Leo libros. Desde que entré en la adolescencia, no me ha abandonado ese hábito. Quizá de forma rápida y superficial podría considerarme un lector (aunque no sé cuánto debo leer para considerarme así). Este dato puede parecer una perogrullada, y más habiendo estudiado una carrera de letras como Filosofía. Sin embargo, después de leer Leer mata, de Luna Miguel (Alcalá de Henares, Madrid, 1990), no creo ser tan lector como presuponía. ¿Cómo no había leído antes, me pregunto, ningún libro sobre la lectura? ¿Cómo no había jugado hasta ahora, siendo lector como yo lo soy, a este —fascinante— juego de espejos de leer sobre libros mientras me leo como lector?
La sensación que me atraviesa en la lectura de Leer mata es punzante. Paro cinco minutos mientras leo los primeros capítulos para buscar la palabra, para anotar la somatización exacta en los márgenes del libro. ¿Qué palabra describe esta sensación? No la encuentro. «Creo que soy lector, pero no escritor», escribo derrotado en el margen. Al rato, una cita de Foucault me asalta y la pego en un pósit:
«¿Qué valdría el encarnizamiento del saber si no hubiera de asegurar más que la adquisición de conocimientos y no, de un cierto modo y tanto cuanto se pueda, el extravío de quien conoce?».
Extraviado. Esta lectura me ha extraviado. Gracias, Foucault, por esta cita imprevista. Quizá esa sea la mayor virtud (y trampa lúdica) del libro: uno empieza a leer y piensa que se va a encontrar a sí mismo (¡qué bien descubrir el tipo de lector que soy!, piensa uno ingenuamente al principio del libro, o al menos eso pensaba yo), pero, según van pasando las páginas, uno se pierde, se extravía. ¿Quién soy? ¿Qué lector soy? ¿Qué pedazos de mi identidad se deben a las lecturas? ¿A qué lecturas me debo? ¿Qué hago con todos estos fragmentos de mí? ¿Cómo recomponer las ruinas que han sembrado mis lecturas?
Pero empecemos por el principio. Leer mata es un libro escrito por la escritora y editora Luna Miguel para la nueva colección de La Caja Books, llamada Bastardilla, que pretende sembrar una serie de libros cuyo objetivo sea, precisamente, la lectura. Leer mata, junto A pie de página, de Fernando Castro, inaugura esta colección. El tema fundamental del libro de Luna Miguel es, deducible por la colección y el título, la lectura. Pero ¿qué leemos cuando leemos Leer mata? O mejor: ¿a quién leemos?
Leer mata es un libro que inaugura una nueva colección de La Caja Books que tiene como temática la lectura. Leer libros que versan sobre libros es un fascinante juego de espejos que Luna Miguel recorre a la perfección
De una forma burda, probablemente extremadamente simplona, el libro puede leerse como una tipología de lectores, como una especie de lectología. Pero hay algo de pensar así Leer mata que me deja insatisfecho. Pensar este libro de esta forma sería demasiado analítico, demasiado frío. Pensarlo de este modo sería no dejarse matar por Leer mata (y si algo pide el título es, precisamente, eso). El libro es, más que una exploración de los distintos tipos de lectores, una exploración personal de la lectura y sus derivas, una exploración enraizada en la vivencia y en la carne.
Ella tiene un amante, alguien a quien ama y con quien ama. No Luna Miguel, la autora, sino Ella, pues el libro está escrito desde el desdoblamiento autoficticio entre escritora y lectora. Luna Miguel escribe, pero Ella es la lectora. Un desdoblamiento que abre un hueco, una grieta, para poder poner un espejo en ese intersticio y reflejar la lectura (de una) misma. Así, se comienza a construir el reflejo infinito de los espejos.
Ella, decía, tiene un amante. Un amante ordenado, un lector metódico. Él es Estudioso, el personaje clásico de las facultades de filosofía. El amante, Estudioso, nunca abandona los libros. Tiene la fuerza de voluntad suficiente para surcar los ensayos más densos y desagradecidos y no sucumbir a la voz del placer que grita desesperadamente que pare, que se detenga, que no la asfixie más, que escuche sus bostezos.
Estudioso piensa la lectura desde coordenadas puramente intelectuales. ¿De qué sirve leer algo que no vamos a recordar después?, lleva escrito en su frente Estudioso. La lectura, pensada así, es un medio para un fin: es el camino del conocimiento. De repente, el reflejo de una sombra me deslumbra y los espejos empiezan su juego. Algo crece en mi grieta, una grieta que se había abierto silenciosa. En la grieta florece algo. Es una duda. ¿O es una certeza?
Estudioso es un lector metódico. El lector-tipo que recorre las facultades de Filosofía. Es el lector que lee para conocer, que anota no las ideas más punzantes, sino las ideas principales
Eres tú, me dice la grieta. Estudioso soy yo. Yo tampoco dejo los libros. Yo también me obsesiono con la lectura-estudio, yo también me obsesiono con dejar el libro bien subrayado (metódicamente subrayado, diría incluso), con llenarlo de anotaciones-apuntes, pero nunca de anotaciones-confesiones, nunca de anotaciones-vivencias. A veces, incluso, ante el inminente paso del tiempo que todo lo borra, repaso mi libro-apunte porque ¿es que puede haber algún mayor desastre que olvidar el conocimiento leído? No cabe duda. Yo soy Estudioso.
El espejo me refleja. Lo que había estado ahí siempre, incubándose en el más inconsciente de los hábitos (la lectura), ahora tiene palabras. Súbitamente, emerge la misma sensación que acompaña toda epifanía: la sorpresa de llegar tan tarde. ¿Cómo no pude verlo (verme) antes? ¡Si estaba ahí todo el tiempo! ¿Cómo nunca me di cuenta que era ese? Soy Estudioso, balbuceo… Y hay algo de serlo que no me gusta. La grieta habla, pero también duele.
Ella (no Luna, sino Ella), es, en cambio, una ansiosa y apasionada lectora, insaciable, una lectora que lleva hasta la extenuación somática la lectura. Ella se convierte en Bulímica. Bulímica es una lectora muy diferente a Estudioso. Bulímica está más preocupada por el placer del momento, por saciar, por devorar, por abrir más que por cerrar. Para Bulímica, la lectura es un fin en sí mismo y, por tanto, nunca es suficiente. Bulímica lee con la fuerza del deseo, pero un deseo primigenio: el deseo de desear. Bulímica quiere sucumbir ante el placer de abarcar el infinito de las letras.
Bulímica hace acopio de libros que nunca podré leer, libros que solo leerá en diagonal, libros cuya página 34 será abierta al azar y disfrutada con el mismo goce con que Estudioso cree memorizar las ideas principales de un texto. Bulímica hace de la ansiedad su motor. Siempre más, siempre más. Nunca es suficiente.
Bulímica es una lectora obsesiva, que devora todo tipo de libros, que no cede ante el impulso placentero de la lectura, que sitúa el fin de la lectura no en el conocimiento, sino en sí mismo, en el acto de deglutir todo tipo de historias
¿No le da culpabilidad dejar los libros a medias, ser tan desordenada, romper tan fácilmente el orden?, resopla mi grieta resentida por la envidia. Leo a Bulímica (o, para ser más exactos, leo cómo lee Bulímica) y yo también quiero gozar como ella, sucumbir como sucumbe, yo también quiero librarme así de las cadenas del orden, leer con ese desenfreno bajo la única regla del caos. Nace un nuevo tipo de lector que no está en la lectología de Luna Miguel. Me lo grita, con cierto soniquete, mi grieta: Envidioso. Leer porque quieres ser como alguien cuando lee.
¡A la mierda memorizar!, piensa (¿pienso?) Envidioso. ¡A la mierda los apuntes! ¡A la mierda el saber! ¡Quiero leer! Leer por el mero hecho de leer, que la lectura sea un fin en sí misma. ¡Quiero ser Ella! Quiero devorar, atragantarme. Que mi férrea voluntad de Estudioso deje paso al deseo incontrolado de Bulímica. Quiero aglutinar sin pausa, morder sin criterio, masticar la belleza. Vomitarlo todo luego en notas-confesiones, en notas-rastros o notas-huellas, en vez de en notas-apuntes, notas-esquemas. Soy Envidioso porque habito el intersticio entre Estudioso y Bulímica, pero ¡algún día seré Ella!
Después de tan exaltado soliloquio interno, noto un rastro de obsesión en todo esto, reflexionamos mi grieta y yo. Quizá me estoy identificando demasiado fuerte con el personaje, con Ella. Según la lectología de Luna Miguel (no de Ella, sino de Luna), mis síntomas son signos de un lector muy particular: Amoroso. Amoroso es el lector que se identifica con el personaje. Y es que ¿no es amar cerrar esa brecha con la otredad, aspirar a la identificación radical? Quizá sea Amoroso, quizá me obsesione solo porque Ella se obsesiona.
Si amar es el acto humano imposible de querer cerrar la brecha entre yo y el otro, Amoroso es un lector que se identifica con su personaje por puro amor, para cerrar el hueco que se abre entre los dos mundos (el literario y el real). Amoroso es un lector que, literalmente, da vida a lo que lee
Hago una pausa en este viaje. Paro, repaso la reseña y siento que es desordenada, caótica, informe, sin mencionar datos precisos del libro o sin contener valoraciones explícitas. Ni siquiera sirve de guía para futuros lectores, lamenta la grieta. Solo mi extravío. ¿Solo? Es bastante, me dice la grieta. No tengo muchas más opciones, le digo. ¿Cómo se puede hacer un mapa cuando uno anda perdido?
Leer mata no me deja volver a mi vida anterior, y quizá sea esa la mejor reseña. ¿Cómo se puede ser leer Don Quijote, pienso ahora, con la frialdad de no dejarse contagiar por la locura? ¿Cómo se puede leer Pura pasión y no quedar el amor de uno trastocado? ¿Cómo se puede leer Leer mata pensando que es únicamente una teoría sobre los distintos tipos de lectores y silenciar la grieta? ¿Cómo no dejarse matar por la lectura si, como hemos visto, morir por la lectura es morir de amor?
Rafael Gumucio, dice Luna Miguel en una nota a pie de página, escribió una vez en El País: «Para que Lolita sea Lolita no solo se necesita un escritor o un protagonista perverso, sino un lector que pueda disfrutar tanto como lamentar (lamentar porque la disfruta, y disfrutar porque la lamenta) esa perversidad».
Quizá, para que Leer mata se convierta en lo que es, para que pueda desarrollar todas sus posibilidades, necesita de un lector ya no perverso, sino ligeramente somático, un poco enfermizo, con cierta bulimia gramatical. Un lector obsesionado con la obsesión, que ame el amor y que, por supuesto, quiera leer sobre leer. Un lector que, por supuesto, esté dispuesto a perderse.
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