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Los parásitos (confinados) de nuestra casa

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«Confinar, cercenar, arrancar de raíz, todas florituras de un mismo discurso. El vocablo 'confinamiento' está formado por el prefijo 'con' (todo o junto), el sustantivo 'finis' (límite, frontera, confín) y el sufijo 'miento', que designa el resultado de la acción. 'Confinamiento' es la acción de poner un límite, una frontera entre un espacio y otro que, con anterioridad, formaban un todo sin disgregar», escribe Olga Amarís. Diseño hecho a partir de una imagen de John Hain en Pixabay.

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Sigue y se alarga el confinamiento aquí en Múnich, donde vivo. Cuesta trabajo comprender cómo un término tan marcial y tan cargado semánticamente de las historias más siniestras se ha vuelto tan usual, tan inofensivo en apariencia, tan de andar por casa, y nunca mejor dicho. Y, así, como si no fuese con nosotros, nos encojemos de brazos y suspiramos porque, en fin, «nos han confinado». Al menos en la gramática no nos dejamos engañar tan fácilmente, seguimos utilizando la pasiva refleja, la única fórmula posible para un acto que nos transforma de forma irremisible en objeto: «Se nos confina». Uno se exilia en un país lejano, se retira al desierto o se entierra vivo en la caverna de Trofonio. Pero confinarnos, solo puede un Otro.

Algunos, lamentablemente solo una minoría, no llegan al encogimiento de hombros porque la parálisis les sobreviene cada vez que oyen, arrastrándose a lo lejos, un término que, hace poco, y tan poco, perteneció al vocabulario unívoco de los totalitarismos en donde confinar era una medida de control, ergo de privación absoluta de la libertad. Confinar, cercenar, arrancar de raíz, todas florituras de un mismo discurso. Son ellos, los paralizados de estupor, los que siguen el rastro del étimo en busca de un destello que indulte su uso en esta nuestra pandemia. El vocablo «confinamiento», de raíz latina, está formado por el prefijo ‘con’ (significando todo o junto), el sustantivo ‘finis’ (límite, frontera, confín) y el sufijo ‘miento’, que designa el resultado de la acción. Resolviendo el puzle etimológico, aquella minoría descubre que «confinamiento» no es otra cosa que la acción de poner un límite, una frontera entre un espacio y otro que, con anterioridad, formaban un todo sin disgregar. La parálisis, entonces, empieza a ceder, pues parece que el término se vuelve más inofensivo, más terapéutico gracias a un significado original en el que prevalece la función de aislamiento. Aislándose, el ciudadano se siente más a salvo, más alejado de la amenaza. Llegados a este punto, también ellos, los ya no tan estupefactos, fuerzan el encogimiento de hombros porque, en fin, «nos han confinado».

«Se nos confina». Seguimos utilizando la pasiva refleja, la única fórmula posible para un acto que nos transforma de forma irremisible en objeto. Uno se exilia en un país lejano, se retira al desierto o se entierra vivo en la caverna de Trofonio. Pero confinarnos, solo puede un Otro

Siguiendo con la etimología, en el confinamiento los muros son esenciales, constituyen el material aislante necesario para levantar una atalaya desde nuestro espacio hasta el otro. De ahí que la casa se haya convertido en la protagonista absoluta de nuestros días y de nuestras noches. Invirtiéndose, en ocasiones, el ritmo sucesivo de las noches y de los días, pues otra consecuencia inevitable del «enmuramiento» es la creación de una cronotopía muy particular. Para muchos de nosotros, nuestra casa ha pasado a tener la medida del confinamiento. Aquí nos recluimos, nos lavamos, nos separamos, nos guardamos, nos volvemos a lavar, nos protegemos, nos cuidamos. Aquí caen las mascarillas y surge inopinado el murmullo. Se ha hecho más grande haciéndose más pequeña. Y nosotros, con ella, nos hemos vuelto más insignificantes, meros parásitos de un espacio que ya dudamos si nos pertenece o si, por el contrario, somos poseídos por él.

La película surcoreana Parásitos, dirigida por Bong Joon-ho, muestra de manera excepcional esta reformulación de concepto de «casa», en donde los verdaderos moradores no son los inquilinos que entran y salen de las habitaciones de los pisos superiores, sino aquellos otros que permanecen de forma invariable en el sótano, sin posibilidad alguna de abandonar el confinamiento subterráneo. La casa, entonces, deja de ser un lugar de visita y se convierte en un refugio, pero también en un calabozo sin salida o en un dédalo de puertas clausuradas. La misma polisemia del término se encuentra en la definición que hace María Zambrano de su morada en el claro del bosque de La Pièce: «pequeña casa-convento abandonado, catacumba, gruta, madriguera, choza, nido, cenobio, granja, cámara de tortura, jaula».

La casa se ha hecho más grande haciéndose más pequeña. Y nosotros, con ella, nos hemos vuelto más insignificantes, meros parásitos de un espacio que ya dudamos si nos pertenece o si, por el contrario, somos poseídos por él

Pero, además, en la película de Bong Joon-ho, los parásitos de la casa van nutriéndose de aquello generado por un organismo arquitectónico que, inusitadamente, no solo cobra vida, sino que se instituye como el garante de la supervivencia de sus piojos. Hay algo de matriz arcaica en la casa hipermoderna que presenta el director surcoreano. De ahí su veleidad: tan pronto es la dadora de bienes como se torna una mater terribilis fagocitando a su prole. En cualquier momento, la casa puede aplastar a sus moradores con toda la violencia del derrumbe. Es decir, la caída de los muros supondría la causa directa de la desaparición de los parásitos. Mientras se mantenga en pie, sin embargo, seguirán llegando más y más parásitos, atraídos por la promesa del aislamiento total, lo que viene a ser una suerte de desaparición de la esfera pública y el inicio de una existencia del subsuelo como aquella del antihéroe de la novela de Fiódor Dostoyevski.

Da que pensar, y mucho, la amenaza de convertirnos en parásitos del sótano de nuestra casa. Sin olvidar que, según el Diccionario de los símbolos, de Juan Eduardo Cirlot, el sótano en el simbolismo del hogar hace alusión al inconsciente y a los instintos. Tal vez haya llegado la hora de aceptar nuestra nueva condición de parásitos y sacar provecho de la ocasión como se debe. Puede que, desplazándonos como insectos, nos sea más fácil llegar a aquellos planos de nuestra existencia hasta ahora desconocidos o descuidados. Ahora que estamos obligados a pasar más tiempo en la soledad de nuestra casa, empecemos a engrasar las bisagras y los goznes de puertas y ventanas para que dejen de chirriar cada vez que intentamos abrirlas, deshollinemos nuestros techos y paredes, desplacemos y reemplacemos tanto mueble inservible; en fin, llevemos a cabo una verdadera deconstrucción del lugar en el que parasitamos.

Hagamos, pues, de nuestros sótanos, la chôra definida por Platón en Timeo 49a y siguientes como un medio capaz de contenerlo todo, de convertirse en todo: «Un medio que permanece idéntico, que no es ningún cuerpo, pero que puede hacerse sucesivamente todos los cuerpos; que no tiene ninguna cualidad, pero que puede adquirir sucesivamente todas las cualidades». Y, así, convirtiendo nuestro sótano en el receptáculo en el que queremos vivir, será más fácil abrir tragaluces y pasadizos comunicantes en los muros del confinamiento… Hasta que caigan por su propio peso…

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4 respuestas

  1. Avatar de Carlos
    Carlos

    Interesante reflexión que me recuerda al cuento Casa tomada como un auto confinamiento obligado por lo que pasa fuera-dentro de nuestra casa.

  2. Avatar de Vanesa
    Vanesa

    Increíble relación entre el origen etimológico de la palabra y de como podemos llegar a vivirlo o sentirlo dependiendo de como suene o quiera que suene .Un escrito que transmite un trabajo minucioso y te mantiene en total atención hasta el final.

  3. Avatar de Sasha
    Sasha

    Interesante lectura de la película «Parásitos» de Bong Joon-ho.

  4. Avatar de Lola
    Lola

    Brillante
    El texto es un viaje que te lleva con una
    mirada profunda de la situación actual a una reflexión sobre nosotros mismos a quién y cómo queremos habitar.

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