Recuerda un amigo de Franz Kafka, Friedrich Thieberger, que un día en el que ambos estaban mirando por la ventana que daba hacia la plaza del Ring, en la ciudad de Praga, le dijo el escritor: «Aquí estaba mi instituto; allí, en ese edificio que sobresale, la Universidad, y un poquito más a la izquierda, mi oficina. En este pequeño círculo está encerrada toda mi vida».
Un mundo que va perdiendo sentido
Históricamente, desde sus inicios hasta los últimos años en los que Franz Kafka vivió en ella, Praga fue una ciudad que atravesó muchos cambios. Desde el siglo XI, fue la capital de Bohemia, una región que formaba parte del Sacro Imperio Romano, la actual Alemania. En 1812, el Sacro Imperio Romano cayó bajo el ejército de Napoleón, y solo una década después, cuando Napoleón fue exiliado, los alemanes pudieron restaurar el país, ahora bajo el nombre de Confederación Alemana. Sin embargo, la región de Bohemia, que seguía siendo controlada por la dinastía Habsburgo, no volvió a reunirse con los antiguos condados alemanes, sino que unió las ciudades de Viena y Praga y fundó el Imperio Austro-húngaro.
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