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Hacia una filosofía de las entrañas

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Creation (1931) Diego Rivera

«Creation» (1931) Diego Rivera. Ilustración de una escena del Popol Vuh. Fuente: Library of Congress, Jay I. Kislak Collection. Imagen de Dominio Público.

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Si de algo nos está sirviendo el tiempo de pandemia es para reconciliarnos con nuestro cuerpo. La propia fisicidad ha dejado de ser el enemigo más cercano, ahora es el cuerpo del otro el que nos amenaza con sus fluidos. Nos hemos vuelto más físicos, más cuidadosos con nuestra cubierta epidérmica. Nos miramos más, nos tocamos menos. También el lenguaje se nos ha hecho somático. Se nos «rompe el corazón» más veces al día, andamos casi siempre con «el agua al cuello», «echamos una mano» con mayor presteza, «sacamos más las uñas» porque «estamos hasta las narices» de que nos «tomen el pelo» y «hacemos oídos sordos» cuando alguien nos quiere «tirar de la lengua» para que confesemos que «nos cuesta un ojo de la cara» poner una sonrisa.

Ayer mismo, por la certeza de que el sueño del cosmopolitismo de Kant estaba desvaneciéndose ante mis ojos dada la imposibilidad de transitar los espacios de mi antojo por una innumerable sarta de prohibiciones, confinamientos y requerimientos de pruebas de diagnóstico, a mí se me «revolvieron las entrañas». Las noté ahí, como un laboratorio alquímico, regurgitando un sentimiento prerracional, muy cercano a la piedad, mezcla de compasión y de angustia, y con un trasfondo de unión incondicional con el género humano.

El idioma hebreo, idioma corpóreo donde los haya, posee un único término para contener a la vez al órgano y al sentimiento: el término rahem ( רַחַם), que significa literalmente «matriz», y su plural, rahamim, están relacionados con el campo semántico del seno materno y de la interioridad, y se usa por extensión metonímica para expresar los sentimientos entrañables que surgen con respecto al resto de personas. El orientalista alemán Wilhelm Gesenius, en su diccionario de hebreo bíblico, define el término en singular directamente como «matriz» y su plural lo utiliza para denominar las «vísceras» y, en sentido anagógico, «lo interior, el corazón, sede del sentimiento entrañal, pietas».1 Esta vinculación del sentimiento entrañal con la matriz, con el centro de creación de vida, es corroborada por Erich Fromm al puntualizar que el término rachamim significa, ante todo, un sentimiento fraternal para con aquellos que han compartido el seno materno.2 Por todo ello, no es de extrañar que, en numerosos pasajes veterotestamentarios, el Dios de la alianza se presente ante su pueblo envestido con atributos femeninos de procreación, remitiendo a una divinidad arcaica donadora de vida que carga a su prole desde la matriz. El dios del Antiguo Testamento ama a su pueblo con todas las vísceras. También los protagonistas del relato maya de Popol Vuh saben que lo entrañal es lo más sacrificable para los dioses por encontrarse un trasfondo divino entre tanta carnosidad.

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Aunque de forma subrepticia, el conocimiento visceral ha encontrado su lugar en la filosofía, acomodándose en los márgenes y en las zonas fronterizas. María Zambrano es, sin duda, una de las mayores defensoras del discurso sobre lo entrañal. En su obra del exilio encontramos una perpetua búsqueda espeleológica de aquel sentimiento matricial capaz de engendrar su posterior razón poética. De esta forma, los países de su discurrir no son extraños, sino más bien, «entraños o entrañados», lugares de recreación de un pensamiento en perpetuo estado incipiente. El acercamiento más sistemático a una filosofía de las entrañas se encuentra en El hombre y lo divino de 1955, así como en Para una historia de la piedad, publicado en 1989. En ambas obras, la piedad se presenta como el lugar privilegiado de manifestación de un conocer de las entrañas que mucho tiene que ver con el desarrollado por Baruch Spinoza en su amor intellectualis o el del fenomenólogo Max Scheler en su particular interpretación del ordo amoris, sin olvidar el «corazón comprensivo», de su coetánea Hannah Arendt. La clara preferencia de Zambrano por el saber de la piedad se debe a la posibilidad que este ofrece de alcanzar una comprensión intelectiva integrada por lo intelectual y por lo afectivo, sin dejar de lado ninguna de las facetas que integran al ser en su totalidad, a saber: la razón, la poesía y la mística. De hecho, en Para una historia de la piedad, la pensadora malagueña intenta un conato muy místico de antidefinición del concepto de sentimiento entrañal contenido en la piedad. Utilizando la via remontis, es decir, el procedimiento envolvente que mediante descarte va acercándose a la esencia de algo que por su carácter inefable solo se desvela envolviéndose, explica en un inicio aquello que no es la piedad, para, finalmente, introducir una propuesta que no es definitiva, sino que abre nuevas sendas de adentramiento:

Mas la piedad no es la filantropía, ni la compasión por los animales y las plantas. Es algo más: es lo que nos permite que nos comuniquemos con ellos, en suma, el sentimiento difuso, gigantesco que nos sitúa entre todos los planos del ser (…). Piedad es saber tratar con lo diferente, con lo que es radicalmente otro que nosotros.3

Ahora es el cuerpo del otro el que nos amenaza con sus fluidos. Nos hemos vuelto más físicos, más cuidadosos con nuestra cubierta epidérmica. Nos miramos más, nos tocamos menos

La filosofía de las entrañas, así entendida, es anterior a la lucidez de la razón discursiva, proponiendo, en su lugar, una suerte de catábasis a un centro originario en donde se encuentra el arraigo existencial que permita a la persona religarse con el Otro, con los otros, sin que medie ningún amago de comprensión reduccionista. Acercarse al «radicalmente otro» sin cuestionamientos, religarse a él por la simple razón de su existencia, antes incluso de que prenda la llama del conocimiento, tiene bastante que ver con el sentimiento maternal que, inopinado, hace su aparición mucho antes del alumbramiento. Puede que, después de todo, sí que haya algo de divino en que a una se le revuelvan las entrañas.

1 Wilhelm Gesenius, Hebräisches und Aramäisches Handwörtebuch über das Alte Testament, Berlín, Gotinga, Heidelberg: Springer-Verlag, 1962. p. 755.

2 Erich Fromm, Ihr werdet sein wir Gott. Eine radikale Interpretation des Alten Testaments und seiner Tradition, Múnich: Deutscher Taschenbuch Verlag, 2008, p. 175.

3 María Zambrano, Para una historia de la piedad, en: Islas, Jorge Luis Arcos (ed.), Madrid: Verbum, 2007, p. 113.

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