Suele pasar con las obras geniales. Lo son tanto que cada uno –léase cada corriente– las quiere para su causa. Utopía tiene tantos significados, tantas voces y tantas interpretaciones que escoger una u otra es casi una opción personal. Se cumple de nuevo que cada uno lee su propia versión de Utopía. Así, es lícito pensar en Utopía como una ensoñación de su autor que imaginó una arcadia idílica e inalcanzable donde los ciudadanos viven en armonía sin mayor trascendencia. Y vale. Pero también lo es imaginar a un Moro muy preocupado por los acontecimientos de su época –él era un hombre muy, muy de su época– y con ganas de denuncia. Valiente como era y prudente, también lo era, igual ideó una broma literaria, un chiste de esos que te congelan la sonrisa porque lo que desvelan es la cruda realidad. Así, señalando todo lo maravilloso y extraño que tenía ese lugar llamado Utopía y sus moradores, lo que hacía era desvelar cuán infames y equivocadas eran algunas prácticas legales y aplaudidas en la Inglaterra de principios del XVI.
El libro es controvertido desde su primera palabra: el título. Atendiendo a la etimología griega estaría compuesta por ou + topos. Si la primera es la partícula de la negación, se trataría de un no-lugar, de lo que no existe. Lo que sí existe es otra partícula, eu, que significa “bien, lo bueno”. Ambas parecen confluir en el significado que al final y con el tiempo se le dio a “utopía”, algo así como lo bueno, que, por desgracia, no existe.
Obra provechosa, agradable e ingeniosa
En el caso de Utopía se puede decir que se trata de un libro que no necesita presentación. Efectivamente ya la tiene. El autor se refiere a él como “obra provechosa, agradable e ingeniosa sobre la mejor organización de una república y sobre la nueva isla llamada Utopía”. También se presenta a sí mismo como el «muy ilustre y famoso sir Tomás Moro, caballero». Siempre, incluso en las circunstancias más dramáticas de su vida, como su encierro y condena a muerte, Moro fue aficionado al humor, a los juegos de palabras, a la ironía, la chanza, de modo que uno nunca puede estar seguro del grado de seriedad con el que hay que tomarse sus páginas; hay que elegirlo y por eso es tan personal la lectura de Utopía.
El libro se inicia con una carta ficticia del autor a su amigo real Peter Giles. En ella, además de los pertinentes saludos, le manda disculpas y explicaciones sobre el retraso en redactar los puntos fuertes de una charla mantenida con maese Rafael, un explorador que había vivido cinco años en la isla de Utopía, para que su amigo la complete con sus recuerdos o puntualizaciones. Moro viene a decir que estaba muy liado. Después de una sucesión de sus numerosas tareas concluye: “Entre tales cosas aquí repasadas transcurren los días, los meses, los años. Entonces ¿cuándo escribo?”.
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