Filosofía y ciencia representan, en muchos aspectos, las cumbres humanas de la sabiduría. Las principales herramientas mediante las cuales hemos llegado a ser lo que somos: la especie dominante del planeta. Pero es también una historia de encuentros y desencuentros, de competencia y superación, de cooperación y entendimiento. Una relación de amor-odio que ha sido determinante a la hora de articular nuestra historia.
Desde el mismo momento que el ser humano abrió los ojos por primera vez, tuvo una obsesión para con el mundo que le rodea: conocerlo. Entender cuáles son sus reglas, analizar el funcionamiento de sus fenómenos y adelantarse a sus dinámicas para así poder adaptarse a él, cuando no para poder adaptarlo a sí mismo y sus necesidades. Antes que nada, la humanidad ha ansiado siempre —y todavía lo hace— conocer la realidad que le toca vivir. Y eso es algo que hoy, pese a todo lo que hemos logrado, aún perseguimos.
Sin embargo, existen diversas maneras de acercarse al saber. A lo largo de los siglos, la humanidad ha ido aprendiendo sin descanso, a veces incluso de manera accidental. Un error cometido que nos lleva a alterar nuestro comportamiento, una reacción observada cientos de veces, una tesis propuesta fruto de una profunda reflexión, etc. O, quizá, cabe la posibilidad de que queramos alcanzar ese conocimiento de una manera paulatina, comprendiendo antes las diferentes partes que componen nuestro mundo, de manera que cada vez tengamos conocimiento de mayores porciones de él. También podemos optar por la posibilidad contraria: buscar un conocimiento más homogéneo y global, que abarque la totalidad de nuestro universo sin por ello tener que perdernos en sus minucias.
Sea como sea, los distintos enfoques que elegimos hacia el conocimiento lo determinan en buena medida tanto a él como a su desarrollo, y eso es lo que trataremos de observar en profundidad en este dosier: diferentes maneras a través de las cuales los seres humanos hemos ido conociendo el universo en que vivimos y su porqué.
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