder». Quizá uno de los pasos más importantes para que materias como la sociología o la filosofía tengan injerencia dentro de la psiquiatría es darse cuenta de lo anterior y construir, a partir de la modestia intelectual, un trabajo en conjunto que no deje de ser crítico pero tampoco niegue la existencia biológica y la necesidad ocasional de la utilización de psicofármacos.
Una óptica integral de la psiquiatría ha de mirar con severidad los errores del pasado y del presente, que recaen en dos polos: en la perspectiva biológica del paciente, que lo reduce a un usuario al que solo se le suministran fármacos olvidando la parte humanista; y la perspectiva que llega a negar la existencia de las enfermedades mentales y el campo de acción de los tratamientos psiquiátricos
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Una psiquiatría que abarque más
Por otro lado, sostiene López Álvarez, también es necesario exigirle a la psiquiatría no solo atenerse a la farmacología y al reduccionismo biológico, sino que atienda también a los aspectos psicosociales de cada caso: a las redes familiares, al contexto social y económico, a las circunstancias muy particulares y a todo ese entramado que hace de cada individuo un hombre o una mujer integral, no un individuo de una sola cara. Considerando los detalles y encontrando un tratamiento humanista, se podrían desarrollar tratamientos más integrales que no dejen todo en manos de los fármacos. Como escribe el autor, solo así parecería más…
… «sensato ir hacia un uso razonable de los fármacos basado, por un lado, en un conocimiento serio de los mecanismos de acción y del balance de utilidad y riesgo de cada uno de ellos, y, por otro, en la necesidad de consensuar su uso con las personas concretas a las que se prescriben, sobre la base de una información correcta y de una valoración en común de su utilidad en cada caso concreto, más allá del empleo habitual automáticamente basado en el diagnóstico».
Pero la sensatez quizá solo podría lograrse pensando en la elaboración de una nueva «psico(pato)logía», una que trabajara en conjunción con todo ese sistema integral que no olvida las particularidades psicosociales ni tampoco los errores del pasado en la práctica psiquiátrica, pero también se atiene a los procedimientos exitosos de la práctica psiquiátrica y farmacológica, sin nunca dejar de ser crítico con las anteriores. En este sentido, como escribe López Álvarez, una psicopatología más óptima no puede solamente construirse desde el modelo tradicional que consiste en ser…
…. «una curiosa disciplina, iniciada con sucesivas series de arcaicas descripciones de supuestas entidades nosológicas, más parecidas a los inventarios botánicos de la en su día incipiente biología que a una psico(pato)logía real, entendida como parte de la psicología encargada de explicar las conductas anómalas, a imagen y semejanza de la patología y la fisiología. Así, hay multitud de autores desde la prehistoria de esta especialidad médica surgida en el asilo, cuyo estudio, más allá de su evidente interés histórico o arqueológico, es considerado imprescindible por algunos (Desviat y Moreno, 2012b; Álvarez, 2008), como si en sus trabajos pudiéramos encontrar solución a nuestros problemas».
La psicopatología debe exigirse un modelo más humanista, uno que considere al individuo como algo más que un usuario de los servicios sanitarios, como una persona en toda la extensión de la palabra, como un individuo con una narrativa particular, con un pasado que pudo determinar algunos rasgos y un contexto presente que no solo tiene que ver con su propia biología o genética, sino con el ambiente en el cual se desenvuelve día con día. En este sentido, López Álvarez piensa en una nueva psicopatología que habrá de convertirse más bien en una «psicopatología biopsicosocial», que más específicamente esté construida por la consideración de los siguientes aspectos:
1. «Una nosología o tipología de los trastornos» de carácter amplio y crítico, que analice el sufrimiento de los pacientes y las particularidades de sus problemas, y que piense en las posibilidades que tiene para auxiliarlos y en las «estrategias de afrontamiento».
2. «Una psico(pato)logía propiamente dicha (dentro de la patología general y desde la psicología)», como el estudio de las conductas operadas cuando se tiene un trastorno mental, y los móviles, «cogniciones y emociones» que originan dichas conductas.
3. «Y una clínica, como análisis concreto de la situación particular de cada persona, mediante una interacción compleja de conocimientos teóricos y habilidades profesionales, vivencias del usuario y contexto familiar, relacional e institucional del mismo».
El psiquitra y sociólogo Marcelino López Álvarez piensa en una nueva psicopatología que habrá de convertirse más bien en una «psicopatología biopsicosocial»
La consideración integral de la situación detallada de cada paciente como una persona compleja y atravesada por muchos factores a considerar dará la posibilidad de construir una «intervención personalizada», esquivando así intervenciones que tienden o a reducir al paciente a condicionantes biológicas y de atención meramente farmacológica. O como escribe nuestro autor de manera tan asertiva:
«La psico(pato)logía debería permitirnos entender o comprender el funcionamiento y las manifestaciones cognitivas, conductuales y afectivas de las personas, incluyendo el significado que le dan y considerando su carácter activo o de ‘sujeto’, con un importante papel del lenguaje. Por otro lado, es posible un uso razonable de la fenomenología y otros procedimientos ‘hermenéuticos’, siempre que seamos conscientes de sus límites y posibles sesgos, pero sin renunciar, además de comprender, a explicar esos comportamientos mediante la interacción de la biología, la psicología y las ciencias sociales, como establece el modelo biopsicosocial».
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