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F+ Javier Erro: «Hay que evitar caer en la trampa de que existe una felicidad natural que no estamos alcanzando»

¿Qué parte de nuestros malestares son evitables? ¿Seguimos siendo libres cuando estamos asolados por la salud mental? ¿Cómo orientar nuestros malestar hacia soluciones comunitarias? En esta entrevista, el psicólogo y activista Javier Erro aborda estas y otras preguntas con motivo de su nuevo libro, «El malestar es otra cosa».

1 comentario

Fotografía de Javier Erro realizada por nuhdos y cedida por el autor.

Fotografía de Javier Erro realizada por nuhdos y cedida por el autor.

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Javier Erro (Valencia, España, 1988) es un psicólogo e investigador español, cuya voz resulta cada vez más influyente en el activismo en salud mental desde una perspectiva crítica y comunitaria. Forma parte del Centro de Apoyo Psicológico Cambio de Valencia y colabora estrechamente con colectivos en primera persona, individuos que han experimentado directamente la psiquiatrización. En 2016, Erro publicó Saldremos de esta. Guía de salud mental para el entorno de la persona en crisis, una publicación autogestionada desarrollada junto a supervivientes de la psiquiatría. La guía ofrece herramientas prácticas para acompañar a personas en crisis, promoviendo el apoyo mutuo, pactos de cuidado y atención colectiva, alejándose de los modelos individualistas tradicionales.

Continuando ese camino, en marzo de 2021 editó Pájaros en la cabeza. Activismo en salud mental desde España y Chile, publicado por Virus Editorial. En este libro, Erro explora comparativamente los movimientos en ambos países y sostiene que «es difícil que exista el neoliberalismo sin un discurso biologicista sobre los malestares de las personas». Para él, el biologicismo funciona como legitimador del sufrimiento psíquico: lo reduce a lo meramente individual, convierte experiencias subjetivas en diagnósticos cuantificables y, por tanto, abre la puerta a la medicalización y mercantilización del malestar.

Javier Erro
El malestar es otra cosa. Sobre la necesidad de ampliar nuestra noción de sufrimiento, de Javier Erro (Bellaterra).

Erro reivindica un activismo «loco» o en primera persona que sitúa las experiencias subjetivas en el centro del discurso: creer que los profesionales pueden medir emociones es absurdo, aunque esa lógica prevalece en medios como el DSM o las escalas cuantitativas . Denuncia que, pese a que los mismos psiquiatras saben que no se puede puntuar la tristeza, seguimos haciéndolo, lo cual facilita su control y opresión. Todo esto subraya su tesis de que el sufrimiento mental no puede ni debe ser manejado solo dentro de un marco clínico o biomédico, sino afrontado desde estrategias comunitarias y políticas.

En esta entrevista hablamos con él de su último libro, El malestar es otra cosa. Sobre la necesidad de ampliar nuestra noción de sufrimiento (Bellaterra, 2025). En esta obra, Erro propone ampliar la noción del malestar y aborda la idea de potencia y agencia: el malestar es aquello que nos reduce, pero no nos elimina (y esto es importante), nuestra capacidad para intervenir en la realidad. Su objetivo en el libro es mostrar que el malestar no es solo biológico, sino que además puede pensarse desde marcos que exceden al individuo (sufrimos por causas sociales y nuestro sufrimiento puede activar procesos comunitarios).

Al comienzo del libro usted señala que «ahora el malestar no se esconde» y lo presenta como un avance positivo. Sin embargo, en la Escuela de las Periferias, el colectivo de autoformación política del centro social La Villana de Vallekas, publicó hace tiempo un artículo sobre lo que nosotros llama «la deriva neoliberal de los cuidados». El artículo describe cómo a veces el malestar se pone a circular para cimentar circuitos de culpa y cómo a veces parecen entenderse los cuidados como una deuda o una serie de reproches. Por ejemplo, cuando nos sentimos solos y achacamos ese sentimiento a la responsabilidad de los demás y decimos «¡Es que no me cuidas!». Me gustaría preguntarle por estos usos perversos del malestar como mecanismo reproductivo de la culpa y de cierto resentimiento. ¿Cómo podemos mostrar nuestro malestar sin que nos genere desresponsabilización, autocomplacencia o reproche en las demás?
El «giro del malestar» es un cambio social y cultural que consiste en que el sufrimiento adquiere una gran visibilidad. Viene dándose desde hace décadas, pero se acelera a partir de la pandemia del covid-19, momento clave, ya que el malestar pasa de estar escondido, en una posición de vergüenza, a ocupar un lugar público y protagonizar las conversaciones de buena parte de la población. 

Pero yo no considero que sea un avance exclusivamente positivo, sino un proceso con muchas aristas, avances y retrocesos, dificultades y encuentros, en ocasiones para bien y para mal al mismo tiempo. El ejemplo que pones es completamente pertinente, ha cambiado la forma que tenemos de dar y pedir cuidados. Al legitimarse hablar y pensar sobre estar mal, hay gente que ha interpretado que sus experiencias de sufrimiento merecen un trato prioritario y que las demás personas tienen la obligación de cuidarles.

Se trata de una lógica individualista: siento que mi malestar es tan grande que cuidarme es un deber moral, mi sufrimiento está en el centro, tus circunstancias personales suenan a excusas para no cuidarme, debes sentirte mal si no estás siempre disponible… Muy contraria a la lógica colectiva, donde la responsabilidad es compartida y las necesidades de cuidado se expresan teniendo en cuenta las circunstancias de todo el mundo de manera horizontal.

Sin embargo, pese a que podamos criticar esos «mecanismos de la culpa», creo que no hay que perder la visión panorámica. Se trata de un proceso social muy amplio, con muchas maneras de concretarse en las vidas cotidianas. Aunque en ocasiones la presencia y visibilidad del malestar esté llevando a fenómenos controvertidos como el que comentas, creo que son reflejo de un giro que, sin estar exento de dificultades y polémicas, también está lleno de posibilidades.

Que mucha gente esté hablando sobre el malestar es un acontecimiento histórico y, como todo acontecimiento histórico, esto conlleva en un primer momento una eclosión de discursos y prácticas, algunos cuestionables, otros acertados, y otros muchos que están por venir y que también plantearán interrogantes. Frente al ejemplo que pones, creo que podrían ponerse muchos otros en los que se pide ayuda de manera respetuosa y horizontal, se ejerce un cuidado que salva vidas. Son consecuencias del mismo giro, pero en direcciones diferentes. Lo suyo no es aprobarlo o rechazarlo en bloque, sino pensarlo y encaminarlo hacia la mejor dirección posible.

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Una respuesta

  1. Avatar de Milan Iván Viscovich
    Milan Iván Viscovich

    Interesante artículo: no es casualidad, a mi modo de ver, el incremento en los últimos 20 años de la posición subjetivista del “malestar”. Qué es este “malestar”; este inefable sentimiento que en el pensamiento kierkegaardiano se denominaba “angustia” “¿Angustia de qué?”, preguntaba Søren; “angustia de la nada”… era su respuesta. Tanto la angustia de Kierkegaard como el sentimiento de culpa judeocristiano, aunque no sean exactamente lo mismo, son, en todo caso, utilizando una categoría del marxismo, formas de alienación del sujeto en sí que no encuentra su posición en el para sí del ser social (Lukcás). En fin, ya lo sabemos bastante bien: desde el je pense, donc je suis cartesiano – y mucho antes -, pasando por Kant y el alquiler del “piso de arriba” – debido a desconocimiento fáctico del inquilino -, hasta el martillo (o maza) nietzscheano y nuestro mundo actual, la subjetivización fue un proceso… yo diría, necesario o inevitable. Si la epistemología parte del sujeto, no podemos esperar que éste se fije con algún interés en lo objetivo- real: la capacidad de asombro de la era clásica se va perdiendo hasta convertirse en una introspección “radical”. En los siglos XVII, XVIII y XIX la filosofía (luego serían las ciencias) tuvo como objetivo consciente o inconsciente separarse de la teología para concentrarse en su propio en sí gnoseológico; en el XX y XXI le tocó a la ciencia y a la técnica alcanzar la mayoría de edad e independizarse de la filosofía… el proceso del en sí se iba agudizando cada de vez más. Ahora bien, ¿qué efecto produjo esto en el sujeto, un sujeto de por sí mimético y deseante en grado máximo? (Girard). El sujeto se cierra en sí mismo, pierde el contacto objetivo con la “otredad”; ya no hay conexión con el afuera: el sufrimiento es inevitable porque el sujeto necesita, como el pez el agua, de la otredad, del otro, la conexión con el ser social que le de un sentido teleológico- substancial a su existencia; de lo contrario se produce el “vacío” “la angustia a la nada” “el malestar”. Pero este malestar que, en líneas generales, suele ser muy banal, debe ser exteriorizado por el sujeto como si fuese un “fetiche”, cobra la categoría de fetiche que hay que mostrar a la comunidad para llamarla a que se de vuelta y nos preste atención. Es la paradoja de este repliegue del sujeto en su en sí que, egoístamente, necesita del ser social para la construcción integral de su personalidad, y al cual a su vez rechaza por su propio “yoismo” que no lo deja superar, como diría Lukcás, su en sí y alcanzar, finalmente, su en para sí de sentido vital en el ser social o comunidad.

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