La historia en el centro de la filosofía
A partir del siglo XIX se comenzó a sostener —cada vez con más fuerza— que todos los fenómenos, tanto los naturales como los culturales, son intrínsecamente históricos. A medida que se fue profundizando en esta forma de abordar los fenómenos, se fue socavando la pretensión tradicional de fundamentar el mundo y las formas de su experiencia (ciencia, arte, etc.) sobre un punto fijo sustraído al cambio y a la mutación.
El mundo platónico de las ideas o el mundo aristotélico de las formas son incompatibles con la tesis de que todas las cosas son radicalmente históricas. A partir de este momento, la filosofía se vio llamada a plantear e intentar responder a la siguiente pregunta: «¿Qué es la historia?». De hecho, no hay autor significativo en los últimos dos siglos que, de un modo u otro, no haya elaborado una respuesta para ella con más o menos amplitud.
Para poder abordar correctamente las distintas concepciones de la historia que se desarrollaron a partir del siglo XIX es necesario, en primer lugar, remontarse al alba de la modernidad. En el Renacimiento, en los siglos XV y XVI, sobre las ruinas del mundo medieval, la cultura europea se erigió fijándose en los modelos grecolatinos.
Desde el siglo XIX, se afirma que todos los fenómenos son históricos, cuestionando fundamentos inmutables. Desde entonces la filosofía responde a esta pregunta: «¿Qué es la historia?»
El horizonte del progreso
La crisis del Barroco y la querella en el siglo XVII entre «los antiguos y los modernos» pusieron fin a ese propósito imitativo. Ya en el siglo de la Ilustración, en el que los procesos de modernización comenzaron a cuajar, se empezó a estabilizar la época naciente orientándose hacia el futuro, en vez de hacia el pasado y su historia.
Surgió, así, una concepción de la historia como un proceso único que desemboca en un estadio final de perfección y plenitud insuperable. Es la Historia Universal del Progreso (en mayúsculas, sí, por su inmutabilidad y universalidad, por las aspiraciones totalizadoras).
Hannah Arendt explora la condición humana
Hannah Arendt (1906-1975) ha sido la autora de algunos de los libros más brillantes del siglo XX: Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958) o el conjunto de ensayos de 1972 titulado Crisis de la república. Respecto a este último, el primer capítulo trata de la cuestión candente de «la mentira en política», una reflexión realizada a partir de los llamados «Documentos del Pentágono» —un asunto plasmado en el cine en 2017 en una película dirigida por Steven Spielberg—.
El punto de partida de los estudios de Arendt es una exploración de la condición humana (una vez descartada la existencia de una naturaleza humana fija y única). Esta condición humana, en la vertiente de la vita activa, está integrada por tres vectores: labor, trabajo y acción, que están históricamente organizados y articulados entre sí. A partir de este hilo conductor, Arendt llevó a cabo un complejo diagnóstico de la actualidad social y política del convulso siglo XX.
La condición humana que explora Arendt, en la vertiente de la vita activa, está integrada por tres vectores: labor, trabajo y acción, que están históricamente organizados y articulados entre sí
Narración, acción política y futuro compartido
La política, en su despliegue concreto, una y otra vez, recurre a una narración del pasado, a una historia común propia de un mundo compartido. Esta narración incluye en su núcleo algo más que un relato de sucesos o episodios pretéritos; formula, también, una promesa de futuro. Es decir, esta narración encierra un proyecto —sugestivo, atrayente— de una vida compartida trenzada por las acciones políticas de una comunidad.
La acción política, la interacción ciudadana en una esfera pública, se concentra hacia el futuro de lo posible, esto es, hacia un acontecimiento —un surgimiento, una irrupción, un nacimiento— en el que se amplía el territorio y el horizonte de la política como ejercicio de posibilidades de la existencia compartida. En ese acontecimiento, una comunidad política recibe aquello que busca y sobre lo que se sostiene e impulsa: el bien común y la ley justa.
Despolitización y amenazas a la democracia
La apuesta de Arendt por revertir los distintos procesos de despolitización (tecnocracia, desafección ciudadana por los asuntos comunes, partitocracia, corrupción, propaganda mediática, etc.) es especialmente importante en el contexto actual. En el momento que vivimos, proliferan por todas partes populismos reaccionarios que pretenden limitar aún más los logros de la política democrática, incrementando la desigualdad material con la defensa de los intereses de las élites enriquecidas.
Pretenden, además, suprimir los derechos civiles de las minorías, criminalizando la inmigración, expandiendo por las redes sociales mensajes de odio y resentimiento, aferrándose irracionalmente a tradiciones anquilosadas, negando evidencias científicas sobre el cambio climático y, en general, promoviendo una concepción homogénea y cerrada de las instituciones sociales —haciendo un uso autoritario de los resortes coactivos del Estado, como en la guerra jurídica [lawfare]—.
Arendt defiende la acción política como promesa de futuro y respuesta al bien común. Frente a la despolitización actual y el auge de populismos autoritarios, su pensamiento reivindica una política democrática abierta, plural y comprometida con la justicia
Historia, memoria y participación ciudadana
El diagnóstico del siglo XX elaborado por Arendt subraya los distintos procesos de despolitización que asedian a la política moderna. Esta despolitización es completa en los totalitarismos y parcial en las democracias representativas. ¿Cómo salir de este atolladero? Profundizando en la política democrática con el incremento de los cauces de la participación ciudadana en los asuntos comunes, algo que requiere una esfera pública robusta y vigorosa.
En la democracia mediática, esto último está profundamente obstaculizado por el reino de la propaganda y la imagen. En este sentido, hay que comprender lo que recientemente se ha denominado posverdad, en la que la construcción de apariencias pretende suplantar a los relatos sostenidos por hechos contrastables o datos fehacientes.
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