La pregunta por la vida: dos modelos
Cuando Aristóteles ingresa en la arena filosófica de la Grecia antigua, los modelos imperantes para dar cuenta de la vida son, básicamente, dos: el mecanicismo materialista y el hilozoísmo. El primero floreció en el contexto de una respuesta ilustrada a las tendencias arcaicas y religiosas de la tradición, vinculadas a un animismo más o menos sofisticado. El segundo, en cambio, lo llevamos clavado en la retina como una sospecha o un deseo inconfesable, como el pálpito supersticioso según el cual la naturaleza material en su conjunto (el árbol, la piedra y la tormenta) está animada por una fuerza vital que la estimula y la incendia.
Estos modelos conviven, además, con la tradición espiritualista del orfismo y del pitagorismo que, con enorme maestría, Platón articulará filosóficamente en el Fedón: un dualismo metafísico, epistemológico y antropológico que concibe el alma humana como una entidad eterna e inmaterial aprisionada en un cuerpo corruptible al que, de algún modo, dota de sentido, disposición y estructura.
De acuerdo con el mecanicismo, todo cuanto existe puede ser reconducido a un conjunto de elementos materiales básicos e indivisibles (los átomos) que, combinados en el espacio vacío según las férreas leyes de la materia, van articulando y desarticulando mundos a nuestro alrededor como si de un inmenso Lego se tratara.
Pero lo real no es el constructo eventual (el todo), sino sus raíces elementales (las partes); lo real no es el Lego como resultado (el agregado material que identifico, por ejemplo, con mis gafas, mi cuerpo o mi piano), sino como posibilidad combinatoria y libro de instrucciones. El resto es simple hábito lingüístico y confianza extrema en las apariencias.
Decimos «frío» y «caliente»; decimos «dulce» y «amargo» o «duro» y «blando» por pura convención. En realidad: átomos y vacío, dice Demócrito. La verdad se halla en lo profundo y no en las alturas. Bajo la superficie de los mundos, evanescente como el rayo de luz de un cinematógrafo, una y la misma realidad invisible, eterna e imperecedera.













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