A los 30 años de la muerte de María Zambrano, su figura filosófica sigue agigantándose y su legado, con la razón poética al frente, alumbrando nuevas interpretaciones para la historia del pensamiento. Pilar Gómez Rodríguez homenajea en este dosier a la filósofa y recuerda que el pensamiento no puede y no debe esquivar el sentimiento.
Era tan pequeña que resulta casi increíble que María Zambrano pudiera recordar cómo antes de cumplir un año su padre la tomaba en sus brazos para alzarla. Pero sí, se lo contó a su amigo, el poeta Antonio Colinas, en la charla que mantuvieron en el año 86, que vale como entrevista y que versa Sobre la iniciación. Ese es el título.
En la introducción a este texto, recogido en el libro Sobre María Zambrano. Misterios encendidos, editado por Siruela hace un par de años, explica Colinas que Zambrano miraba la última luz de los días de mayo apagarse sobre los tejados de Madrid mientras repetía: «Esa luz, esa luz…». Juntos miraban fotos. Zambrano las había seleccionado por la relevancia que habían tenido en su vida: «Seis meses. Quizá ya por entonces hacía yo un viaje en brazos de mi padre; un viaje que iba desde el suelo hasta la frente de mi padre. Eso ha sido decisivo para mí. Yo no podía ir ni más arriba ni más abajo. Era mi viaje, mi ir y venir». Ese ir y venir es un buen resumen de su vida, aunque quizá sería más preciso decir de ella que fue un ir e ir e ir e ir para, finalmente, volver, venir.
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