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Buena educación, mejor gobierno

Javier Sádaba

Grabado de Charles Laplante que se insertó por primera vez como ilustración en el libro de Louis Figuier, «Vida de los sabios ilustres» (París, 1866) También publicado por la Biblioteca Pública de Nueva York en su Galería Digital con el subtítulo: "«Aristóteles y su alumno, Alejandro». Imagen en dominio público.

Grabado de Charles Laplante que se insertó por primera vez como ilustración en el libro de Louis Figuier, «Vida de los sabios ilustres» (París, 1866). También publicado por la Biblioteca Pública de Nueva York en su galería digital con el subtítulo: ««Aristóteles y su alumno, Alejandro». Imagen de dominio público.

El mejor gobierno de todos comienza por el cultivo y la educación de cada uno. Solo de esta manera se consigue llenar de sentido una democracia que parece haber sido vaciada de significado. Solo individuos iguales en sus derechos, informados y libres en sus decisiones harán que el gobierno vuelva a tener sentido y la gobernanza merezca la pena. 

Por Javier Sádaba, filósofo

Se ha hablado hasta la saciedad de educación para la ciudadanía. Se han escrito no pocos libros sobre el tema y se ha colocado dicha educación para la ciudadanía como una especie de piedra angular de una sociedad supuestamente democrática. Poco se ha dicho sobre lo que es ser ciudadano, a no ser que uno se quede con la trivial expresión de que es aquel que vive en una ciudad y no en un medio rural. En este caso, día a día aumenta el numero de ciudadanos, puesto que la huida del campo y la extensión de las ciudades se está produciendo a un ritmo acelerado. Pero pocas veces se refiere quien usa la palabra ciudadano, sea desde el medio que sea, al hecho incuestionable, hasta ahora, de que el ciudadano, aparte de otras características a las que enseguida haré referencia, es un mundano, un terráqueo, un individuo perdido en un diminuto planeta dentro de una las innumerables galaxias que conocemos de lo que, con mayúscula, llamamos Universo. Puede ser que pronto salgamos de la tierra e incluso que nuestra inteligencia desborde la que en este momento poseemos. Pero, hasta que llegue o no llegue esa situación, hemos de enfrentarnos con nuestra mundanidad, con el mundo que nos ha tocado en suerte, con el mundo real, a veces tan real que nos aplasta.

La educación del «pueblo»

En ese mundo algunos pensamos que lo más importante es la educación del pueblo. La palabra «pueblo» no está elegida al azar. Se la ha definido de muchas maneras. Yo la entiendo como población, conjunto de individuos, antes o independientemente de que se conviertan en lo que llamamos ciudadanos de un Estado. La tomo como punto de partida de una organización que ha de tener como base la educación. La educación sería su gozne principal.

En ese mundo algunos pensamos que lo más importante es la educación del pueblo

Ya Platón la consideró como lo esencial a la hora de construir la República, solo que, en su admiración por Esparta y su rencor contra una democracia que había condenado a su maestro, Sócrates, igualó educación con instrucción. Y no tienen que ser lo mismo. Es este un aspecto fundamental si queremos construir lo que se ha dado en llamar «gobernanza» y que incluye al gobierno, además de otras instituciones que rigen la vida política. Pero la educación, hija y madre de la cultura, como luego veremos, se distingue de la citada instrucción de forma análoga a como lo hacen la retórica y la dialéctica, si se nos permite utilizar la sabiduría griega. En la retórica uno se dirige e intenta convencer a muchos. Es lo que hicieron los primeros cristianos, dramatizando, apelando a figuras ejemplares, mostrando imágenes que conmovieran al público. En la dialéctica, por el contrario, se quiere llevar de la mano, por así decirlo a quien no sabe, a otro estado en el que sabe, se trate de la materia que sea.

Platón ya igualó educación con instrucción. Y no tienen que ser lo mismo

Imaginemos, más como experimento mental que como verdad antropológica, que un grupo o población comienza a organizarse dándose unas mínimas reglas de convivencia. Si de lo que se trata es de formar un conjunto de personas que, paso a paso, puedan llegar a gobernarse con todos los entramados que elijan, tendrían, antes que nada, que educarse.Y para ello ir adquiriendo una cultura o cultivo, tanto de sus talentos personales como de los útiles que les sean necesarios, de forma que crezcan y adquieran los elementos sin los cuales serían puro caos. La educación, o arrancarles de una masa informe, consistiría en ir educando a los miembros de la comunidad en cuestión.

Demos ahora un gran salto y coloquémonos en nuestros días. Y para entender lo que más adelante digamos conviene recordar algo que, aunque conocido, se olvida con frecuencia. Y se olvida que si describimos nuestra vida por medio de un gráfico veremos que se parece a un semicírculo. Comienza subiendo, llega al máximo y desciende de nuevo. Se trata del nacimiento, de las diversas etapas de la vida y del final o cesación. Eso quiere decir que hay que ir adaptando la relación entre enseñar y aprender a las distintas edades de los individuos. Cosa que no es fácil, porque, como los señalan los ritos de paso, hay zonas oscuras en donde es complicado, por ejemplo, distinguir un adolescente de un joven.

Un lugar en el mundo

Teniendo en cuenta que se trata como de ir subiendo paso a paso una escalera, la culturización por medio de la educación y a través de los maestros en el arte de educar, debería tener dos partes fundamentales. Una, la primera, muy general y la otra u otras, concreta o particular. En la primera se le inicia al niño con cuestiones amplias que le vayan situando en el mundo que le ha tocado vivir. En este sentido es necesario que vaya entendiendo que vive en este mundo, en un determinado entorno, pero dentro de un planeta en el que habitan también otros seres como él. Se trataría de ir situándole en el espacio y en el tiempo en el que le ha tocado vivir.

Es necesario que el niño vaya entendiendo que vive en este mundo, en un determinado entorno, pero dentro de un planeta en el que habitan también otros seres como él

Cierto es que, si hacemos caso al psicólogo evolutivo Piaget, las nociones abstractas, la implicación lógica por ejemplo, no aparecen hasta aproximadamente los 12 años. Pero continuando con esta visión primera, intuitiva y concreta, habría que indicarles que junto al resto de los animales somos el producto de una larga evolución. Gráficos, dibujos y ejemplos es posible grabar en los niños que, de esta manera, internalizarán la enseñanza con cierto placer, requisito este indispensable y opuesto radicalmente a todo aquello que cause aburrimiento. En este punto, no habría que olvidar un mal –señalado en su tiempo por el físico y escritor Charles Percy Snow– que continúa hasta nuestros días y que no es otro sino la absurda separación entre ciencias y humanidades. Y es que ambas han de ir unidas, enroscarse de tal manera que se exijan mutuamente. Los recientes ataques a la filosofía, si nos ceñimos al mundo más desarrollado de la enseñanza, son una prueba de que no se entiende que la ciencia sin humanidades es ciega de la misma manera que las humanidades sin ciencia son vacías.

Educación ¿universal y gratuita? 

Antes de pasar al segundo plano en el nos referiremos a una educación más especializada, conviene salir al paso, fruto de tanta polémica, de si la educación tendría que ser universal y, en lo posible, gratuita. Y es que existen tres posibilidades dentro de lo que estamos viendo. Podría darse una educación universal, otra en la que se combina lo privado y lo público y otra en la que el estudiante se refugiará en su casa bajo la influencia formadora de padres y tutores. Es claro que dependerá de la ideología que uno tenga por cuál de tales sistemas educativos ha de optar.

Parece que el ideal de una sociedad democrática supone que sea universal; es decir, para todos. Una fuerte corriente, nacida en Estados Unidos, objeta, sin embargo, que la enseñanza se ha convertido en una guardería, en una milicia, en un lugar en el que es difícil que florezca el pensamiento y una manera digna de vivir. Y se recuerda que la mayor parte de inventores, pensadores o modelos morales no fueron a la escuela, sino que, en una sabia combinación de autodidactismo y ayuda familiar, lograron lo que probablemente no hubieran conseguido asistiendo a clase. Es probable que haya una buena dosis de verdad en esta crítica a la escuela. Pero dicha critica tiene lugar porque no hay complicidad con los estudiantes, especialmente niños, porque no se genera placer y porque, como si se siguiera al pie de la letra la idea del filosofo Locke de la enseñanza como militarización, no se flexibilizan los horarios, se pone una absurda carga de deberes para hacer en casa y el contacto con los padres es burocrático y, a veces, amenazante. El niño ha de tener, en suma, un primer entorno acogedor en el que goza con lo que hace y, al mismo tiempo, ha de aprender a ser crítico consigo mismo cuando obra, en el terreno que sea, mal.

La crítica que asemeja la educación universal con una milicia o guardería viene porque no hay complicidad con los estudiantes, especialmente niños, y porque no se genera placer

Lenguas muertas que dan la vida

Demos un salto que podríamos colocarnos en lo que suele entenderse por «enseñanza media». En función de las capacidades obtenidas en el estadio anterior, los alumnos deberán ir eligiendo la carrera que desean estudiar. Y, dentro ya de este estadio, dos son las asignaturas troncales esenciales que, después, se podrán especificar. Una es la que atañe al dominio de los idiomas. Y la otra a la filosofía tal y como enseguida la expondremos. Respecto a las lenguas, habría que enseñar bien el latín y algo de griego. El latín es un buen instrumento para conocer el castellano y estructura no poco la mente. Por otro lado, no deberíamos olvidar que, junto al citado griego y, aunque parezca extraño, el lituano, nos ha permitido conocer lo que fue la lengua ancestral indoeuropea. Añadamos que quien ha aprendido el latín tiene a mano aprender las otras lenguas latinas, el francés por ejemplo, e incluso el alemán y el inglés por las declinaciones que se usan en el primero y la similar semántica con el segundo. Además, y echando la vista atrás, no habría que olvidar que la reconstrucción que se ha hecho, de modo hipotético, del indoeuropeo, ancestro de la mayor parte de nuestra lenguas europeas, se ha conseguido, como acabamos de decir, por medio del latín, del griego y del lituano.

El latín, así, es un foco que alumbra la mente, las lenguas y la antropología. Y siguiendo con la luz, en esta serie no puede faltar la música, el canto, por modelar el cerebro alumbrando varias zonas a la vez y estimulando las funciones del lenguaje, la relación, la capacidad de atención y concentración desde el nacimiento. Pero, sobre todo –y más allá de este lenguaje si se quiere promocional–, de lo que hablamos es del placer, de la educación en y del placer que la música supone y que nos puede acompañar durante toda nuestra vida.

El latín, así, es un foco que alumbra la mente, las lenguas y la antropología

 
Filosofía, imprescindible

Si pasamos a la filosofía, materia a derruir por todos los enemigos del librepensamiento, tendría como base inicial una, al menos, elemental lógica y su correspondiente teoría de la argumentación. Es lo que en la enseñanza aristotélica se llama Organum y que atraviesa todo lo que pensamos, tanto teórica como prácticamente. La lógica es una especie de detector de mentiras. Quien razona bien podrá engañar, pero no se dejará engañar, como con tanta frecuencia sucede, sobre todo, desde el ficticio altar del Poder. A continuación se estudiarán tanto las ciencias como las humanidades. Las primeras nos muestran las ciencias empíricas, como es el caso de la biología, imprescindible en nuestros días. Y en relación a las humanidades no es cuestión de palabrería, género abundante en la actualidad, sino en el refinamiento de la sensibilidad, la lectura que enseña y divierte o la elegancia indispensable para poder tratar con los demás sin arrogancia ni humillación.

La lógica es una especie de detector de mentiras. Quien razona bien podrá engañar, pero no se dejará engañar

Educación y gobernanza

Llegamos al final. Se nos preguntará qué tiene que ver la gobernanza con lo anteriormente solo esbozado. Tiene mucho que ver, porque es de esta manera como se puede construir una democracia que no solo lo sea de nombre. Hablar de democracia exige un recorrido que está fuera de mi objetivo. Es de cultura general saber que comienza con el discurso de Pericles, que la define como discusión asamblearia, y en la que se acaba decidiendo por mayoría. Pisistrato y Clistines continuarán por esa senda. Desde entonces ha sido sometida a cambios, transformaciones que la han hecho crecer y revolcones que la han dado marcha atrás. Por mi parte solo desearía señalar que, para que exista democracia que sirva como el tronco del que nacen diversas ramas, hay que partir de unos individuos iguales en sus derechos, informados y libres en sus decisiones. Todo lo demás vendrá por añadidura. La gobernanza, entonces, merecerá la pena. Y supone que nadie está por encima de nadie, que la autoridad solo se obedece si da razones. Y exige la igualdad de oportunidades y el reparto justo de los recursos.

La información, por desgracia, fluye contaminada por las venas de los que se han hecho con el poder, por el medio que sea. Y lo que es realmente grave es que mucha gente, por pereza, miedo o dejadez, prefiere la ignorancia y la llamada de la tribu. Este es el problema de los problemas. Y contra esto, sin tirar la toalla, no podemos por menos que manifestar nuestro escepticismo. A la palabra sensata se contesta con dogmatismo, o preguntando y preguntando como papagayos sin escuchar la respuesta o señalando un pseudometafísico no se sabe bien qué dominándonos a nuestras espaldas. O con la solemnidad de los tontos que se creen listos. Pero no perdamos la esperanza. Es lo único, que, aunque escasa, queda.

Para que exista democracia hay que partir de unos individuos iguales en sus derechos, informados y libres en sus decisiones

Sobre el autor

Javier Sádaba (Portugalete, 1940) ejerció durante tres décadas como catedrático de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid. Allí llegó después de formarse como filósofo en Tübingen (Alemania), Roma, Nueva York… Entre sus intereses e investigaciones, qué es y cómo alcanzar la Vida Buena (y con mayúsculas); la filosofía de la religión (de las religiones); la bioética o las neurociencias. Su último libro publicado, Memorias desvergonzadas, en Almuzara; el último publicado sobre él (y sobre Jesús Mosterín) se titula Jesús Mosterín y Javier Sádaba, una última conversación, está escrito por María del Olmo y publicado en Ápeiron.

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