Respetuoso y fiel con los textos, pero siempre más con él mismo, la versión traductora de Isidoro Reguera reivindica su derecho a picarse con los traducidos, a callar cuando no tiene nada mejor que decir y que sean otros quienes hablen. En eso encuentra sosiego, placer y cierta diversión.
En su versión filosófica… Seguro que la sola expresión ya le causa grima. Porque Reguera reivindica una filosofía y unos autores «con algo que decir a la gente que los compra, los lee y los entiende». Hablamos con él de este tipo de autores, de ese tipo de filosofía y de lo importante: «Del tiempo, el paisaje o la vida…». Ahora se explica por qué es tan larga esta charla.
Por Pilar G. Rodríguez
En Filosofía&co. nos gustan los traductores. Qué le vamos a hacer… Bueno tampoco es que haya que hacerle algo “más” que pensar en ellos de vez en cuando y en las alegrías que nos dan en forma de libros. A muchas de esas lecturas, de las que nos gustan y que consideramos imprescindibles en nuestra vida o formación, quizá no habríamos llegado de no ser por sus palabras. Les estamos agradecidos por ello, así, en general y a granel. Y muy en particular a los que se enredan con textos filosóficos. Nos hemos fijado en uno de ellos por traductor, por filósofo (no en ese orden) y por establecer con uno de sus traducidos, también filósofo –Peter Sloterdijk, uno de los grandes nombres del pensamiento contemporáneo– una relación que perdura, se matiza y se enriquece a golpe de libro. Hablamos de Isidoro Reguera. Su currículo formal habla de que nació en León, 1947; estudio en Madrid y acabó como catedrático de filosofía en la universidad de Extremadura… Qué triste e injusto resulta este tono cuando quien habita esas líneas posee el dominio y el brío del lenguaje. Anda y que lo explique él… “Me vine a Cáceres de Madrid porque saqué una de las últimas oposiciones (creo que la última de filosofía) a catedrático al antiguo modo centralista, duro, auténtico, oposición literal y de verdad, inacabable. Soy catedrático de pata negra, como se decía. Resulta rancio volver a decirlo ahora, que además a nadie le importa, ni a mí, pero recordar esta chufla me hace verdadera gracia: me recuerda que no soy el producto de esta fábrica de hacer churros en que se ha convertido, con ayuda de la papelera ANECA, la universidad española, endogámica ad nauseam. Sí, jeje, hay que reírse un tanto de la vida y de uno mismo –y de paso de la masterizada Cifuentes–, gastarse ironía de la buena por si acaso te puede la melancolía mala, el humor negro…”.
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