Catrin Misselhorn es filósofa de la Universidad de Gotinga (Alemania). Como académica, parte de su trabajo previo ha consistido en examinar nuestra relación con las máquinas desde distintos campos, preguntándose, por ejemplo, si las máquinas pueden asumir funciones morales —en entornos de cuidado, por poner un caso—. En sus artículos, examina si los agentes artificiales pueden tener responsabilidad, empatía o alguna forma de agencia moral, ayudándonos a pensar un futuro que cada vez es más presente.
Ahora acaba de publicar en castellano La inteligencia artificial y el fin del arte, donde la pregunta principal es si puede la inteligencia artificial (IA) realmente producir arte o si sus creaciones son meras simulaciones de lo estético. Con esto, Misselhorn se une —y en parte responde— a quienes desde distintos ángulos se preguntan qué distingue lo «auténtico» de aquello que ha sido generado por algoritmos.
En este contexto, el nuevo libro de Misselhorn no es solo una reflexión teórica más: aporta claridad sobre temas que ya provocan tensión en el ámbito artístico, legal y tecnológico. Cuestiones como la autoría, la intencionalidad, la experiencia estética, la responsabilidad ética en los datasets usados y el papel del arte en una sociedad digital se entrelazan en este libro.
En esta entrevistamos abordamos estos debates, caminando siempre por la estrecha frontera que divide lo que es arte de lo que no lo es. ¿Acaso es el ser humano el responsable de esta distinción y todo lo que haga la IA debe estar condenado al olvido estético? La pregunta no es menor porque, en una época en la que imágenes, textos y músicas generadas por algoritmos circulan masivamente, la frontera entre lo humano y lo artificial parece cada vez más difusa.
Esta es la tesis de Misselhorn: la IA produce únicamente fake art («arte falso»), esto es, objetos que imitan la apariencia de una obra de arte, pero que carecen de autoría, intencionalidad y responsabilidad estética. El arte, dice ella, no se limita a un resultado formal, sino que implica la expresión de una visión del mundo y la posibilidad de un diálogo entre creador y receptor. Nuestra entrevista parte, precisamente, sobre los límites de esta tesis.
El libro parte de una preocupación clara: distinguir qué es arte y qué no lo es en un contexto de pseudoarte o fake art debido a la IA. Quisiera preguntarle: ¿realmente importa distinguir entre el arte verdadero y el que no lo es? Lo pregunto porque usted sostiene que esta distinción es clave para defender la experiencia estética (es decir, no gozamos igual con obras generadas por IA porque no nos abren mundo).
Yo argumentaría más bien lo contrario. No parto de la distinción entre arte y pseudoarte, sino que utilizo la IA como una lupa para descubrir qué constituye realmente el arte y qué lo diferencia del no arte.
El resultado de mi investigación es que la IA solo puede crear fake art. Por lo tanto, no parto en absoluto de la premisa de que la IA no puede crear arte. Más bien me baso en el argumento artístico de autores como Duchamp y Warhol, y en el argumento teórico del filósofo del arte Arthur Danto, según el cual, aunque en principio todo puede ser arte, no todo lo es.
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