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La portada está pintada de un rosa melocotón pastel. Muestra de frente una ilustración de una mujer (María Zambrano) vestida con una gabardina y un gorro azul, escribiendo con una pluma. Está rodeada de cactus azules y verdes con flores amarillas, y debajo de ella hay unos pájaros de color rosa más pálido, que tocan la pluma con el pico, sobre una maleta azul con un sol naciente.

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NÚMERO 10

Dosier

María Zambrano: poesía, vida y democracia en el exilio

Ese viaje largo y decisivo

Hacia una nueva política del amor

El amor nos atraviesa, nos transforma y nos afecta radicalmente. Es uno de los elementos de nuestra vida a los que damos mayor centralidad, en los que más pensamos y que, también, más nos hacen sufrir. El amor hoy vive enormes transformaciones porque se cuestionan las estructuras familiares tradicionales, la violencia patriarcal y las relaciones románticas y monógamas. ¿Es posible ir hacia otra política del amor?

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El amor no es un sentimiento innato del ser humano, sino un conjunto de prácticas que escribimos, decimos y construimos en común. Imagen de EME de pixabay (licencia CC 0 1.0).

El amor no es un sentimiento innato del ser humano, sino un conjunto de prácticas que escribimos, decimos y construimos en común. Imagen de EME de pixabay (licencia CC 0 1.0).

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Amamos y somos amados. También sufrimos por desamor. El amor forma parte íntima de nuestras vidas y, a su vez, es una de las formas a través de las cuales nos definimos en las sociedades. La filósofa Myriam Rodríguez del Real y el filósofo Javier Correa Román abordan el fenómeno del amor en la actualidad, sus crisis y sus potencialidades en su último libro, Micropolítica del amor. Deseo, capitalismo y patriarcado.

Los autores nos plantean cómo la vida adulta conduce inevitablemente hacia la configuración personal en torno a la vida en pareja y la familia. Sin embargo, aunque la tendencia en las últimas décadas ha sido la de estudiar más profundamente que antes la sexualidad, el amor ha sufrido un descuido, porque se sigue considerando desde el punto de vista del sentimiento. Desde esta perspectiva, el amor se concibe, dicen los autores, como algo romántico, misterioso o difícil de comprender, y no como un fenómeno social que puede ser analizado desde una política del amor.

La micropolítica del amor

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Micropolítica del amor. Deseo, capitalismo y patriarcado, de Myriam Rodríguez del Real y Javier Correa Román (Punto de vista editores).

Se produce así una disonancia entre el estudio «científico» del amor como una cuestión hormonal, biológica y mesurable y la cantidad de imágenes, relatos y conceptos sociales que colonizan nuestras vidas diciéndonos lo que es —y lo que debería ser— la vida afectiva. Para Rodríguez del Real y Correa Román, hay que salir de la idea del amor como una emoción o sentimiento y plantear que el amor es también —y especialmente— toda una suerte de prácticas y acciones concretas.

Para el estudio de esta plétora de acciones y prácticas, los autores proponen un estudio «micropolítico». Para explicar a qué se refieren con esta micropolítica hacen referencia a la distinción que realiza Felix Guattari entre lo molar y lo molecular, en la que lo molar refiere a los grandes conjuntos (el patriarcado, el capitalismo) y lo molecular a los elementos particulares y los individuos. Esta distinción no es absoluta, porque los diferentes niveles se interrelacionan, pero permite, según señalan los autores, analizar cómo los sistemas se perpetúan en el tiempo a través de los elementos individuales y subjetivos.

La hipótesis es que los grandes sistemas utilizan todo tipo de estrategias que operan sobre la subjetividad para reproducirse y perpetuarse. El estudio de estas estrategias es lo que se denomina «micropolítica». Los filósofos plantean en el libro que «los sistemas políticos de dominación se reproducen y persisten porque colonizan toda una dimensión personal, hasta el punto de que crean individuos (subjetividades) conformes al sistema mismo y así, justamente por esta dimensión molecular, el sistema sobrevive y se perpetúa».

Sin embargo, para Rodríguez del Real y Correa Román no se trata de analizar solamente esta dimensión molecular como si a través de su transformación se pudieran transformar las grandes estructuras. Esa visión de la revolución social a través de la transformación individual obvia, dicen, la dimensión estructural de los problemas sociales y la necesidad de criticarlos y transformarlos de raíz. Por eso, los autores dedican una considerable parte del libro al análisis de la relación entre el amor y dos grandes conjuntos: capitalismo y patriarcado.

Los autores proponen un enfoque micropolítico. La hipótesis es que los grandes sistemas utilizan todo tipo de estrategias que operan sobre la subjetividad para reproducirse y perpetuarse. El estudio de estas estrategias es lo que se denomina «micropolítica»

No hay un solo tipo de amor

Si entendemos que el amor no es un sentimiento sino un conjunto de prácticas y hechos que lo construyen, entonces podemos concluir que el amor no es una dimensión innata del ser humano o, por lo menos, que no está necesariamente configurada de una determinada forma en todo tiempo y lugar. Eso explica que el amor se ha expresado y problematizado de formas muy distintas a lo largo de la historia.

En la primera parte del libro, Rodríguez del Real y Correa Román dedican varios capítulos a analizar cómo fue el amor en el pasado, que dista de cómo lo entendemos hoy. Para los autores, este ejercicio no es meramente intelectual o histórico, sino que nos permite desnaturalizar el amor; porque, como señalan, «para que creamos que otro amor es posible debemos constatar que, en otros tiempos, el amor fue efectivamente otro».

Así, recorremos durante varias decenas de páginas la visión que los griegos tenían del amor, viendo cómo normas sociales como las de la monogamia o la heterosexualidad obligatorias no son universales, pues, en los albores de las civilizaciones europeas, las encontramos subvertidas. Sin romantizar ningún tiempo pasado —pues ni en la antigua Grecia ni en ningún otro periodo que los autores aborden encontramos una sexualidad completamente libre, despatriarcalizada e igualitaria—, vamos recorriendo momentos históricos como el origen del cristianismo (y la imposición de una moral sexual más dura sobre los impulsos) y el origen del amor romántico en la modernidad.

Pronto (tal vez muy pronto, porque este recorrido se nos antoja demasiado interesante y nos quedaríamos toda la vida en él) llegamos al amor en el siglo XX, al avance de los movimientos sociales y a la emergencia de los fenómenos de movilización en Europa ligados a Mayo del 68 francés.

Si entendemos que el amor no es un sentimiento sino un conjunto de prácticas y hechos que lo construyen, entonces el amor no es una dimensión innata o, por lo menos, no está necesariamente configurada de una determinada forma en todo tiempo y lugar

¿Y qué es el amor hoy?

Todo este recorrido histórico nos lleva a un presente convulso y contradictorio. Hoy no encontramos una sola visión del amor, sino que existen muchas que pugnan entre sí por imponerse. Podríamos decir, con el marxismo, que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de emerger y tal vez eso nuevo tampoco sea exactamente lo que necesitamos o queremos.

Por tanto, encontramos cómo las imposiciones del amor que vienen desde muy atrás históricamente siguen teniendo un papel importantísimo sobre la subjetividad individual y las formas en que construimos relaciones sociales. La monogamia obligatoria, la heterosexualidad impuesta, la dominación sobre el cuerpo de las mujeres y los cuerpos disidentes y la explotación económica ligada con los diferentes tipos de opresión de los que se aprovecha son algunos de los elementos que en el siglo XXI siguen jugando un enorme papel.

Sin embargo, en un movimiento en sentido contrario, los fenómenos de lucha y de resistencia y la movilización social han alcanzado una suerte de cristalización de otros modos de hacer y construir el amor. El poliamor, la liberación sexual y la lucha por la autodeterminación de género son algunos ejemplos. Hoy estas tendencias (por resumirlas, si se quiere, en estas solamente) juegan una partida donde el sistema económico, en lugar de oponerse directamente a las nuevas formas de relación, desempeñan el tramposo papel de tratar de subvertirlas a sus lógicas.

Así, nos advierten los autores, encontramos que, bajo los discursos de liberación sexual, el capitalismo halla formas de reproducir sus lógicas coaptando los discursos más radicales y resignificándolos bajo la idea neoliberal de la libertad individual y el consumo desenfrenado.

La monogamia y heterosexualidad impuestas, la dominación sobre el cuerpo de las mujeres y los cuerpos disidentes y la explotación económica ligada con los diferentes tipos de opresión de los que se aprovecha son algunos de los elementos que en el siglo XXI siguen jugando un enorme papel

Amor, patriarcado y capitalismo, un trío problemático

Rodríguez del Real y Correa Román analizan ampliamente la relación conceptual (no solo histórica) entre los mecanismos capitalistas y las formas de construir nuestras relaciones amorosas. A través del estudio de categorías marxistas como la del fetichismo de la mercancía o su teoría del valor, plantean toda una suerte de filosofía del amor en el capitalismo como otra de las herramientas que usa el sistema para reproducirse.

En primer lugar, explican, el amor es un nicho de negocio para el capitalismo. Lo que debe ser el amor viene dado por la cantidad de dinero que gastamos en la pareja y el tipo de prácticas y ritos —como nuestro aniversario o el día de los enamorados— por los que pasamos para hacer efectivo el amor. Es decir, a través de la mercantilización del ocio, el capitalismo termina también mercantilizando el propio amor.

Además, los autores recogen otra forma de mercantilización, que es la que para la socióloga Eva Illouz viene dada por el capitalismo emocional. Para ella, nuestras propias emociones se acaban convirtiendo en un producto que podemos adquirir. El sistema nos conduce, cada vez más, a comprar experiencias o emociones que se convierten en bienes de consumo.

Todo ello, además, se produce en un marco de falsa libertad, donde las relaciones afectivas (que están mediadas por una suerte de contratos informales) generan todo tipo de desigualdades entre los sujetos que las adscriben y se producen desde un marco donde la pareja es casi socialmente obligatoria: «Somos libres para elegir si tener o no pareja, pero esta sociedad solo es mayormente habitable para las parejas».

En un contexto donde las otras formas de vida comunitaria se han ido desgajando y han dejado, en su lugar, una mentalidad individualista, la pareja queda como último reducto de la comunidad, generándose así una contradicción. Los autores lo plantean de la siguiente forma: «De ahí se entiende la paradoja que habitamos: una sociedad individualista que promueve, sin embargo, la pareja como elemento central de nuestra vida porque ya no nos quedan más espacios comunales que ese».

En un contexto donde las formas de vida comunitaria se han ido desgajando y han dejado, en su lugar, una mentalidad individualista, la pareja queda como último reducto de la comunidad

Lo que se esconde tras este modelo de relaciones es un tipo de amor como un intercambio de favores. El objetivo último de la relación es ese mismo intercambio, como si se tratara de una transacción comercial. Fetichizamos el amor en el sentido de que lo consideramos una instancia metafísicamente superior, necesaria para la configuración de nuestras vidas.

En el capitalismo, pese al fin de los grandes relatos religiosos, seguimos considerando místicamente al amor y nos guiamos a través de una visión de él que esconde que se construye a través de prácticas y hechos mucho más concretos. Esto, a su vez, genera una homogenización de las relaciones, porque como todas se basan en un mismo «ideal» del amor, todos tenemos la misma. Los autores advierten: ello conlleva una visión rígida del amor, porque, en lugar de luchar por mejorar nuestras relaciones, las abandonamos cuando no se corresponden al ideal soñado.

La visión mercantilizada del amor en el capitalismo conlleva una posesividad del cuerpo del otro, en la que, además, las dos partes no son iguales. Como plantean los autores cuando analizan específicamente la relación entre el patriarcado y el amor, se posee el cuerpo del otro, pero, en el caso de la mujer, esta se ve desposeída de su cuerpo sin llegar a poseer nunca hasta el final el del otro. Ni siquiera esta lógica «comercial» de lo corporal propia del capitalismo se cumple completamente.

La obligatoriedad de satisfacer el deseo sexual del compañero o compañera (que no puede satisfacerse con otras personas por la norma de exclusividad sexual) genera, a su vez, toda suerte de incomodidades y violencias. Desde una violencia general contra el propio deseo humano, que lo coarta y limita sus opciones y que los autores denominan «violencia XXX», hasta una violencia mucho más específica hacia las mujeres que podemos llamar directamente violencia sexual y de género. Muchas veces esta violencia viene de la mano con la obligación de satisfacer el deseo sexual de su compañero de vida.

En el capitalismo patriarcal, nuestros propios cuerpos son mercantilizados. Aplicaciones como Tinder funcionan como un expositor comercial de corporalidades. Ello nos lleva a una lógica de competitividad y lucha por aumentar nuestro «capital sexual» (en palabras de Eva Illouz) que nos haga más deseables sexualmente a la par que más elegibles como pareja monógama.

El tipo de violencia estética que ello conlleva se ceba particularmente con el cuerpo de las mujeres, que deben cumplir una serie de cánones estéticos irracionales (como parecer siempre mucho más joven) que generan insatisfacción y problemas para encajar en la sociedad.

La visión mercantilizada del amor en el capitalismo conlleva una posesividad del cuerpo del otro en la que, además, las dos partes no son iguales. Se posee el cuerpo del otro, pero, en el caso de la mujer, esta se ve desposeída de su cuerpo sin llegar a poseer nunca hasta el final el del otro

Una propuesta: hacia un amor plural

Los autores de Micropolítica del amor no se limitan a criticar la deriva histórica del amor y su actual situación en el sistema capitalista y el patriarcado. También esbozan algunas hojas de ruta que para ellos deberíamos plantearnos transitar para experimentar formas de amor más libres y satisfactorias. Y todo ello, señalan, no puede hacerse solo desde la oposición a las formas actuales de amor, por la negativa, sino que tiene que hacerse también desde una lógica propositiva.

No basta, pues, con una «salida poliamorosa» a la monogamia que replique los mismos problemas, las mismas violencias y las mismas jerarquías, pero multiplicándolas. Su apuesta es, más bien, la de un «amor rizomático», un amor múltiple y plural. Una serie de «prácticas heterogéneas», plantean los autores, que no tratan de ser la solución universal porque no hay tal cosa como una sola solución a los males que nos acechan.

Rodríguez del Real y Correa Román proponen este amor rizomático como uno que no trate de ir hacia ningún lugar en términos de avance, que no jerarquice necesariamente unas formas de relación sobre otras y que se cuestione todos los patrones adquiridos, en busca de formas de relación más satisfactorias y libres. Uno que parta del deseo y retorne a él, dejando que este se exprese y se manifieste, sin coartar sus posibilidades a través de todo tipo de violencias.

Un amor que parta del hecho de que vivimos en un mundo imperfecto y que estamos en permanente aprendizaje, que no se considere un punto de llegada, sino uno de partida, y que se proponga no ignorar todos los condicionantes sociales previos como si estos no existieran, sino hacerse cargo de ellos para tratar de disolver las jerarquías y anticipar otro mundo posible.

Desjerarquizando la pareja sobre el resto de relaciones y entendiendo el amor como una oportunidad de potenciar nuestras posibilidades y no de delimitarlas y encerrarlas bajo nuevos marcos es como podríamos apuntar hacia un amor rizomático. Este tipo de amor se nos propone no como una receta de cocina, que debemos seguir, sino como un reto, una invitación a construir otro modo de relacionarnos y de ser; que por sí mismo no nos llevará a una sociedad distinta, pero desde el que podremos pensar mucho mejor cómo queremos que sea y cómo empezar a anticiparla desde nosotras y nosotros mismos.

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