La manía de pensar y la de sufrir —entendida más bien como la obsesión de hacer suyo el sufrimiento ajeno— de Simone Weil se conjugan en la biografía increíble de esta filósofa ejemplar que nació un 3 de febrero, el de 1909.
Por Pilar Gómez Rodríguez
En 1934, en Francia, una joven y menuda profesora de filosofía en excedencia decidió ser obrera. Pasaría por tres fábricas, a cada cual más dura, hasta darse cuenta de que aquello no era lo suyo. En realidad ya lo sabía; tenía ese conocimiento, pero quería la experiencia. De ella extrae algunas conclusiones que relata por carta a una alumna: «Si se piensa, se va menos rápido; pero hay normas de velocidad, establecidas por implacables burócratas, normas que hay que cumplir para que no te echen y, al mismo tiempo, para ganar lo suficiente, puesto que el salario es a destajo. Yo todavía no he llegado a cumplirlas, por varias razones: la falta de hábito, mi torpeza de siempre, que es considerable, una cierta lentitud natural en los movimientos, los dolores de cabeza y, en fin, una cierta manía de pensar de la que no logro librarme». No llegaría a ser una obrera de primera, pero gracias a esa cierta manía de pensar y a su trabajo infatigable sabemos hoy quién fue y qué hizo Simone Weil.
La verdad hace al genio
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