De escritor ignorado a figura internacional
En la década de 1950, treinta años después de su muerte, Kafka ya había alcanzado un estatus literario reconocido. Unos años antes, Kafka había sido traducido, por primera vez, más allá del alemán. Primero fueron las traducciones al inglés y, posteriormente, las traducciones al ruso y al francés las que hicieron de Kafka un autor más ampliamente leído. Además, en 1937, trece años después de su muerte, Max Brod publicó una biografía de él que ayudó a ensalzar la figura de Kafka a la categoría de profeta de la modernidad.
Fue Walter Benjamin uno de los primeros pensadores en intentar darle a Kafka la profundidad de pensamiento que le correspondía y, de esta forma, le alejó del aura mística que Brod había querido construir, artificialmente, a su alrededor. Pero en los años cuarenta, el existencialismo recogió las obras de Kafka y les volvió a dar un aura de enigma, esta vez un enigma absurdista y angustioso. Un aura, de nuevo, profético, lo que supuso una nueva ola de popularidad. Así, el «enigma Kafka» originó una creciente cantidad de comentarios y análisis de sus obras.
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