El milagro editorial que supuso El mundo de Sofía, allá por el año 1991, hizo que este profesor de filosofía noruego se convirtiera en un escritor de éxito conocido y reconocido en todo el mundo. Estuvimos con él, arrancamos hablando de ese libro mítico, pero hay muchas cosas más que saber sobre Jostein Gaarder.
Por Pilar Gómez Rodríguez
A él le gusta España y a nosotros nos gusta él. Nos gustó a los periodistas que le entrevistamos en la sede de la editorial Siruela (en la que ha publicado prácticamente todos sus libros) por su claridad, paciencia, amabilidad y porque nos dedicó más tiempo del previsto. A nosotros nos gustó en particular porque representa mejor que nadie el intento de llevar y acercar esta disciplina al gran público sin distinción de ningún tipo. Ocurrió que llevábamos a la cita algunas preguntas que hicieron los compañeros, y seguro que también ocurrió lo mismo pero al revés. De modo que hemos pensado que, para no perder detalle y con su permiso, estaría bien integrar el resultado de toda la charla invocando cierto espíritu comunal. Este es el resultado del turno de preguntas.
¿Cuál fue el secreto de El mundo de Sofía? ¿Cómo consiguió iniciar o educar a tanta gente en la disciplina filosófica?
Creo que fue escrito en el momento justo, en un buen momento, aunque entonces no lo supiera. Mi mujer, de hecho, me dijo que no tendría lectores y que no nos supondría ningún ingreso. Era a principios de los 90, se acababa de caer el telón de acero y había muchas nuevas sociedades abriéndose a nuevos valores, quizá no muy conocidos en ellas, como la democracia, la justicia. Se hizo muy conocido en los países del este, Rusia, y hoy en China es un best seller. Cuando cayó el muro, el sindicato noruego de profesores quería hacer un regalo solidario a Rumanía y se pensó en medicina, ropa y al final se decidió enviar un cargamento de este libro porque lo consideraron “saludable”. Por otro lado, en algunos países occidentales como España, era el momento de empezar a tratar seriamente con un nuevo laicismo. La iglesia había dejado de ofrecer respuestas y muchos volvieron sus ojos a la filosofía, por la que creo que se siente mucho respeto en Europa, pero había que dejar de considerarla como algo aburrido, académico, algo que en países como Alemania había actuado como una barrera frente al interés del gran público y quizá ese fue el secreto. Hay una anécdota sobre Cuba, donde también querían tener el libro: cuando visité la isla, les llevamos una edición de 100.000 ejemplares; me consta que el ministerio de Cultura leyó el capítulo dedicado a Marx con mucha atención.
¿El éxito le ha cambiado? ¿Ha aprendido algo de él?
No me ha cambiado a mí personalmente, pero sí ha cambiado mi vida en un modo físico, económico, práctico… Y ha cambiado mi carrera y mis perspectivas como escritor. Me ha abierto muchas puertas. El mundo de Sofía se ha traducido a 63 idiomas, una locura. Eso me ha permitido escribir otros libros –alguno que yo considero igual de importante, como El Enigma y el misterio– y que gracias a El mundo de Sofía también se leen. Y no sé si se hubieran leído igual de no ser por él. Con ese libro, además, gané mucho dinero, con el que, además de escribir otro atendiendo al deber y a la preocupación por la ecología, La tierra de Ana, creé una fundación que concede un premio al mejor proyecto medioambiental.
«El mundo de Sofía se ha traducido a 63 idiomas, una locura. Pero gracias a él he podido escribir otros libros que también se leen»
Sus libros los leen todos los públicos. A la hora de escribirlos, ¿se plantea el destinatario de los mismos? ¿Influye el tipo de lector en el resultado final de una obra?
En realidad no es tan distinto escribir para un público o para otro y antes de empezar a escribir no sé cuál será el destinatario. Sí creo que mi literatura tiene estratos, capas que hacen que unas cosas sean entendidas (o mejor entendidas o entendidas de una forma diferente) por las personas de una edad u otra. Un ejemplo: me dicen que El enigma y el espejo, donde una niña que está muriendo se encuentra con un ángel, es un libro triste. Sí, pero mientras los adultos se centran en esa tristeza hasta el punto de llorar, los niños dicen ‘vale, pero eso ya se sabe desde la primera página’ y se centran en el hecho de conversar con un ángel; eso les fascina. En mi país tenemos que decidir si el libro se imprime para niños, jóvenes adultos o adultos. Y creo que hay muchas historias que los adultos se pierden porque no las compran si tienen pinta de ser para niños o jóvenes. Curiosamente muchos, quizá la mayoría, de lectores de mis libros escritos para jóvenes sean adultos. Recuerdo a una mujer que se acercó para que le firmara justo ese libro, El enigma y el espejo, y le pregunté: ¿tienes niños? Me dijo que no. Era para ella. También es una forma de fomentar la lectura en familia. Creo que las tres edades pueden encontrar algo “nutritivo” en el texto. A veces son los niños quienes lo “pillan” y otras los adultos, no estos siempre y necesariamente. Una cosa sí tengo clara: no es más fácil escribir para niños que para adultos.
Teniendo en cuenta el argumento referido, ¿es la tristeza una constante en sus obras?
También es parte de los seres humanos. Pero mi opinión personal es que la vida siempre es una alegría y creo que mis obran lo confirman. Desde niño, yo he tenido la impresión de formar parte de un milagro, un enigma y un misterio. Mi vida siempre ha sido fantástica, bella, pero claro, no durará para siempre. Y eso es triste. Yo estoy de acuerdo con lo que se escribía en los muros de la Sorbona en mayo del 68 y que decía: “La muerte es contrarrevolucionaria”. Lo suscribo y también lo suscribe la colección de Las tres edades (ed. Siruela), que viene a decir algo así como la fantasía al poder, poder para la fantasía.
¿Cree entonces, como Leibniz, que vivimos en el mejor de los mundos posibles?
No conozco otros. Pero sí, me preocupa el mundo y me preocupan mucho asuntos como el cambio climático. Cuando escribí El mundo de Sofía no hice ninguna referencia al tema, no aparece la palabra ni en el libro ni en la historia de la filosofía, de modo que cuando lo revisé años después tuve que escribir otro que trata de esos temas, La tierra de Ana. Pero soy optimista. Que ¿por qué? Pues porque no hay opción para el pesimista. Ser pesimista es decadente. Significa negar la responsabilidad. Es muy fácil estar sentado, mirar Facebook y decir ‘vaya, el mundo se va al carajo’. Pero entre un extremo y otro creo que se encuentra la esperanza; es una categoría que se combina con la lucha. Decididamente me considero optimista. Y si fuera pesimista –y si a veces lo soy–, solo se lo diría al oído a mi mujer y, por supuesto, nunca en público.
A la hora de escribir, ¿tiene en cuenta el formato? ¿Puede este de alguna manera influir en lo que se escribe?
Quizá yo esté pasado de moda, pero a mí (y creo que también a los niños) me gustan los libros, su aspecto físico. Por supuesto que se puede leer en pantalla, pero en realidad tampoco creo que la diferencia sea significativa. Lo que necesitamos son cuentos, historias, relatos. Los necesitamos mucho más y mucho antes que cualquier libro o dispositivo y, de hecho, existían cuando no existía más formato que la tradición oral, con las peculiaridades de cada país. La misma Biblia fue contada antes de que existiera una versión escrita. En el mundo de hoy creo que la mejor forma de distribuir y difundir las historias siguen siendo los libros. Personalmente aún no he leído una novela entera en una tableta, pero es algo que posiblemente haré en el futuro.
Un aspecto que me gustaría tocar ahora que hablamos de pantallas es el hecho de conformar una sociedad de la autopresentación, de la autopromoción, en la que seguimos nuestro Facebook con más interés que el destino de las víctimas del cambio climático o de cualquier desastre. Es muy curioso contemplar a un grupo de turistas interesado solo en retratarse junto con aquello que visitan. Esta especie de cultura del selfie no deja de ser más que un tipo de ceguera y los libros pueden ser una vacuna contra ellas.
Las preguntas, el hecho de hacer preguntas, ha sido un aspecto vital en su carrera (de hecho, uno de sus libros se llama así, Me pregunto, y consiste en eso, en enumerar cuestiones). ¿Por qué asuntos recientes no puede dejar de preguntarse?
Es una buena pregunta, un buen ejercicio, preguntarte por aquello que todavía no te has preguntado. Y en las últimas décadas han surgido diversos fenómenos… La preocupación por el cambio climático, sin duda, y los nuevos modos de terrorismo. La amenaza para la democracia que ello supone, la opresión de las mujeres… De alguna manera, considero que están interrelacionados; hechos como el yihadismo y la opresión de las mujeres de un modo evidente, pero también esta última con el cambio climático. Por ejemplo, en África, las mujeres son las que tradicionalmente se han encargado de asuntos como el agua, los cereales, incluso de hacer sombra plantando árboles y está claro que, en muchas ocasiones, no lo hacen en las mejores condiciones de libertad.
En España se ha visto drásticamente reducida la presencia de la filosofía en las aulas. ¿Cuál cree que es su sitio, la escuela o una esfera más privada?
No parece una decisión muy sabia, porque además la filosofía puede resultar muy importante para otras materias, aunque no esté directamente relacionada con la industria y la economía. Pero no soy un fanático. Veo alternativas y pienso que la filosofía puede emerger en otras asignaturas, pues hay implicaciones filosóficas en todas ellas. Lo más importante es que en la escuela los profesores tengan una educación filosófica. En mi país, en un sistema heredado de la Edad Media, no importa que estés estudiando derecho, idiomas o medicina: tienes que aprobar un examen de filosofía.
“La filosofía puede resultar muy importante para otras materias, aunque no esté directamente relacionada con la industria y la economía”
¿Ha leído a su nieto Los mejores amigos?
Le encantó. A sus 4 años entiende bien el drama, la relación con el oso, el accidente… Es una historia de cómo dejamos huella tanto los adultos como los niños. Se parece a la casa del caracol, que se queda ahí no solo como un recuerdo, sino como algo más, una vida que ya no existe. La historia la cuenta el oso y eso es lo que extrañó a mi nieto, que me preguntó: ¿es posible?
¿Es partidario de hablar con niños abiertamente de sucesos dramáticos como los atentados terroristas?
Buena pregunta. Se la hizo todo mi país tras el ataque terrorista de París, ya que hay ediciones de periódicos para niños y también la televisión estatal tiene noticias para niños. La pregunta era si esa información se cubría o se ocultaba. Yo creo que, en cierto modo, sí hay que proteger a los niños, no exponerlos a ciertos detalles, porque hay cosas que un niño no es capaz de entender. Nosotros tuvimos nuestro brutal atentado, un suceso imposible de esconder. No es posible esconder el mal, en general, y no se trata de eso, sino de entender que cuando hablamos con un niño, hablamos con un niño. A este respecto diría que todos los buenos libros para niños son buenos libros para adultos, pero no al revés. Ciertas cosas pertenecen a la vida adulta y creo que los niños deberían ser protegidos en Internet de la violencia y la pornografía, porque no tienen la capacidad de entender ciertos aspectos de ambos mundos.
Valorando sus propios libros
Gaarder confiesa estar muy agradecido a un libro tan tan leído como El mundo de Sofía. Pero quizá por ello le haga más ilusión cuando los lectores se acercan para hablarle de otros como El castillo de los Pirineos o La tierra de Ana. “Este último puede que no sea el mejor desde un punto de vista literario –afirma–, pero el mensaje, la difusión del mensaje, sí lo es”. Desde el punto de vista literario se queda con El misterio solitario, mientras que si lo que se valora es el uso del lenguaje elige Vita brevis y El espejo y el enigma.
Agustín Alonso G. (Madrid, 1980) es filólogo, novelista y productor de contenidos digitales en RTVE, donde actualmente es subdirector de Contenidos Juveniles. Ha colaborado con Radio 3 y El ojo crítico, de Radio Nacional, y ha formado parte de proyectos que han merecido dos Premios Ondas y los Cannes Corporate TV & Media Awards, entre otros.
En el mercado siempre hay best seller sobre psicología, historia, pero no tantos sobre filosofía. ¿Quizá sea por el lenguaje? ¿Debe el filósofo adecuar su idioma a la gente corriente?
Soy de la opinión de que un pensamiento claro se puede expresar claramente. Y al revés: si alguien no habla de una forma inteligible, igual es que no saben de qué están hablando. Escribir un libro como El mundo de Sofía es una cuestión de simplificar, hacerlo más sencillo. Y la gente me ha acusado de eso, pero a mí me gusta poner este ejemplo. Si quieres hacer autostop desde Copenhague a Roma y alguien te coge y te dice que va a Milán, ¿qué haces? ¿Dices que no? ¡Pues súbete! Y ya verás cómo llegas a Roma. Pues igual este libro es capaz de despertar el interés por Hegel o Kant y hacer que luego tú quieras continuar, saber y leer más y llegar hasta ellos por ti mismo.
De todas formas, no hay que perder de vista el origen de la filosofía, un señor llamado Sócrates preguntando a la gente por la calle sus opiniones sobre la justicia, por ejemplo, y demostrando que todos podían tener opiniones valiosas sobre esos temas.
En la actualidad también proliferan diversos formatos que tratan de eso, de acercar la filosofía al gran público por medio del cómic, de tutoriales en youtube o de cafés filosóficos. ¿Pueden estas iniciativas ser beneficiosas para la filosofía?
Pues depende. Depende de cómo estén hechos, enfocados… Personalmente creo que no es imposible contar la historia de la filosofía en dibujos animados, por ejemplo. Y otro caso: yo, cuando enseñaba religión, empezaba con la historia del mundo, el big bang, la aparición de la vida, la evolución, el ser humano, una perspectiva arqueológica, un planteamiento histórico. Todo esto me llevaba unas ocho sesiones; y creo que se puede contar lo mismo en 10 minutos. Creo en el valor de lo que llamo la perspectiva del pájaro: puedes ver mucho, mucho más si te alejas, si prescindes de ciertos detalles.
“Creo en el valor de lo que llamo la perspectiva del pájaro: puedes ver mucho más si te alejas y prescindes de ciertos detalles”
Volviendo a la relación entre literatura y filosofía, ¿puede esta ser un cuento, un relato?
Es lo que pretendí al escribir El mundo de Sofía, contar un cuento. Y es lo que figura en el subtítulo: Novela sobre la historia de la filosofía, dice en un estilo un tanto épico. Pero es que la épica también forma parte de nuestras vidas. Vivir es pura épica. Confieso que cuando viajo y algún compañero de asiento me reconoce, quiere hablar conmigo y yo no tengo ganas, lo que hago es preguntarle por su vida. Y todo el mundo empieza a hablar porque tienen su historia. Vivir es una cosa muy seria y solo se hace una vez, de modo que a la gente le gusta contar la historia de su vida, porque la tiene. Tú seguro que también la tienes.
Manifiesto por la lectura (desde bien pequeños)

Le preguntaron a Gaarder por uno de sus últimos títulos, Los mejores amigos, un cuento para niños muy, muy pequeños. Mostró su lado más vehemente, más enérgico:
“Dejadme decir un par de palabras acerca de la lectura: después de dar a los niños comida y ropa, leer es lo más importante que podemos hacer por ellos. Es una responsabilidad que tenemos con ellos. Hay que hacerlo como un hábito; después de cepillarse los dientes y antes de dormir hay que leer con ellos, leer en familia. En mi país es algo generalizado; el día termina así, con esa lectura familiar, colectiva. Yo, por ejemplo, tengo un nieto de 4 años y cuando estoy con él no tengo opción, tengo que leerle tres libros (yo por eso mismo los hago breves como Los mejores amigos). Sentarse todos juntos y leer no es una manera de experimentar lo que se lee, sino una manera de afianzar el sentimiento de pertenencia. Hay muchas cabezas jóvenes vacías que son fácilmente impresionables, desviables ante el fanatismo. Creo que no sobrestimo el valor de la lectura cuando digo esto; el cerebro humano está hecho para las historias, los cuentos, y con ellos y de ellos hay que llenarlo. Si no, esos huecos serán muy fácilmente completados por propaganda. No puedo imaginar que alguien que haya leído muchos libros, libros como los de la serie Las tres edades, se deje arrastrar por el fanatismo».
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