Las tesis de ambos movimientos filosóficos, empirismo y racionalismo, que se ocupan de experiencia y razón, no fueron exclusivos de su época, pues ya en la Antigüedad existieron teorías de uno u otro signo. Pero fue en los siglos XVII y XVIII cuando se desató la pugna entre dos de las más famosas corrientes de la historia de la filosofía.
Por Jaime Fdez-Blanco Inclán
El racionalismo y el empirismo eran, en principio, teorías diametralmente opuestas. Una tuvo mayor desarrollo continental, la otra tenía «denominación de origen» británica. Uno decía que el conocimiento humano es fruto de la razón –desdeñando la experiencia–, mientras que el otro aseguraba que este es fruto de la experiencia sensible –disminuyendo el peso de la razón–. Sin embargo, ambos movimientos buscaban explicar lo mismo: la facultad del ser humano y el método adecuado para lograr conocer la realidad.
La distinción entre ambas tendencias no es nueva, realmente. Ya desde Platón y Aristóteles se desarrollaron las distintas escuelas de pensamiento que ponían el acento en una u otra cuestión: el idealismo, el positivismo, el pragmatismo, la fenomenología, etc. A lo largo de la historia siempre hubo quienes optaron por razón/experiencia, inducción/deducción, para explicar nuestro modelo de conocimiento: Platón, Aristóteles, Hegel, Comte, James, Husserl, entre otros, y los que aquí tratamos: Descartes, Locke, Leibniz, Hume, Spinoza…, sus principales referentes. Unos movimientos cuyas teorías marcarían como pocos el destino de la humanidad y que explican por qué, todavía hoy, sus filósofos son reconocidos como algunos de los más grandes referentes intelectuales que el mundo ha conocido. Si bien ambas corrientes han tenido mayor o menor preeminencia a lo largo de la historia, nos centraremos aquí en las definidas propiamente como racionalismo y empirismo, es decir, las que se desarrollaron entre los siglos XVII y XVIII.
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