Vivió libre, construyéndose y destruyéndose a su antojo. Cantó, amó, bebió, se hundió y se recompuso como y cuanto quiso. Rebelde, transgresora, de alma y canciones desgarradas, Chavela Vargas, la dama de poncho rojo fuerte, valiente y ardiente, apuró una larga vida –o dos o tres– de 93 años. Se fue hace casi siete, el 5 de agosto de 2012. Su último trago lo había dejado atrás mucho tiempo antes.
Por Amalia Mosquera
Así fue y así vivió Chavela Vargas. Así la retrataron la letra de Joaquín Sabina y la música de Álvaro Urquijo, de Los Secretos. Y así ha quedado para la historia. Una mestiza ardiente de lengua libre, voz áspera, rota y llorona, que pensó y se expresó siempre como le dio la gana. Una gata valiente que paseó su vida, sus canciones y su desgarro por un bulevar de sueños rotos y recompuestos mil veces. Una paloma negra que volaba entre excesos y supo cantar como nadie las amarguras fruto de una vida hecha a base de daños y heridas, pero también de una poderosa fuerza para reivindicarse a sí misma y resucitar tantas veces como fuera necesario.
Canciones con alma
«Para ser Chavela tenía que ser más fuerte y más macha y más borracha que cualquiera de los chavos que había a su alrededor», dicen en el documental Chavela, de 2017. «El dolor forma todo lo que ella hizo. Sin ese sufrimiento no habría sido quien fue. Transmitía esa pena y la compartía. Transformaba su dolor en arte. Más que cantante, era intérprete. Daba alma a sus canciones», dijo Daresha Kyi, una de las directoras. Ella, La Vargas, lo había contado: «Canta como te salga del alma, Chavela, me decía a mí misma. Y así fue como canté, como me salía del alma». Era el canto desesperado, le quitaba las ornamentaciones y lo convertía en el canto del alma herida, del final trágico del amor, se explica en el documental.
Mito y realidad de carne y hueso, leyenda y verdad, soledad y parranda, dolor y vida. «Para dónde vas es más interesante a esta edad para todo el mundo que de dónde vienes», decía la cantante en 1991, a los 72 años, en el inicio del documental sobre su vida y su figura. De acuerdo, Chavela; veremos para dónde fuiste, pero permítenos hoy hacer antes un breve repaso a de dónde viniste para conocerte y entenderte mejor.
Ni era mexicana ni se llamaba Chavela. Esta mexicana para el mundo entero nació en Costa Rica, el 17 de abril de 1919. Isabel Vargas Lizano. Siendo aún una niña, sus padres se desentendieron de ella. «Fui una niña sola y triste. A mis abuelos no los conocí y a mis padres, más de lo que hubiera querido. Tenían muchos prejuicios, mucho miedo al qué dirán. No veía nunca a mi mamá ni a mi papá. Mis padres no me querían. Cuando se divorciaron, me dejaron con mis tíos, que Dios los tenga en el infierno». Y a partir de ahí, pocas alegrías, incluida la polio que sufrió.
Fumaba, bebía, llevaba pistola
Con 17 años se marchó sola a México –«mi obsesión era, mañana, tarde y noche, que me tenía que ir»–, el país donde pasaría el resto de sus muchos años. «Algo me llamaba. Me estaba esperando el arte. México me enseñó a ser lo que soy, pero no con besos y abrazos, sino a patadas y a balazos. México me agarró y me dijo: Te voy a hacer mujer, te voy a criar en tierra de hombres, te voy a enseñar a cantar».
«El dolor forma todo lo que ella hizo. Sin ese sufrimiento no habría sido quien fue. Transmitía esa pena y la compartía. Transformaba su dolor en arte. Más que cantante, era intérprete. Daba alma a sus canciones». Daresha Kyi
En la década de los 50 empezó a ser conocida en los círculos musicales y culturales del país. Y poco a poco fue metiéndose en ese mundo. Conoció y entabló amistad con un sinfín de actores, pintores, escritores, músicos…: Ava Gardner, Pablo Neruda, Diego Rivera, Frida Kalho –«Presentí que podía amar a esa mujer. Me enseñó muchas cosas, ¡agarré el cielo con las manos, con cada palabra, cada mañana!»–, Gabriel García Márquez… Y José Alfredo Jiménez, cantante y compositor –«un filósofo», dice ella, «que con sus canciones enseña a vivir»–, al que conoció en una cantina, que le escribiría muchos de sus temas y que se convertiría en un pilar de su vida.
Ese era ya su ambiente. Y en él se movía libre, nadando siempre a contracorriente: se ponía los pantalones y su poncho rojo, vestía como un hombre, fumaba, bebía (tequila, tequila y más tequila, todo el que hiciera falta; y el que no hiciera falta, también), llevaba pistola. Vivía como quería, incluidas sus relaciones sentimentales. Era lesbiana, aunque jamás lo dijo, nunca habló de ello abiertamente hasta los 81 años, en una entrevista en la televisión colombiana en el año 2000.
«Vivimos en una sociedad patriarcal. No podía exponerme. Tienes que respetar y hacer que te respeten. Yo he tenido que luchar para ser yo y que se me respete, y llevar ese estigma para mí es un orgullo. Llevar el nombre de lesbiana. No lo voy presumiendo, no lo voy pregonando, pero no lo niego», dijo la cantante. «Se dieron cuenta de que yo era homosexual desde muy niña; me llamaban «rara». Lo que duele no es ser homosexual, sino que te lo echen en cara como si fuera la peste. No se estudia para lesbiana, ni te enseñan a ser así. Yo nací así, desde que abrí los ojos al mundo. Yo no tengo de qué avergonzarme. Mis dioses me hicieron así. Pero no pensemos en eso. Piensa que el ser humano ama y nada más, no le preguntes a quién ni por qué. Yo he amado mucho. Quien no ha amado no ha vivido».
Chavela baja a los infiernos
Sus dioses mexicanos, esos en los que Chavela tanto creía y que discutían entre sí para tenerla a su lado. «Ellos te preparan para partir. El Señor de la Muerte un día me dijo: Vámonos; pero yo le dije: Todavía no, no me invites todavía. Y entonces la Diosa de la Vida le dijo: Déjamela otro poco; préstamela, que tengo mucho todavía que hablar con ella; y yo luego te la regreso, cuando ella se quiera ir, yo la ayudo a irse».
Parecía que el alcohol se empeñaba en que el Señor de la Muerte ganara esa pugna. Tantos excesos con él no le salieron gratis. «Me emborrachaba y me iba a cantar. Yo tomaba tequila, todo me lo tomé, por eso no quedó nada». Fueron 40 mil litros de alcohol, o al menos ese fue el cálculo que le hizo su hermano de lo que ella había bebido a lo largo de 78 años. «Estábamos de viaje por Acapulco y a él le dio por sacar la cuenta de lo que había tomado, con pelos y señales. Y lo cierto es que el número, aunque elevado, no me asustó. Todo tiene un para qué en la vida. Yo sé que por algo fue, pero me lo reservo». Lo disfrutó y lo sufrió. «Tenía un alcoholismo severo, muy muy severo», dice en el documental Chavela la que fue su abogada y compañera. Al alcohol, todo el del mundo, se le unió la muerte del compositor y amigo José Alfredo, en 1973. Se hundió. La cantante se presentó en el velatorio tequila en mano, destrozada. Y allí se quedó sentada junto a la viuda, trago tras trago, sintiéndose tan viuda como ella. «Está sufriendo tanto como yo», dicen que dijo la mujer de José Alfredo.
Tómate esta botella conmigo
y en el último trago nos vamos,
quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
Esta noche no voy a rogarte,
esta noche te vas de veras,
qué difícil tener que dejarte
sin que sienta que ya no me quieras.
Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores,
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores.
En el último trago, de José Alfredo
«A mis abuelos no los conocí y a mis padres, más de lo que hubiera querido. Mis padres no me querían. Cuando se divorciaron, me fui con mis tíos, que Dios los tenga en el infierno»
Y a los 74 años resucitó
A finales de los 70 llegó el parón, un frenazo de casi 15 años. Los problemas producidos por el alcohol la obligaron a retirarse. Nadie la contrataba. «El alcohol es una enfermedad, es una dependencia del alma, de la psique más que del cuerpo; la enfermedad de la soledad, del abandono, de estar rodeado de mucha gente pero, al final, nada». Chavela desapareció, se alejó del ruido. Quizá volvió a ser Isabel. «Esa Isabel, como me llamaba mi madre, es la que yo amo, la que anda conmigo. La Chavela es cabrona, la que recibió las cornadas y las patadas de la vida», dijo la cantante. Pero si alguien pensaba que había llegado su fin, se equivocaba. «La gente creía que estaba muerta, que había muerto en el olvido», se dice en el documental Chavela. «Los chamanes me curaron. Salí de los infiernos –dijo ella años después–, pero lo hice cantando». Chavela volvió a ser Chavela. Como buena gata valiente, le quedaban aún más vidas, las vidas en las que conocería al director de cine Pedro Almodóvar y al cantante y compositor Joaquín Sabina, ambos españoles, que se convertirían en los más grandes amigos, compañeros, cómplices.
Regresó a los escenarios a principios de los 90. No bebería nunca más. Ya había dicho ella misma que se había bebido todo; no quedaba nada más que beber pues. Resucitó. La mujer «de pelo de plata y carne morena escapó de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol, de mil noches en vela». Y lo celebró tirándose en paracaídas al cumplir 80. Gata de piel de tigre.
Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.
Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.
Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.
Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.
Noches de boda, Joaquín Sabina a dúo con Chavela Vargas
«Me emborrachaba y me iba a cantar. Yo tomaba tequila, todo me lo tomé, por eso no quedó nada. Todo tiene un para qué en la vida. Yo sé que por algo fue, pero me lo reservo»
Hermosa muerte
La soledad la acompañó siempre. Vivió siempre sola y a las virtudes de esa soledad se agarraba para defender que nadie la controlara ni le dijera lo que tenía o no tenía que hacer. Esa soledad le daba la libertad imprescindible para vivir la vida a su manera. «La vida es bellísima, pero la muerte también es hermosa. La verdad, yo no creo en la muerte. La muerte siempre ha andado conmigo. La muerte cantando por toditas las cantinas. ¿En qué quedamos, pelona? Me llevas o yo te llevo. Nunca me olvido que fui borracha. Bebía todo y un día dije: «Me voy a morir». O me muero o me compongo. Tengo que decidirlo yo».
Y decidió componerse. España la esperaba. La Sala Caracol de Madrid, en 1993, se rindió ante esta mujer fuerte y conmovedora. Y el teatro Lope de Vega de Sevilla, y Barcelona. Y luego Murcia, y Valencia, y Santiago de Compostela, y… En 2001 dio un concierto multitudinario en el Zócalo de Ciudad de México.
«Fue única. Tuvo una vida como una montaña rusa, de subidas y bajadas extremas, de estar borracha y tirada en el suelo a convertirse en musa de Pedro Almodóvar, abarrotando salas como el Carneggie Hall de Nueva York, el Olympia de París o el Bellas Artes de México», dijo la directora Daresha Kyi. «Cuando la conocí, quise que todo el mundo la descubriera, sobre todo porque podía ayudar a quienes se sienten fuera de la norma. En España comenzó un proceso de autoafirmación. Necesitaba curarse de esas heridas que había arrastrado toda la vida».
García Lorca y Chavela
Su amor por el escritor Federico García Lorca fue lo último que ofreció a su legión de seguidores, un disco de poemas que presentó primero en México y después en Madrid. Laura García Lorca, presidenta de la Fundación García Lorca, señaló que, «desde joven, Chavela sintió una deuda con Lorca. Él la acompañaba en su vida, en su soledad, en su dolor y en sus mejores momentos». En 1993, La Vargas vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid (España), en la misma habitación en la que había vivido Lorca, y allí recibía la visita de un pájaro en su ventana que para ella era el alma del poeta.
«Yo no creo en la muerte. La muerte siempre ha andado conmigo. La muerte cantando por toditas las cantinas. ¿En qué quedamos, pelona? Me llevas o yo te llevo. Bebía todo y un día dije: ‘Me voy a morir’. O me muero o me compongo. Tengo que decidirlo yo»
En 2012, con 93 años, decide volver a Madrid. Es verano, 10 de julio, y da su último concierto en esa misma Residencia de Estudiantes. Al terminar se siente agotada. Tiene que ingresar unos días en el hospital. «No me voy a morir en España. Date prisa porque esta ha estado rondando por aquí y ya me quiere llevar», cuenta su representante que le dijo en el documental Chavela. Y consigue regresar a su México del alma.
El 5 de agosto de 2012 se comunicó su muerte a través de su Twitter: «Silencio, silencio: las amarguras volverán a ser amargas… Se ha ido la gran dama Chavela Vargas».
Ay de mí, Llorona,
Llorona, llévame al río.
Tapame con tu rebozo,
Llorona, porque me muero de frío.
Si ya te he dado la vida, Llorona,
¿qué más quieres, quieres más?
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