En 1997, el escritor mexicano y Premio Nobel de Literatura Octavio Paz preparó y tradujo una edición de los textos más importantes de Chuang Tzu (o Zhuang Zi). A juicio de Octavio Paz, Chuang Tzu no solo fue un gran pensador, sino también un notable poeta, maestro de la paradoja y del humor, un «puente colgante entre el concepto y la iluminación sin palabras», escribía el mexicano.
El taoísmo irrumpió con toda su fuerza en el siglo IV a. C. gracias al conjunto de doctrinas y religiones que dieron como resultado la formación de grupos más o menos reducidos de discípulos, siempre en torno a una figura central: un maestro. Estos grupúsculos albergaban una misma tendencia hacia la experiencia mística, cuya nota central encerraba la posibilidad de buscar la inmortalidad a través de la unión con el Tao, principio tanto inmanente como trascendente que rige el universo.
Sin embargo, y frente a estos dictados, Chuang Tzu dejó de lado la doctrina de la inmortalidad y las prácticas rituales más dogmáticas, que consideraba atávicas y poco acordes al Tao, interesándose más por el éxtasis místico: el ser humano que se sitúe en el centro de todas las oposiciones y que se una al Tao penetrará finalmente en los misterios del mundo y estará, a la vez, dentro y fuera del cosmos. Se convertirá en un genuino santo. Actualmente, Chuang Tzu es considerado, junto con Lao-Tsé, el padre del taoísmo. Los estudiosos occidentales reconocen la ascendencia filosófica de los escritos de Chuang Tzu, pero de mano de sus propios textos podríamos preguntarnos: ¿de qué sirve realmente un filósofo? El pensamiento central de este autor apunta hacia la parcialidad e insuficiencia de todo pensamiento discursivo, conceptual, y reconoce la relatividad y contingencia de todas las cosas: se trata, pues, de destruir la (presunta) certeza del lenguaje lógico y lineal, para evolucionar hacia una estructura del mundo mítico-simbólica.
Los estudiosos occidentales reconocen la ascendencia filosófica de los escritos de Chuang Tzu, pero de mano de sus propios textos podríamos preguntarnos: ¿de qué sirve realmente un filósofo?
Por eso sostiene Thomas Merton (1915-1968) en El camino de Chuang Tzu, publicado en 2020 por Trotta en traducción de José Coronel Urtecho, que el temperamento filosófico de aquel sabio «es a mi parecer profundamente original y sano», así como «básicamente sencillo y directo. Como sucede siempre con el mejor pensamiento filosófico, trata de penetrar inmediatamente al corazón de las cosas». Y, como apuntábamos más arriba, «Chuang Tzu no se interesa en palabras y fórmulas acerca de la realidad, sino en la aprehensión directa de la misma realidad. Tal aprehensión es necesariamente oscura». De ahí que sea necesario perderse para poder salvarse, y pretender salvar la vida para uno mismo es perderla definitivamente. El Tao transcurre entre contrarios, y no se le puede apresar con palabras.
Por ello Octavio Paz escribe a este respecto que «cuando los virtuosos —es decir: los filósofos, los que creen que saben lo que es bueno y lo que es malo— toman el poder, instauran la tiranía más insoportable: la de los justos. El reino de los filósofos, nos dice Chuang Tzu, se transforma fatalmente en despotismo y terror».
El asunto central y más peliagudo, que tanto preocupaba a Chuang Tzu y del que Thomas Merton se hace cargo en su necesaria interpretación, es que podemos llegar a ser castigados en nombre de la virtud y de la presunta salvaguarda del bienestar. Frente a una sociedad bipolar, clasificada en justos y criminales, buenos y malos, Chuang Tzu reivindica la necesidad de crear una comunidad de ermitaños y gente sencilla, de sabios rústicos, que no por ello se conviertan en mónadas independientes. Un pensamiento del todo actual si tomamos en consideración el apego desmedido existente en nuestros días por el poder, el éxito, la fama, la utilidad y la eficacia. Los primeros taoístas abogaban, precisamente, por lo contrario. Así responde Chuang Tzu a uno de sus pupilos al ser preguntado por el valor práctico de sus enseñanzas: «Solo los que conocen el valor de lo inútil pueden hablar de lo que es útil».
El pensamiento central de este autor apunta hacia la parcialidad e insuficiencia de todo pensamiento discursivo, conceptual, y reconoce la relatividad y contingencia de todas las cosas
Puntos que ponen en relación el taoísmo y la corriente filosófica cínica. La kynikòs bíos, o modo de vivir cínico, fue una mezcla entre humor y gravedad. El poder y, de su mano, la influencia que el Estado y distintas organizaciones y empresas ejercen sobre la sociedad (poder civil y poder económico), suponen una barrera muy difícil de sortear. Diógenes de Sínope, quizás el cínico más célebre junto a Antístenes, aludía a la necesaria e imperativa autosuficiencia del individuo como el más alto grado de virtuosismo al que se puede acceder. Los filósofos cínicos fueron así llamados porque vivían llanamente y aceptando las circunstancias, comiendo y bebiendo en la plaza pública, al modo de los perros, durmiendo en los toneles y, sobre todo, despreciando las convenciones, pues rechazaban que fuera mejor lo bello por convención que lo bello por naturaleza.
Resulta curioso fijar la atención en la etimología de la palabra griega que calificaba los textos de los filósofos cínicos, spoudogéloios, que en español se traduce como «el burlador de lo serio», expresión que podría adscribirse, igualmente, a Chuang-Tzu. Como miembros de una sociedad, podemos optar por dos tipos de perspectivas: tomar conciencia de la temible dualidad que reina en el mundo (lo que parece y lo que de verdad es) o la asimilación pasiva (esclavizada, servil y parcial) del aspecto de la realidad que como sujetos autónomos observamos y que, por ello, tomamos como único y verdadero. Tanto el cinismo griego como la doctrina de Chuang Tzu pueden ayudar a desmitificar esta última conjetura, en la medida en que —creemos que— los poderes establecidos no nos dan otra opción.
De ahí que Thomas Merton apunte con razón en la magnífica introducción del volumen que «la clave del pensamiento de Chuang Tzu es la complementariedad de los contrarios», como sucedía, igualmente, en el caso de Heráclito de Éfeso. «La vida —continúa Merton— es continuo desenvolvimiento. Todos los seres están en estado de flujo». Por eso el camino del Tao no se decanta por ningún extremo y aboga por fluir con él, con el Tao, en su perenne movimiento, que no puede expresarse ni con palabras ni con el silencio: accedemos a ella a través de una misteriosa intuición. Porque todo «verdadero modo» de hacer las cosas está por encima de la reflexión consciente.
Frente a una sociedad bipolar, clasificada en justos y criminales, buenos y malos, Chuang Tzu reivindica la necesidad de crear una comunidad de ermitaños y gente sencilla, de sabios rústicos, que no por ello se conviertan en mónadas independientes
A continuación, algunas de las enseñanzas fundamentales de Chuang Tzu recogidas y reinterpretadas en este volumen de Trotta por Thomas Merton, quien, recordemos, fue monje trapense y compaginó su tarea contemplativa con la de escritor y poeta. Un libro fundamental en el que se dan la mano dos pensadores a los que separan milenios pero que están unidos por un mismo modo de entender la realidad: como nexo entre y hacia la trascendencia.
- El gran saber ve todo en uno.
- El pequeño saber se fragmenta en lo múltiple.
- Si el cuerpo duerme, al alma se halla envuelta en Uno.
- Los hombres están bloqueados, perplejos, perdidos en sus dudas. Pequeños miedos les devoran la paz del alma.
- Placer y cólera, tristeza y alegría, esperanzas y remordimientos, cambio y estabilidad, debilidad y decisión, impaciencia y pereza: sonidos todos de una misma flauta, hongos del mismo terreno mojado. Día y noche van sucediéndose y viniendo sin que sepamos cómo surgen.
- El Tao se obscurece cuando de un par de opuestos solo entendemos uno o cuando solo nos concentramos en un aspecto particular del ser. También entonces la expresión se enturbia con meros juegos de palabras.
- Comoquiera que sea, a la vida le sigue la muerte, a la muerte la vida. Lo posible se vuelve imposible; lo imposible, posible. Lo bueno se torna malo y lo malo bueno —el torrente de la vida altera las circunstancias y así las cosas mismas son alteradas a su vez.
- El sabio, en lugar de empeñarse en demostrar esto o lo otro con argumentos lógicos, todo lo ve a la luz de la intuición directa.
- El eje del Tao pasa a través del centro donde convergen todas las afirmaciones y las negaciones. Por eso dije: «Mejor abandonar la discusión y buscar la verdadera luz». El verdadero sabio, considerando sin parcialidad un lado y otro de la cuestión, ve ambos a la luz del Tao.
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