Suscríbete

F+ ¿Qué es la vida para Aristóteles?

La vida para Aristóteles es una categoría filosófica central. ¿De qué hablamos cuando hablamos de «vida»? ¿Qué significa morir y qué perdemos exactamente al perder la vida? ¿Son vida y alma nociones equivalentes? ¿Implica la idea de alma un compromiso metafísico con la eternidad y un descuido epistemológico y ético-político del cuerpo vivo? Si no lo implica: ¿qué tipo de realidad es el alma? ¿Puede el viviente ser pensado desde sí mismo o estamos abocados a la postulación de un orden trascendente desde el que todo fenómeno vital sea iluminado, justificado y dotado de sentido?

0 comentarios

El concepto de vida para Aristóteles es fundamental para abordar su pensamiento metafísico. Ilustración de Aristóteles de Inés García Soria.

El concepto de vida para Aristóteles es fundamental para abordar su pensamiento metafísico. Ilustración de Aristóteles de Inés García Soria.

0 comentarios

La pregunta por la vida: dos modelos

Cuando Aristóteles ingresa en la arena filosófica de la Grecia antigua, los modelos imperantes para dar cuenta de la vida son, básicamente, dos: el mecanicismo materialista y el hilozoísmo. El primero floreció en el contexto de una respuesta ilustrada a las tendencias arcaicas y religiosas de la tradición, vinculadas a un animismo más o menos sofisticado. El segundo, en cambio, lo llevamos clavado en la retina como una sospecha o un deseo inconfesable, como el pálpito supersticioso según el cual la naturaleza material en su conjunto (el árbol, la piedra y la tormenta) está animada por una fuerza vital que la estimula y la incendia.

Estos modelos conviven, además, con la tradición espiritualista del orfismo y del pitagorismo que, con enorme maestría, Platón articulará filosóficamente en el Fedón: un dualismo metafísico, epistemológico y antropológico que concibe el alma humana como una entidad eterna e inmaterial aprisionada en un cuerpo corruptible al que, de algún modo, dota de sentido, disposición y estructura.

De acuerdo con el mecanicismo, todo cuanto existe puede ser reconducido a un conjunto de elementos materiales básicos e indivisibles (los átomos) que, combinados en el espacio vacío según las férreas leyes de la materia, van articulando y desarticulando mundos a nuestro alrededor como si de un inmenso Lego se tratara.

Pero lo real no es el constructo eventual (el todo), sino sus raíces elementales (las partes); lo real no es el Lego como resultado (el agregado material que identifico, por ejemplo, con mis gafas, mi cuerpo o mi piano), sino como posibilidad combinatoria y libro de instrucciones. El resto es simple hábito lingüístico y confianza extrema en las apariencias.

Decimos «frío» y «caliente»; decimos «dulce» y «amargo» o «duro» y «blando» por pura convención. En realidad: átomos y vacío, dice Demócrito. La verdad se halla en lo profundo y no en las alturas. Bajo la superficie de los mundos, evanescente como el rayo de luz de un cinematógrafo, una y la misma realidad invisible, eterna e imperecedera.

Para seguir leyendo este artículo, inicia sesión o suscríbete

Deja un comentario