El trabajo de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), uno de los filósofos más importantes del siglo XX, inició el célebre «giro lingüístico» de la filosofía, un cambio en la forma de abordar los tradicionales problemas filosóficos. Este cambio consistió en situar al lenguaje como el medio idóneo para desentrañar la realidad y sus problemas. El Tractatus es, probablemente, el gran responsable de este giro.
Por Javier Correa Román
Introducción a su vida
Wittgenstein nació en Viena, Austria. Hijo de una familia adinerada, comenzó sus estudios en ingeniería aeronáutica en el Instituto Politécnico de Berlín. De ahí se trasladó a Manchester, donde empezó a mostrar interés por los fundamentos de las matemáticas. Ese interés fue aumentando y un día se marchó a Cambridge. Allí conoció a Russell, que ya por aquel entonces era un célebre filósofo. Es importante notar que Russell, enfocado en la filosofía de la matemática por aquel entonces, no tenía una filosofía del lenguaje propiamente dicha (lo que será la especialidad de Wittgenstein). De hecho, las reflexiones de Russell sobre el lenguaje solo pueden comprenderse a partir de otras tesis filosóficas más generales.
La producción filosófica de Wittgenstein consta de dos libros (aunque tiene otros escritos menores, cuadernos…): el Tractatus logicus-philosophicus y las Investigaciones filosóficas. Son dos libros fundamentales para la filosofía del siglo XX que, dados sus originales aportes y nuevas perspectivas, fundaron ambos nuevas corrientes de pensamiento. Aquí vamos a examinar el primero de ellos: el Tractatus.
Tractatus logico-philosophicus
En 1914, estalló la Primera Guerra Mundial y Wittgenstein, al igual que muchos de sus compatriotas, partió al frente. En las trincheras, entre disparos, muertes y gritos, el joven austríaco empezó a escribir anotaciones sobre los fundamentos del lenguaje y la realidad. Esas anotaciones fueron acumulándose en su mochila de campaña y empezaron a formar un conjunto consistente de ideas, es decir, un sistema filosófico. Cuatro años después, en 1918, desde un campo de internamiento, Wittgenstein escribió una carta a Russell:
«He escrito un libro titulado Logisch-Philosophische Abhandlung, que contiene todo mi trabajo en los últimos seis años. Creo que he solucionado definitivamente nuestros problemas. Puede que esto suene arrogante, pero me resulta imposible no creerlo… De hecho, no lo entenderás sin una explicación previa, ya que está escrito en forma de observaciones harto cortas. (Esto significa, por supuesto, que nadie lo comprenderá; a pesar de que creo que todo él es claro como el cristal. Echa por tierra, sin embargo, toda nuestra teoría de la verdad, de las clases, de los números y todo el resto.) Lo publicaré tan pronto como regrese a casa».
La elegancia y fascinación que rodea al Tractatus reside, precisamente, en lo que subraya Wittgenstein: su estilo. El libro no está escrito de forma ordinaria, al uso, sino que está compuesto de aforismos ordenados y jerarquizados. De este modo, encontramos la proposición 1, la 1.1, la 1.2, etc. La fascinación que el Tractatus ejerce al leerlo también surge del hecho de que la obra se plantea como un sistema deductivo coherente en todas sus proposiciones, por lo que, de aceptar las premisas del Tractatus, es muy difícil rechazar sus conclusiones.
Así todo, Wittgenstein sobrevive a la guerra y regresa ansioso por publicar el Tractatus. En 1918, nada más acabar la guerra, inició una correspondencia con el filósofo más famoso de Cambridge: Gottlob Frege. El joven Wittgenstein estaba ilusionado con mostrar sus avances y sus investigaciones a un intelectual de tal envergadura, pero se frustró rápidamente al ver el desinterés de Frege. Un año después, le mostró su frustración a Russell: «Mantengo relación epistolar con Frege. No entiende una palabra de mi trabajo y ya estoy completamente agotado por tantas aclaraciones».
«He escrito un libro titulado Logisch-Philosophische Abhandlung, que contiene todo mi trabajo en los últimos seis años. Creo que he solucionado definitivamente nuestros problemas», escribió a Wittgenstein a Russell desde el frente de la Primera Guerra Mundial
Wittgenstein intentó publicar su libro en su idioma natal, el alemán, tanteando a editoriales alemanas y austriacas, pero ninguna lo quería publicar. El Tractatus es un libro denso, difícil y que, además, se coloca al margen de toda la tradición filosófica: en él no hay ni un solo libro o filósofo citado en todas sus proposiciones. Nada. Ni una única referencia. A pesar de este rechazo editorial generalizado, y antes de dar todo por vencido, Wittgenstein escribió a Russell para pedirle ayuda. Russell y él habían estado en correspondencia durante todos esos años y Wittgenstein decidió pedirle ayuda porque: «La verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitiva».
Ante tal panorama de rechazo y dificultades, Russell se ofreció a traducir la obra al inglés y prologar el texto como aval para las editores, pues él ya era un reputado filósofo en el ámbito internacional. Wittgenstein, ilusionado, escribió otra vez a los editores alemanes diciendo que con la introducción de Russell «el libro constituirá un riesgo mucho menor para cualquier editor, o no será riesgo alguno, dado que el nombre de Russell es muy conocido y, en consecuencia, asegura a mi tratado cierto número de lectores».
Cumpliendo lo dicho, Russell escribió la introducción y la mandó traducir al alemán, pero Wittgenstein se decepcionó con el resultado de la traducción:
«Ahora te enfadarás conmigo cuando te cuente algo: no se va a imprimir tu introducción y, en consecuencia, probablemente tampoco se imprima mi libro. Cuando tuve ante mí la traducción alemana de la introducción, no pude decidirme a dejar que la imprimieran junto con mi obra. Todo el refinamiento de tu estilo inglés se perdió, obviamente, en la traducción, y no quedó más que superficialidad e incomprensión. Envié el tratado con tu introducción a Reclam y le escribí diciéndole que no quería que se imprimiese la introducción, sino que ella solo debía servir para que se formara un juicio sobre mi obra. Como resultado de esto, es sumamente probable que Reclam no acepte mi obra».
Al final, con ánimo de salir de este laberinto editorial y decidido a gastar todas sus balas para apoyar a su pupilo, Russell movió el texto por editoriales inglesas y el Tractatus, por fin, vio la luz en una edición bilingüe en 1922, casi una década después de comenzar a escribirlo. Pero ¿qué dice esta obra para que parezca tan incomprensible? ¿Qué verdades esconde que cambiaron todo el panorama filosófico? Veamos cuáles son las ideas fundamentales que contiene el Tractatus, el libro clave que estuvo a punto de no ver la luz.

El lenguaje
El Tractatus es una obra de filosofía lógica donde se pretende esclarecer las relaciones del lenguaje con el pensamiento y la realidad. En este texto, la lógica tiene un rol clave como herramienta de análisis porque se le otorga el papel de sistema simbólico por excelencia. Es decir, las cosas significan porque tienen una determinada estructura lógica. El objetivo del Tractatus es, pues, explorar las condiciones trascendentales de la lógica, es decir, qué nos permite conocer en tanto sistema simbólico —y qué no—.
Como le explicó Wittgenstein a Russell en una carta fechada en 1919, el «punto fundamental es la teoría de lo que puede ser expresado mediante el lenguaje (y, lo que es lo mismo, lo que puede ser pensado)». En esta cita ya puede observarse algo que es cardinal en el Tractatus: el isomorfismo entre el lenguaje y el pensamiento (y, como veremos, el mundo). Es decir, el pensamiento y el lenguaje (y el mundo) comparten estructura lógica y, por este motivo, no podemos pensar algo que no podamos decir.
El objetivo de Wittgenstein es, entonces, mostrar qué puede ser dicho con sentido, mostrar cuándo el lenguaje es usado correctamente y cuándo no. Así, si Kant estudia las condiciones trascendentales de la razón en la Crítica de la razón pura (pretendiendo delimitar lo que puede o no puede pensar sin caer en dogmatismo), Wittgenstein hace lo propio con el lenguaje: estudia lo que puede decirse (o no) con sentido.
Como le explicó Wittgenstein a Russell en una carta fechada en 1919, el «punto fundamental es la teoría de lo que puede ser expresado mediante el lenguaje (y, lo que es lo mismo, lo que puede ser pensado)»
En el Tractatus, el análisis del lenguaje se lleva a cabo desde las proposiciones 3 hasta la 6. Dentro del lenguaje, Wittgenstein distingue entre la proposición y la proposición lógica. La primera, la proposición, es una frase con sentido, como cuando decimos: «La pared es blanca». La segunda, las proposiciones lógicas, son tautológicas, porque muestran la forma lógica del mundo, como cuando decimos: «O llueve o no llueve». Mientras que a las segundas, por ser —precisamente— tautológicas, no se les puede aplicar valores de verdad, a las proposiciones sí puede aplicársele estos valores. Así, la pared puede o no puede ser blanca y la frase podría ser, respectivamente, verdadera o falsa.
Pero ¿cuándo tiene sentido una proposición? Para Wittgenstein, cuando los palabras de las frases refieren a objetos del mundo. La frase de nuestro ejemplo tiene sentido porque «pared» refiere al muro que delimita mi habitación y «blanca» refiere a una cualidad cromática. Decimos entonces que las proposiciones tienen sentido cuando podemos delimitar claramente a qué elementos de la realidad corresponden los distintos elementos del lenguaje. Así, el objetivo primordial del Tractatus es, como venimos diciendo, delimitar de forma tajante qué puede ser dicho y qué no, qué proposiciones (de la ciencia, del arte, de la moral, del lenguaje cotidiano) caen en absurdos y cuáles no.
El mundo
El Tractatus se presenta como un sistema de proposiciones derivadas y demostradas que conforman un sistema perfecto (aparentemente) imposible de derribar. Sin embargo, todo sistema lógico tiene sus axiomas, premisas de las que parte y que no se demuestran en ningún momento. La premisa del Tractatus la encontramos en la preposición (6.124) y afirma que el lenguaje y el mundo son correspondientes, es decir, que el lenguaje refiere al mundo y lo simboliza. Pero ¿qué es el mundo? ¿Qué quiere decir Wittgenstein cuando habla de mundo? En las dos primeras proposiciones del Tractatus se dice lo siguiente:
«1. El mundo es todo lo que acaece.
1.1 El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas».
Según la metafísica que postula el Tractatus (proposiciones 1-2.1), el mundo, la realidad, está conformada por hechos. Por ejemplo, un hecho podría ser el siguiente: «El perro de la vecina está saltando en el jardín». Es importante notar que para el filósofo austríaco el componente último de la realidad son los hechos, no las cosas. Mientras que para su maestro, Russell, los elementos últimos de la realidad son las cosas («perro», «jardín»), para Wittgenstein los objetos siempre entran en relación entre sí y es imposible pensar las cosas aisladas unas de otras. Esto afirma el filósofo en el Tractatus:
«2.01 El estado de cosas es una combinación de objetos (cosas).
2.12 Esencial a la cosa es poder ser constitutiva de un estado de cosas.
2.012 En lógica, nada es accidental: si la cosa puede entrar en un estado de cosas, la posibilidad del estado de cosas debe estar ya prejuzgada en la cosa».
Notemos que, para Wittgenstein, los hechos son «la existencia de un estado de cosas», esto es, estados de cosas que ocurren en la realidad. De esta manera, «los unicornios tienen un cuerno en la cabeza» no es un hecho, pues los unicornios no existen. Ahora comprendemos mejor lo que es el mundo: «El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas».
Una vez definido lo que es el mundo, ¿qué relación hay entre él y nuestro lenguaje? Este es el punto clave del libro y la respuesta a esta pregunta es el elemento central del giro lingüístico que lleva a cabo Wittgenstein con el Tractatus. En la proposición 2.1 encontramos la respuesta: «Nosotros nos hacemos figuras [representaciones] de los hechos». Dicho de otra forma, con el lenguaje representamos la realidad de tal manera que al objeto «perro» le corresponde en la frase la palabra «perro». Además, representamos los hechos de tal manera que las distintas palabras están combinadas entre sí de igual forma a como están los objetos combinados en la realidad (porque no es la vecina la que está saltando).
Para Wittgenstein, las proposiciones tienen sentido cuando podemos delimitar claramente a qué elementos de la realidad corresponden los distintos elementos del lenguaje
Así, la «figura» o representación es el elemento a través del cual podemos captar el mundo, es decir, tenemos un pensamiento que se organiza lógicamente de tal forma que puede expresarse en el lenguaje y figurar el mundo, representarlo. No sabemos cómo es el mundo ahí fuera, sólo sabemos que el mundo que podemos pensar y hablar es el mundo que tiene la misma forma lógica que nuestro lenguaje y pensamiento (por ejemplo, un mundo en el que se aplica cualidades-predicados a los sujetos, como la blancura a la pared).
De esta forma, entre el mundo, el lenguaje y el pensamiento hay algo en común que permite su figuración: la forma lógica. De las tres modalidades de la figuración, el pensamiento es la más radical (proposición 3 del Tractatus) porque no está revestida de los artificios del lenguaje (4.002). En fin, el mundo y el lenguaje (y el pensamiento) tienen la misma forma lógica y guardan entre ellos relaciones de semejanza (¿cómo podría una cosa representar a otra si no fueran semejantes?). De ahí el giro lingüístico: en la medida en que el lenguaje y la realidad son isomorfos —tienen la misma forma lógica—, podemos estudiar la realidad a partir de un estudio del lenguaje.
La filosofía
Todo lo escrito hasta aquí, ¿cómo afecta a la filosofía? O mejor dicho: ¿qué implicaciones tiene para las proposiciones filosóficas? Muchas. En primer lugar, según la teoría expuesta en el Tractatus, la filosofía conjunto de sinsentidos porque sus palabras no refieren a objetos de la realidad.
«4.0031 La mayor parte de las proposiciones y cuestiones que se han escrito sobre materia filosófica no son falsas, sino sin sentido. No podemos, pues, responder a cuestiones de esta clase de ningún modo, sino solamente establecer su sinsentido. La mayor parte de las cuestiones y proposiciones de los filósofos proceden de que no comprendemos la lógica de nuestro lenguaje. (Son de esta clase las cuestiones de si lo bueno es más o menos idéntico que lo bello). No hay que asombrarse de que los más profundos problema no sean propiamente problemas».
Así, cuando un filósofo afirma, por ejemplo, que «el ser es la esencia de todos los entes», en realidad, para el Wittgenstein del Tractatus, el filósofo no está diciendo nada porque las palabras que usa («ser», «ente») no corresponden a objetos de la realidad. Con este ejemplo se puede ver cómo los problemas filosóficos, defiende Wittgenstein, son problemas solo por un mal uso del lenguaje, pero nada más. Desde este punto de vista, la forma correcta de acercarse a la realidad es la de la ciencia. A este respecto, escribe el filósofo austríaco:
«6.53 El verdadero método de la filosofía sería propiamente este: no decir nada, sino aquello que se puede decir; es decir, las proposiciones de la ciencia natural —algo, pues, que no tiene nada que ver con la filosofía—; y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter metafísico, demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos en sus proposiciones. Este método dejaría descontentos a los demás —pues no tendrían el sentimiento de que estábamos enseñándoles filosofía—, pero sería el único estrictamente correcto».
Solamente la ciencia y la lógica pueden usarse con algún tipo de aspiración epistemológica. La primera porque se encarga de comprobar (verificar) las proposiciones sobre el mundo (verificar si, efectivamente, la pared es blanca o no, o si el agua hierve a 100 o 90 grados). La lógica, en cambio, tiene una tarea más difícil. Sus proposiciones son tautológicas, porque no hablan del mundo, pero de alguna forma muestran la forma lógica común al mundo, al pensamiento y al lenguaje.
Es justamente esta la única misión que puede quedarle a la filosofía: mostrar el isomorfismo del mundo, el pensamiento y el lenguaje desembrollando el natural ejercicio del lenguaje común (tantas veces enredoso y opaco). «El objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos […] El resultado de la filosofía no son ‘proposiciones filosóficas’, sino el que las proposiciones lleguen a clarificarse» (4.122). Un ejemplo de esta misión esclarecedora podría ser mostrar que cuando alguien dice «ocurrió un milagro», en realidad no refiere a un poder divino, sino a que ocurrió algo inesperado. El lenguaje natural, según el primer Wittgenstein, está lleno de referencias confusas y juegos de palabras que nos impiden delimitar claramente qué queremos decir.
Mientras que para su maestro, Russell, los elementos últimos de la realidad son las cosas («perro», «jardín»), para Wittgenstein los objetos siempre entran en relación entre sí y es imposible pensar las cosas aisladas unas de otras
Ocurre, sin embargo, que el Tractatus no se limita a esta función esclarecedora, sino que es un libro puramente filosófico. Es un libro lleno de —en terminología del propio Tractatus— sinsentidos. Wittgenstein es consciente de esto y, por eso, al final del libro escribe lo siguiente:
«6.54 Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido)».
La mística
El objetivo del Tractatus es mostrar lo que puede decirse con sentido (las proposiciones sobre el mundo natural) y señalar los embrollos del lenguaje natural y las osadías del lenguaje filosófico (que hace pasar sus confusiones lingüísticas por verdaderos problemas). Y es que cuando un filósofo habla de Dios o del Bien, no está diciendo nada porque ¿a qué objeto del mundo hace referencia? Es lo mismo, se deduce del Tractatus, que hablar de unicornios, viajes temporales u otro sinfín de entidades que no tienen una correspondencia en el mundo.
Pero ¿quiere decir esto que, al igual que los unicornios, no exista ni el Bien ni Dios? No. A diferencia de las entidades ficticias, el componente religioso, ético y estético de la vida indudablemente existe, estamos en él, nos rodea. Pero, a pesar de ser dimensiones fundamentales, no podemos hablar de él (con sentido). Esta es la línea de fuga de todo el libro: el Tractatus versa sobre lo que puede decirse, pero lo más importante de nuestra vida es justamente de lo que no puede decirse nada (y sobre lo que el Tractatus calla). En una carta, escribe Wittgenstein:
«Quise escribir, en efecto, que mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la importante. Mi libro, en efecto, delimita por dentro lo ético, por así decirlo; y estoy convencido de que, estrictamente, SOLO puede delimitarse así. Creo, en una palabra, que todo aquello sobre lo que muchos hoy parlotean lo he puesto en evidencia yo en mi libro guardando silencio sobre ello».
La dimensión valorativa (ética o estética, por ejemplo) no solo es la dimensión más importante, sino que es la única que merece nuestra atención. «Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado. Desde luego que no queda ya ninguna pregunta, y precisamente ésta es la respuesta» (6.52). La mística, el problema de nuestras vidas, su sentido y toda la dimensión humana que conforma la existencia más allá de lo físico solo pueden mostrarse (6.522), pero de ellas no se puede decir nada porque «de lo que no se puede hablar, mejor es callarse» (7).
Según la teoría expuesta en el Tractatus, la filosofía conjunto de sinsentidos porque sus palabras no refieren a objetos de la realidad
Influencia posterior
El Tractatus fue muy influyente para la corriente filosófica llamada «positivismo lógico», corriente que se desarrolló fundamentalmente durante el período de entreguerras. Los pensadores afines a este movimiento se aglutinaron alrededor de Moritz Schlick, catedrático de la Universidad de Viena, por lo que también se conoce a este movimiento como el Círculo de Viena. Los positivistas buscaron la forma de delimitar correctamente el conocimiento verdadero. Al igual que Wittgenstein, su método era el análisis lógico del lenguaje. Estos autores heredan de Wittgenstein su teoría de la significatividad, es decir, toda una teoría acerca de la realidad, del mundo y del lenguaje que les permitía cumplir su objetivo epistemológico.
La influencia fundamental que tuvo el primer Wittgenstein en esta corriente de pensamiento se puede resumir en dos puntos principales. El primero de ellos es la creencia en que el significado de un enunciado yace en el reflejo de un hecho (esto es, que el lenguaje representa la realidad). El segundo punto consiste en que la única forma de saber si un enunciado es verdadero o falso es comparándolo con la realidad.
El problema que los positivistas heredan del Tractatus es que este libro no señala los criterios necesarios para comparar los enunciados con la realidad (criterios necesarios para delimitar si estos, los enunciados, son verdaderos o falsos). Los positivistas, que veían en Wittgenstein a un maestro —aunque este nunca afirmó ser parte del Círculo—, dedicaron sus esfuerzos a la búsqueda de estos criterios con el fin de encontrar la forma de alcanzar el conocimiento verdadero y dejar los pseudoproblemas filosóficos.
la línea de fuga del Tractatus es la siguiente: versa sobre lo que puede decirse, pero lo más importante de nuestra vida es justamente de lo que no puede decirse nada (y sobre lo que el Tractatus calla)
Sin embargo, y a pesar de los grandes esfuerzos de los positivistas, los filósofos del Círculo de Viena se toparon con multitud de obstáculos en su búsqueda. Por ejemplo, enfrentarse con entidades ficticias —o sin un referente claro en la realidad— que aparecen en las explicaciones científicas del mundo (como por ejemplo «vida», «gen» o «comportamiento»).
En fin, la influencia del Tractatus fue altísima durante el siglo pasado y definió la deriva de multitud de grupúsculos filosóficos de distintos países. Por esa influencia, tuvo que pasar algún tiempo hasta que cayera la premisa principal que articula todo el Tractatus, a saber, que el lenguaje habla de la realidad. ¿De qué habla el lenguaje si no es del mundo? Puede simplemente usarse, como dirá después el segundo Wittgenstein, o puede hablar de otras palabras, como mostrará Derrida.
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