¿Cuál es el principal reto de la filosofía, o sus principales retos, en estos tiempos de zozobra, inseguridad e incertidumbre en todo el mundo?
Alejandro Escudero Pérez. Filósofo español
Alejandro Escudero Pérez es profesor y director del Departamento de Filosofía en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Dentro de la filosofía contemporánea sus intereses arrancan de la crisis de la modernidad y de la crisis del sujeto y desembocan en el problema de una ontología del acontecimiento. Es autor de numerosos artículos académicos y de varios libros. Los más recientes: Piezas de filosofía y Turbulencias (ambos de Ápeiron Ediciones). Ha colaborado en el programa Venga la radio, de RNE.
«Estamos en medio de una crisis ecológica cada vez más patente y virulenta y, sin ánimo de alentar un burdo catastrofismo, la aldea global se dirige aceleradamente hacia un colapso más o menos acentuado. Y a una emergente ciudadanía ecológica le corresponde reaccionar ante este reto decisivo.
Por su parte, a la filosofía, como teoría crítica del mundo en marcha, le corresponde, en primer lugar, indagar —genealógicamente, como diría Nietzsche— en la raíz de esa crisis, en sus detonantes más profundos. Solo si se explicita la raíz del problema podrá, tal vez, en algún momento más o menos lejano, localizarse para él una solución. Pero, dicho con brevedad, ¿cuál es la raíz de la multifacética crisis ecológica?
El sustento y el impulso que late constantemente bajo los distintos procesos históricos que han desembocado en la crisis ecológica es un exacerbado antropocentrismo. En el mundo moderno se ha afirmado recurrentemente que el hombre es el fundamento del mundo, el sujeto universal de la razón. Si esto fuera cierto, lo sería porque el hombre está, en su esencia, separado del mundo: es anterior y superior a él (si no de hecho, al menos de derecho: en el reino puro de lo ideal).
«En el mundo moderno se ha afirmado recurrentemente que el hombre es el fundamento del mundo, el sujeto universal de la razón. Si esto fuera cierto, lo sería porque el hombre está, en su esencia, separado del mundo: es anterior y superior a él»
En una línea clara de la filosofía moderna —la que partiendo de René Descartes llega a Edmund Husserl con hitos intermedios como Immanuel Kant o Hegel— se define al hombre por su conciencia reflexiva, es decir: por un principio de interioridad que, precisamente, lo separa y aísla del mundo. El caso de Descartes es especialmente interesante porque reúne la primacía de la conciencia con otros parámetros clave en esta genealogía del problema ecológico: el dualismo mente/cuerpo, una concepción «mecanicista» de la naturaleza y, por último, el proyecto de su control y dominio tecnocientífico. En la sexta parte del Discurso del método (1637) escribe perspicazmente el filósofo francés:
«En lugar de la filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, se puede encontrar una filosofía práctica en virtud de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean con tanta precisión como conocemos los diferentes oficios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlos de la misma manera en todos los usos para los cuales son apropiados y convertirnos, de este modo, en dueños y poseedores de la naturaleza».
El antropocentrismo, en definitiva, late y subyace a las distintas revoluciones industriales que han marcado el mundo moderno y ha definido su estructura económica.
La crisis ecológica, por lo tanto, cuando se la entiende en su raíz, en el principio de su posibilidad, nos conduce, para empezar, a poner en cuestión eso que somos nosotros, además, claro, de cómo son el mundo y la naturaleza. Y es aquí, precisamente, donde nos encontramos con las propuestas actuales del «poshumanismo» (es importante, por cierto, distinguirlo con nitidez del antihumanismo y del transhumanismo). En las tradiciones de la fenomenología y la hermenéutica —en autores como Heidegger, Merleau-Ponty, Patocka, Gadamer, Jonas— y en la medida en que han revisado el modelo sujeto/objeto y el dualismo antropológico, encontramos algunos de los puntos de partida del poshumanismo.
Nos fijaremos en dos de estos puntos de partida: el ser-en-el-mundo de la existencia humana y su carácter intrínsecamente corpóreo. De todos modos, estos dos anclajes tienen que ser complementados por otro: la existencia humana es, a la vez que mundana y corpórea, un estar-en-la-naturaleza. Los seres humanos, en definitiva, somos interdependientes y ecodependientes. Y este es uno de los principales mensajes del poshumanismo que hay que desarrollar filosóficamente de un modo amplio y sistemático.
«La crisis ecológica nos obliga a repensarlo todo, nos conduce a llevar adelante lo propio de la filosofía: entender críticamente su época del mundo. Este reto es enormemente difícil, pero también fascinante»
La crisis ecológica, en definitiva, conmueve los cimientos de nuestra forma moderna de vida y, por ello, nos obliga a repensarlo todo. Es decir, nos conduce a llevar adelante lo propio de la filosofía según su tradición milenaria: entender críticamente su época del mundo. Sólo responderemos adecuadamente a esta crisis, al desafío que nos lanza, desde un cambio profundo que hay que preparar pacientemente. Este reto es, ya lo sabemos, enormemente difícil, pero también, en medio de sus consecuencias negativas, fascinante: es la oportunidad de recomenzar, de buscar, imbuidos en la zozobra y la incertidumbre, lo mejor de lo posible. Y la filosofía, en esto, tiene que aportar su modesto, pero imprescindible grano de arena».
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