Entre los siglos XVI y XVIII tuvo lugar en Europa un auge del racionalismo (Descartes, Leibniz, Spinoza), mediante el cual se intentó explicar la realidad histórica a través de la que se desarrollaría el espíritu humano, así como desentrañar el movimiento causal del mundo a través de leyes (newtonianas) incólumes. Con Immanuel Kant (1724-1804) se inaugura una nueva vía antropológica, política y filosófica que resituará al ser humano ante las más urgentes cuestiones: ¿quiénes somos, qué podemos hacer y hacia dónde debemos encaminarnos?
Immanuel Kant, uno de los pensadores más universales de la historia de la filosofía, nació en Königsberg el 12 de abril de 1724, y moriría en la misma ciudad en 1804. Pasó en aquella región toda su vida, sin apenas atravesar las fronteras del lugar que le vio nacer. Se dice que una de las contadas excepciones a este respecto se la debemos a la publicación del Emilio de Jean-Jacques Rousseau, obra que Kant fue a recoger fuera de Königsberg. El pensador alemán llamaba a Rousseau «el Newton del mundo moral».
La desatendida biografía de un filósofo universal
Su carácter metódico y sedentario hizo, pues, que nunca traspasara los límites de lo que entonces se conocía como Prusia oriental. Llegó al mundo en el seno de una modesta familia que profesaba un hondo pietismo, coyuntura que marcaría muy profundamente tanto su biografía como su pensamiento teológico-metafísico. Fue el cuarto hijo del matrimonio formado por un maestro guarnicionero, Johann Georg Kant, y Reginna Anna Reuter.
Tras sus estudios universitarios en su misma ciudad, y tras ejercer durante algún tiempo como docente privado (era remunerado por sus propios alumnos), es en 1770 cuando le nombran profesor ordinario de Lógica y Metafísica en la Universidad de Königsberg. Años antes, en junio de 1755, se había doctorado con la disertación, escrita en latín, Sucinto esbozo de las meditaciones habidas sobre el fuego. Jamás abandonaría este puesto de trabajo, y permaneció firme en su cátedra hasta 1797, cuando sus fuerzas vitales ya flojeaban (si bien nunca gozó de una salud exuberante). Al decir de Julián Marías, «su vida entera fue una callada pasión por la verdad». El mismísimo Johann Gottfried von Herder asistió a sus clases y de ellas dijo: «Tuve la suerte de tener como profesor a un gran filósofo al que considero un auténtico maestro de la humanidad; sus alumnos no recibían otra consigna salvo la de pensar por cuenta propia».
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