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La heroicidad inconsciente de los justos

3 comentarios

«Aplaudimos a nuestros conciudadanos, seres humanos de carne y de hueso, los cuales, sin embargo, se han convertido en héroes urbanos que nos salvan, nos protegen y nos cuidan de forma desinteresada. O, mejor aún, su heroicidad se desprende del interés que despertamos en ellos. Pero estos héroes creados en la «carrera vírica» albergan en sí cierta poética», escribe Olga Amarís.

«Aplaudimos a nuestros conciudadanos, seres humanos de carne y de hueso, los cuales, sin embargo, se han convertido en héroes urbanos que nos salvan, protegen y cuidan de forma desinteresada. O, mejor aún, su heroicidad se desprende del interés que despertamos en ellos. Pero estos héroes creados en la 'carrera vírica' albergan en sí cierta poética».

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Solíamos salir a los balcones y a las terrazas a aplaudir. Algunos siguen haciéndolo. Y ahora, envueltos en la niebla de ciudades invernales, esos aplausos, más mitigados y más fugaces, recuerdan a tambores de alguna tribu perdida que pretende llamar la atención de sus dioses ancestrales.

Pero nosotros, los habitantes de ciudades pandémicas, no aplaudimos a tótems, a quimeras o a entes trascendentales. Aplaudimos a nuestros conciudadanos, seres humanos de carne y de hueso, los cuales, sin embargo, se han convertido en héroes urbanos que nos salvan, nos protegen y nos cuidan de forma desinteresada. O, mejor aún, su heroicidad se desprende del interés que despertamos en ellos. Pero estos héroes creados en la «carrera vírica» albergan en sí cierta poética. Porque lo cierto es que, cuando salimos a aplaudirlos, no pensamos, ni por un momento, que alguno de ellos sí que preferiría estar sentado plácidamente al socaire de su pantalla de ordenador haciendo home office. O que, si pudiera elegir, iría a trabajar en un flamante automóvil en vez de tener que viajar en transporte público junto a posibles portadores del virus. Y, desde luego, si no fuese por la hipoteca, por la mala suerte de que su pareja se ha quedado en paro o por el lujo que le supone a la clase media el tener hijos, renunciaría al instante de un trabajo que lo expone de manera tan descarnada a un contagio más que probable.

Este ser humano tan normal es, sin embargo, el encargado de salvar al mundo en los tiempos de desplome: «Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo»

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Pero no, nuestros héroes son aquellos que, como el doctor Bernard Rieux, protagonista de La peste, de Albert Camus, actúan de forma altruista y fraternal, llevados por la voluntad incomprensible de permanecer junto al prójimo, el propio reflejo, y hacerlo por el reconocimiento de la existencia de una fuerza intangible y misteriosa, acompasada a la vida, que los religa a sus semejantes y sin la cual no podría garantizarse la pervivencia del mundo. Bernard Rieux es, en este sentido, el paradigma de nuestros héroes del Covid-19. Es, de igual manera, uno de los justos en el sentido de la tradición judía. En el Talmudde Babilonia aparecen mencionadas las figuras de los Lamed Vav Tzadikim, las 36 personas justas que deben existir en cada generación para que el mundo siga existiendo. Su propia naturaleza extraordinaria permanece en secreto para ellas, por eso no son héroes que se saben en la obligación de llevar a cabo una gesta admirable. Son más que héroes, son el paradigma del sujeto insobornable.

Jorge Luis Borges, fiel estudioso de la tradición mística judía, reincide en su poema Los justos en la cotidianidad de estas personas, definiéndolas por actos tan poco extraordinarios como cultivar un jardín, extasiarse por una melodía, por el descubrimiento de una etimología o, simplemente, hacer bien su trabajo, aun no gustándole. Este ser humano tan normal es, sin embargo, el encargado de salvar al mundo en los tiempos de desplome: «Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo».

La heroicidad inconsciente de los justos, así como la de nuestros héroes sublimados, podría analizarse utilizando el concepto de «banalidad del bien»1; es decir, la ejecución del bien como reacción instintiva que no requiere juicios de valor ni disquisiciones morales para su formulación. Nuestros justos no podrían quedarse en casa, preferir la comodidad, la seguridad, la desconexión de la actualidad, simplemente, porque aquella decisión colidiría con su naturaleza más íntima que los insta a elegir la opción de ponerse al servicio del más necesitado, quienquiera que este sea.

La «banalidad del bien», acople inverso al concepto de la «banalidad del mal» de Hannah Arendt, también tiene su origen en La ópera de los tres centavos, de Bertolt Brecht, en donde se menciona la existencia de seres excepcionales que deciden permanecer en la claridad por una incapacidad ontológica de ceder a la oscuridad. En una sociedad constituida por ráfagas de luz y de tiniebla, los justos, los que dicen «no» simplemente porque no pueden decir «sí» cuando el mal acecha, son el único garante de la pervivencia de la humanidad. Al hilo de esta puesta escénica tan brechtiana, Arendt se refiere a aquellos pocos individuos que, durante el régimen nacionalsocialista, no desconectaron sus mecanismos de alerta contra la maldad y fueron capaces de entonar una negación rotunda ante aquello que consideraron un claro atentado contra su tendencia vital a hacer el bien: «En tiempos de excepción las únicas personas en las que se puede confiar desde un punto de vista moral son aquellas capaces de decir ‘no puedo hacerlo’»2. Nuestros héroes, los de «la banalidad del bien», son, en este sentido, los que «no pueden dejar de hacerlo».

Esta visión esperanzadora del mundo que ofrece Arendt puede aplicarse al tiempo actual, sobre todo gracias a la figura de nuestros justos, inconscientes, ellos también, del poder catalizador de sus acciones. Ellas y ellos, con su actitud cotidiana y antiheroica, dan testimonio de una manera de estar en el mundo que permite seguir confiando en la condición humana y no perder la esperanza en la pervivencia de ciertas existencias intermitentes, aunque de gran intensidad luminosa, que resisten a los tiempos más oscuros de nuestra historia.

1 Nuria Sánchez Madrid, Hannah Arendt, intérprete de Bertolt Brecht. Sobre la fragilidad y banalidad del bien, en Hannah Arendt y la literatura, Nuria Sánchez Madrid (ed.), Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2016, pp.125-129.

2 Hannah Arendt, Über das Böse, Múnich, Piper, 2015, p. 52.

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3 respuestas

  1. Avatar de Hortensia
    Hortensia

    Sublime!!! Profundo y lleno de esperanza . En especial me ha gustado que «ellas y ellos» somos realmente «nosotras y nosotros» porque cada persona tiene en su interior un héroe o una heroína para ayudar a los demás y descubrir la felicidad.

  2. Avatar de Lola
    Lola

    Bonito homenaje a los héroes inconscientes, palabras de ánimo y esperanza en tiempos oscuros donde la tan bien acoplada «banalidad del bien» resulta necesaria y alentadora.
    Escrito muy interesante, didáctico y poético.

  3. Avatar de Jacinto
    Jacinto

    Me ha gustado mucho el contraste que haces entre las personas que realizan su trabajo sin ser conscientes de la gran labor que hacen para la humanidad y los que son conscientes.

    Necesitamos todos despertar para darnos cuenta de que si incluimos la solidaridad en nuestro pensamiento y en nuestro Corazón, este mundo sería diferente, sería mejor.

    Muy buen articulo para un año que se acaba, no muy bueno para la humanidad, pero das las claves esperanzadoras de lo que hay que hacer para el próximo año.

    Saludos

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