Platón retrató a Sócrates en movimiento permanente: un nómada hiperactivo, perpetuo escuchador de los decires y haceres en la polis. Sócrates fue el caminante escudriñador, el filósofo que buscó por fuera lo que nunca presumió haber encontrado hacia adentro. El Oráculo dijo: «El más sabio de los hombres es quien, como Sócrates, solo sabe que no sabe».
El no saber se desliza a gran velocidad, hoy más que nunca, bajo el manto de la vanidosa autocomplacencia en marcha.
En esta reflexión voy a tratar de imaginar al circulante Sócrates y su modo de caminar en el contexto del mundo nómada que intentamos humanamente habitar. Algo del orden de la filosofía se desliza en dicha comparación, señalando la pregunta sobre el sentido del movimiento, sus límites y posibilidades, sobre qué significa irse para no llegar, o pretender llegar a otro lado sin moverse de donde uno está.
Avanzar, detenerse
El nómada de la polis posmoderna habita un mundo en hiperactividad: toma el transporte público, el tren, el avión, el patinete, la bicicleta, va de aquí para allá, también camina mucho, porque como establece el eslogan de la biopolítica actual, «quien mueve las piernas mueve el corazón». El nómada está obsesionado por el detenimiento: lo evita, lo transgrede, lo deniega. Cualquier cosa menos el parón a secas, equiparable al inmovilismo pecaminoso.
El Oráculo dijo: «El más sabio de los hombres es quien, como Sócrates, solo sabe que no sabe»
Las maneras nómadas de habitar —de construir— el mundo exigen la condición de no parar. Estar siempre activo, ser asertivo, proactivo, proyectarse al futuro y ser competente, sin quedar atrás, en un bucle de performatividad y optimización constante. Vivir de las encuestas de satisfacción. El nómada no es el sujeto sin domicilio fijo, que deambula sin norte ni brújula. El nómada va hacia algún lugar para no quedarse. Sufre de angustia de detenimiento.
En el diálogo El banquete, tomado como paradigma de otras muchas historias contadas por Platón sobre el perpetuo filósofo nómada, Sócrates avanza con Aristodemo hacia la casa de Agatón, donde tendrá lugar una cena de amigos. En un momento dado, Aristodemo lo pierde de vista: «Me vuelvo y veo que Sócrates no me sigue por ninguna parte. ¿Dónde está Sócrates?». Viene un esclavo y dice: «El Sócrates que decís se ha alejado y se ha quedado plantado en el portal de los vecinos. Aunque lo estoy llamando, no quiere entrar». «Es un poco extraño lo que dices —musita Agatón—. Llámalo y no lo dejes escapar». Entonces interviene Aristodemo: «De ninguna manera. Dejadlo quieto, pues esto es una de sus costumbres. A veces se aparta y se queda plantado dondequiera que se encuentre. Vendrá enseguida, supongo. No le molestéis y dejadlo tranquil».
Sócrates se detiene, abstraído. Aristófanes lo describe en Las nubes como un sujeto con un recogimiento extraño, como una especie de meditación que también se puede interpretar bajo la forma de la catalepsia o el sonambulismo. Es un geek de nuestra época.
Sócrates fue el caminante escudriñador, el filósofo que buscó por fuera lo que nunca presumió haber encontrado hacia adentro
Un falso umbral que atravesar
¿Bajo qué condiciones la filosofía puede hoy convertirse en una versión del nomadismo? ¿Dónde encontrar un umbral para detenerse a pensar, un límite al eterno desplazamiento fabulador?
La imagen de Sócrates en el control de seguridad propone que el detenimiento en el nomadismo contemporáneo funciona desde una restricción externa. La modernidad líquida construye un falso umbral que atravesar. Como Sócrates, inmovilizado y medio catatónico en la entrada de la casa de Agatón, el control de seguridad exige al nómada que se detenga. Pero no es exactamente igual. No procede del interior: es una barrera a la libertad de movimientos.
El mundo contemporáneo recrea un conjunto de umbrales simbólicos para que la gente encaminada hacia algún lugar se vea forzada a parar y obedecer. El control de seguridad implica no pensar ni hablar. Seguimos las consignas. Seleccionamos los objetos (celular, reloj, líquidos, ordenador); presentamos los documentos que nos identifican; nos desprendemos de calzado para quedar descalzos o con un precario peúco de plástico, hay que quitarse el cinturón que sostiene los pantalones (por unos minutos se sostienen con el cuerpo), separamos las hebillas metálicas que podrían sonar al cruzar. Vaciamos los bolsillos, monedas para un café o una revista. Depositamos las cosas en las bandejas, que recogemos después de haber atravesado el aparato de Rayos X y el arco detector. En el control, los miembros de Cuerpos de Seguridad examinan todo. Las personas que viajan se ocupan de seleccionar el equipaje de mano, distinguir qué está prohibido y qué no. No piensan, ponen el cuerpo. Se quedan ahí, haciendo cola. Aunque la persona que espera al otro lado del arco detector haga la señal de avanzar, es una impostura. No se avanza, se cruza un umbral inventado, condición para seguir caminando hacia el verdadero destino. El destino como promesa. Una vez superado el obstáculo, surge la esperanza de un viaje, un reencuentro, un descubrimiento, un amor. A Sócrates le esperaba la rica cena y la compañía de los comensales de la polis griega. Y las palabras que nunca entendía.
El nómada no es el sujeto sin domicilio fijo, que deambula sin norte ni brújula. El nómada va hacia algún lugar para no quedarse. Sufre de angustia de detenimiento
No preguntar, obedecer
¿Qué haría Sócrates en el control de seguridad? Tal vez quedarse parado y no dejarse llevar, a diferencia de nosotros. Quizás preguntar para incomodar a la maquinaria. El nomadismo contemporáneo no cumple su condición de permanente desplazamiento: el control de seguridad es un ejemplo de la proliferación de puntos de detenimiento que impiden avanzar, en el sentido de adquirir una dirección pensada que haga preguntas. Lo esencial, para superar el control, es no preguntar: obedecer. Hay un antes y un después de la exigencia del Gran Otro en el arco detector. ¿Puede la filosofía atravesar el control de seguridad?
Tal vez Sócrates sería hoy un transgresor, como lo fue en la Atenas que le condenó a beber la cicuta. Se pondría a preguntar en el control de seguridad, convirtiendo el detenimiento en una reflexion sobre sus condiciones de existencia. Cosa imposible. El control de seguridad es un ejemplo de la presencia de lo intransitable en el seno del nomadismo contemporáneo. Nomadismo, sí, con control, para que no se escape nada, emulando la actitud de Agatón, que no quería dejar escapar a Sócrates, su invitado pop, para que su cena tuviera más glamur.
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