Después del fallecimiento de Hermann Hesse (1877-1962), Theodor Heuss, presidente de la República Federal de Alemania, escribía a su viuda que tras su desaparición “la poesía y la literatura en lengua alemana había perdido una de sus más profundas voces”. Pero ¿fue esta la verdadera recepción de Hesse en Europa?
Después de recibir el premio Nobel (en 1946, a cuya ceremonia no acudió) y de la publicación de una de El juego de los abalorios (Das Glasperlenspiel), comenzó a hablarse cada vez menos del genio de Calw. De hecho, tras la década de 1950, se hace patente un interés cada vez menor por su literatura: su reputación como escritor empezó a decaer, como si hubiera sido algo una pasajero. Una gran parte de la intelectualidad europea lo catalogó como autor de segunda o como escritor destinado al público más joven. Muy pronto, investigadores y críticos literarios se desmarcan de la senda trazada por Hesse y se interesan por otros autores.
Pero Hesse nunca perdió a sus lectores, una amplia comunidad que se interesaba por los inmortales asuntos que preocuparon al escritor alemán: la vocación, la autenticidad, la rebeldía, el arte, la poesía o la búsqueda del Absoluto (mucho se ha dicho sobre la indiscutible influencia romántica en su literatura).
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