Hannah Arendt (1906-1975) fue una de las pensadoras más relevantes e influyentes del siglo XX. Discípula de Karl Jaspers o Martin Heidegger, y coetánea de Edith Stein, Simone Weil o María Zambrano, siempre eludió el apelativo de «filósofa» y prefería decir que su tarea era la de escrutar la realidad como alguien que no solo teoriza, sino que también y sobre todo la vive, como alguien que ha de hacer frente a los problemas de su tiempo histórico.
Una pensadora-filósofa política
En uno de los fragmentos que Hannah Arendt dispuso para redactar su Introducción a la política, leemos (en la parte dedicada a la Política de Aristóteles) que «la polis ha determinado decisivamente tanto la concepción europea de lo que es verdaderamente la política y su sentido como la forma lingüística de referirse a ello» (¿Qué es política?). Aunque cabría decir, parafraseando al propio Aristóteles, que la polis se dice (erróneamente) de muchas maneras, y por ello deberíamos preguntarnos qué significado cobra en la cita anterior la palabra política y qué influjo ha ejercido en la manera en que comunidades y sociedades se han organizado a lo largo de los siglos desde que el de Estagira asegurara que lo particular del ser humano es, precisamente, que puede vivir en la polis (y no meramente en sociedad).
Y es que, prosigue Arendt, no resulta una obviedad (a ojos de Aristóteles) que donde convivan seres humanos exista la política. Para los griegos era necesaria la existencia de una nota esencial: la libertad. Aunque en un sentido muy determinado: «Para ser libre —expone Arendt acotando el término—, el hombre debía ser liberado o liberarse él mismo y este estar libre de las obligaciones necesarias para vivir era el sentido propio del griego schole o del romano otium, el ocio, como decimos hoy». Por otro lado, en los primeros compases de La condición humana (Cap. II), la pensadora alemana —tras definir la acción y el discurso como lo propiamente constitutivo de los seres humanos— explica que nuestras actividades se encuentran condicionadas por el hecho de que vivimos «juntos». Pues «ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos». La acción, así, se ve revestida desde el principio de una acepción eminentemente política, pues «el significado de un acto se revela cuando la acción en sí ha concluido y se ha convertido en historia susceptible de narración» (La vida del espíritu).
Y es que, como explica Fina Birulés en su fundamental estudio Una herencia sin testamento: Hannah Arendt (Herder Editorial), «Arendt advierte que el empleo correcto de las palabras no es solo una cuestión de gramática lógica, sino de perspectiva histórica, puesto que una ‘cierta sordera a los significados lingüísticos ha tenido como consecuencia un tipo de ceguera ante las realidades a las que corresponden’», palabras como «tiranía», «totalitarismo» o «fascismo», que han llegado a perder su significado común. Por eso, apunta Arendt en La condición humana, nuestro propósito fundamental ha de ser «nada más que pensar en lo que hacemos».
No solo vida teorética: más allá de la filosofía
Hannah Arendt fue sin duda una de las pensadoras que más desarrolló e indagó sobre las consideraciones socio-histórico-políticas del pasado siglo. Su intachable y laudable compromiso con el estudio e investigación de las condiciones en que el ser humano despliega su existencia en común, en sociedad, hizo posible uno de los análisis más extensos y certeros de cuanto se relaciona con el impulso del hombre a gobernarse a sí mismo. Algo que, en muy certeras palabras, y refiriéndose a Arendt, Fina Birulés denominó «la dignidad de la política». Y prosigue Birulés: «Arendt aludía así a la necesidad de analizar la característica propensión del pensamiento especulativo a la abstracción, a crearse un reino propio separado de la realidad».
Pudiera resultar curioso que, dada su vocación y la inexcusable vertiente reflexiva de sus escritos, Arendt rehuyera el apelativo de «filósofa»; incluso llegó a asegurar en una conocida entrevista que su intención no era otra que la de «mirar la política con ojos despejados de filosofía». Esta indómita autora se enfrenta a la realidad desde la realidad misma, desde la propia experiencia: es al perder este contacto con lo que acontece, con lo que se da en el mundo de los asuntos humanos, cuando topamos con todo tipo de teorías que pueden difuminarse tan fácilmente como castillos edificados en el aire. O lo que es peor, pueden distraernos —al amparo de la seductora vida teorética (bios theoretikos)— de la tarea esencial del pensamiento: poner mientes en la libertad y lo político en tiempos que ella misma tildó «de oscuridad», cuando la libertad no puede crecer a causa de su negación más contundente, el totalitarismo, que impide el desarrollo del propio pensar.
Su intachable y laudable compromiso con el estudio e investigación de las condiciones en que el ser humano despliega su existencia en común, en sociedad, hizo posible uno de los análisis más extensos y certeros de cuanto se relaciona con el impulso del hombre a gobernarse a sí mismo
Un totalitarismo que no solo tiene que ver con los regímenes fascistas del siglo XX, sino también con la necesidad de reflexionar sobre la pluralidad, sobre el hecho de que vivimos unos con otros y de que, a la fuerza, hemos de forjar un sistema comunitario que a todos convenga en base al sostenimiento de tal pluralidad. Tarea desde luego ardua y compleja. Y así, escribía: «Si los filósofos, a pesar de su necesario extrañamiento de la vida cotidiana y los asuntos humanos, han de llegar alguna vez a una verdadera filosofía política, habrán de convertir la pluralidad humana de la cual surge todo el ámbito de los asuntos humanos, con toda su grandeza y miseria, en el objeto de su thaumadzein [asombro]».
Una teórica política del siglo XX… para nuestros días
Si bien es cierto que el análisis sobre lo político que Arendt presenta tuvo como punto de inicio lo que denominó «el acontecimiento central de nuestro tiempo», esto es, el ascenso del nazismo al poder en la Alemania de 1933, también lo es que las obras de Arendt cobran una escandalosa y en ocasiones dolorosa actualidad. Claro ejemplo de ello lo encontramos en los textos recogidos en Verdad y mentira en la política (Página indómita Editorial). La inesperada llegada a la presidencia de Trump en Estados Unidos o de Bolsonaro en Brasil, el grave problema de los refugiados de numerosas partes del mundo deambulando como seres errantes por cada rincón del planeta sin cobijo ni alimento, la nueva reconversión y ensalzamiento del populismo, el usual recurso a la demagogia, el masivo desempleo en las sociedades occidentales, las evasiones fiscales de grandes fortunas al amparo de numerosos Estados, el desvalimiento jurídico de las capas económicas más desfavorecidas y un largo etcétera conforman una pléyade de hechos que hacen de Arendt un estandarte fundamental en el que buscar, si no respuestas, sí las cuestiones adecuadas.
Las obras de Arendt cobran una escandalosa y en ocasiones dolorosa actualidad
Como ya escribió en el prefacio a Entre pasado y futuro, «creo que el pensar como tal nace a partir de la experiencia de los acontecimientos de nuestra vida y debe quedar vinculado a ellos como los únicos referentes a los que puede adherirse». La más alta lección que Arendt brinda en este sentido es el de la responsabilidad, cuando comentaba, desolada (tras los sucesos de 1933 en Alemania), que «fue para mí un shock inmediato, y a partir de aquel momento me sentí responsable». Pensar y hacer, pensamiento y acción se encuentran unidos de manera indiscernible. Nadie como Arendt ha puesto esta fundamental relación sobre la mesa. Y comentaba, llamándonos a la acción: «Ni el pasado ni el presente, en la medida en que es una consecuencia del pasado, están abiertos a la acción; solo el futuro lo está. Si el pasado y el presente son tratados como partes del futuro —es decir, devueltos a su anterior estado de potencialidad—, el terreno político queda privado no solo de su fuerza estabilizadora principal, sino también del punto de partida para el cambio, para empezar algo nuevo».
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Fantástico Trabajo
Abarca las diferentes líneas de trabajo de Arendt y no la coloca a la sombra de Heidegger
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