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F+ ¿Soy quien yo creo o quien los demás ven en mí?

«Nosotros, los que conocemos, somos desconocidos para nosotros mismos», afirmaba Nietzsche al comienzo de «La genealogía de la moral». ¿Cómo puede ser? ¿Cómo podemos no saber quiénes somos? La pregunta por la identidad no solo es una pregunta crucial para el saber filosófico, sino que trastoca toda la existencia del que la investiga. A diferencia de otras preguntas de la filosofía, en esta nos jugamos —literalmente— nuestra propia vida.

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Busto de un ser humano haciéndose preguntas sobre su identidad.

Diseño hecho a partir de la imagen del Estudio Laia Guarro (Laia Guarro y Cristina Carredo) publicada originalmente en el número 2 de la revista impresa FILOSOFÍA&CO.

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«Todos los hombres desean por naturaleza saber», escribió Aristóteles en otro comienzo célebre de la filosofía, esta vez de la Metafísica. En tanto seres humanos, un impulso nos recorre, un impulso constante que tiene forma de pregunta y que se dirige sin piedad a todo cuanto vemos: ¿qué es esto? ¿Qué es esto otro? ¿Cómo puede aquello tener lugar? Sin embargo, hay un ente particular cuyo saber nos tambalea, cuya pregunta nos azuza y cuya respuesta nos apremia: nosotros mismos, los seres que preguntamos con tanto apremio.

A diferencia de lo que ocurre con el resto de entes, como la mesa, la pregunta por nuestra identidad no es una pregunta científica que pueda resolverse entre probetas y matraces (por suerte o por desgracia). La pregunta por nuestro ser, en cambio, es una pregunta existencial, una pregunta donde no se busca un «qué» —como con el resto de objetos—, sino un «quién», una existencia, una vida.

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