Con la extrañeza como punto de partida y nexo, analizamos la nómina de autores que en la historia de la filosofía han tenido comportamientos que podían haber sido (o han sido, de hecho) objeto de estudio de la psiquiatría. Esta es la relación con la locura, o con ciertos síntomas, de algunos de esos filósofos extraños, extrañados o trastornados.
En el libro Los umbrales de la locura, que recoge las conferencias que formaron parte de las VII Jornadas de la Sociedad de Historia y Filosofía de la Psiquiatría, hay un tema dedicado a la extrañeza como fenómeno, como síntoma. Lo firman los psiquiatras Tiburcio Angosto (que fuera jefe de Servicio del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo) y Mª Jesús Acuña (del Complejo Hospitalario de Pontevedra). Afirman que su elección es fruto de su “quehacer clínico”. La extrañeza clínicamente se denomina también despersonalización o desrealización, y es un antecedente más o menos lejano y reversible de una futura y posible esquizofrenia. Al menos, esa era su conclusión: “En nuestra opinión, y en los casos que hemos tratado, el sentimiento de extrañeza del mundo circundante es uno de los síntomas más precoces en el desencadenamiento de la esquizofrenia. Este síntoma, relatado como estar rodeado de un mundo extraño o sentirse extraño en el mundo que le rodea, ocupa el centro del universo del paciente muy precozmente y es la génesis del inicio de todos los demás síntomas que forman el cortejo de entrada en la esquizofrenia. Si lo buscamos adecuadamente, lo encontraremos con seguridad”.
Diagnósticos clínicos aparte, la extrañeza es también un componente básico de la cultura y de la historia de la cultura. Tiene un papel legendario como motor en la creación y, aún antes, en la reflexión. ¿Cómo se dibuja la extrañeza? ¿Cómo se representa? Y ya lo hemos respondido: la extrañeza es un signo de interrogación, un símbolo y un signo que identifica, a menudo, la pregunta por el ser: ¿quién soy yo?; la pregunta por el mundo: ¿qué es esto que me rodea?; y la pregunta por el ser en el mundo: ¿qué hago aquí? En tres palabras –en tres preguntas más bien– eso es filosofía.
Obviamente, no todos los filósofos, con sus extrañezas en la mochila, han sido y son automáticamente seres cargados de patologías o trastornos mentales. Pero algunos, sí. ¿Bastantes…? Igual es posible considerar que fueron bastantes abriendo un poco el campo. Aquí reparamos algunos de los casos más claros y conocidos de la historia de la filosofía.
Diógenes: escándalo público
La vida de Diógenes de Sinope (hacia el 412-323 a. C.), lo que nos ha llegado de ella, es un batiburrillo de fragmentos, anécdotas y malentendidos en el que la psiquiatría ha tenido o ha querido decir algo. Para quien no esté familiarizado con la filosofía, Diógenes le sonará a esas noticias que, de cuando en cuando, hablan de ancianos que conviven en sus casas con todo tipo de cacharros y basura, que atesoran sin control y de los que les es imposible desprenderse. Nada más lejos de lo que buscaba el filósofo cínico más conocido, que odiaba las posesiones hasta el punto de vivir en un tonel y desprenderse de la escudilla donde comía, al ver que un niño era capaz de usar sus manos para ello. En la actualidad, Diógenes es más conocido incluso de Antístenes, el fundador de la escuela cínica que odiaba la civilización con sus reglas y su estima de las propiedades y bienes materiales y predicaba un régimen de vida autónomo, autárquico, autosuficiente en el que cada uno es el rey por lo menos de sí mismo. Que no es poco. Ejemplo mítico e ilustrativo; cuando Alejandro Magno quiso conocer al filósofo que vivía en la calle con y como los perros. Entabló conversación con Diógenes y, pasado un rato, quizá al despedirse, el educado Alejandro le preguntó al lenguaraz Diógenes si podía hacer algo por él: “Apártate, que me quitas el sol”. Parece ser que el filósofo impresionó al poco impresionable guerrero porque este dijo: “De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes”.
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