Todos los filósofos y filósofas de este artículo, ampliamente reconocidos en su trayectoria profesional, responden a una misma pregunta: ¿cómo sería hoy el mundo sin filosofía? Con sus respuestas queremos concienciar, en el Día Mundial de la Filosofía, sobre la importancia de una disciplina que lleva en su etimología su ser más propio: la filosofía es amor al saber. La diversidad de las respuestas es una oportunidad única para poner en diálogo puntos de vista diferentes y, así, alejarnos de manidos tópicos que abundan en la defensa de la filosofía.
Luciana Cadahia
Doctora en Filosofía, profesora asociada del Instituto de Estética de la Universidad Católica de Chile y miembro de la red Populismo, republicanismo y crisis global.
«Me parece muy importante hacer una distinción entre la filosofía como espacio de saber y la filosofía como actitud ante el mundo. Si bien es verdad que resulta difícil separar la una de la otra, lo cierto es que en nuestra actualidad existe una tendencia a hacer desaparecer la filosofía como espacio de saber, por un lado, y como actitud o forma de estar en el mundo, por otro. Con respecto a lo primero, esto lo podemos constatar por la paulatina desaparición de la asignatura de Filosofía del bachillerato en España o por las dificultades que experimentamos en la academia por darle un lugar a las investigaciones provenientes del ámbito filosófico.
Pero, y esto es lo que más preocupación me produce, se viene cultivando una cierta estigmatización del pensamiento crítico como sentido común de época. Al punto de que algunas ramas del feminismo identifican la crítica con el patriarcado. Creo que esto es muy peligroso, no solo porque el feminismo nació de las entrañas del pensamiento crítico, sino porque la crítica es la condición de posibilidad de tomar distancia, problematizar y revertir los dispositivos de poder neoliberales que nos han conducido a la crisis actual. Pero también el pensamiento crítico, es decir, la filosofía como forma de cuestionarlo todo, es lo que nos sostiene nuestra apertura constitutiva y nos arroja al ejercicio de la imaginación y el conocimiento del mundo. Suprimir esta disposición es atrofiar una de las invenciones más maravillosas de eso que llamamos ‘humanidad’.
«Lo que más preocupación me produce es que se viene cultivando una cierta estigmatización del pensamiento crítico como sentido común de época. Al punto de que algunas ramas del feminismo identifican la crítica con el patriarcado»
En ese sentido, un mundo sin filosofía, en los dos sentidos que acabo de expresar, sería un mundo mucho menos interesante, un mundo empobrecido donde ni siquiera sería posible hablar de algo así como la experiencia. ¿Cuál sería nuestra relación con el lenguaje, con la naturaleza y, sin ir más lejos, con nosotros mismos de no haber filosofía? Creo, sinceramente, que no habría mundo, humanidad ni naturaleza. No habría nombres ni el misterioso juego de lo que se signa con ellos. Más aún, un mundo sin filosofía es una imposibilidad constitutiva que ni siquiera seríamos capaces de plantearnos, ya que el solo hecho de empezar a hacernos esa pregunta es comenzar a filosofar».
Alejandro Escudero
Doctor en Filosofía, profesor de Teoría del conocimiento en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
«No hace falta imaginar un evento catastrófico o apocalíptico que borrase de un plumazo a la filosofía del planeta globalizado. Bastaría que sucediera, de múltiples modos, algo más sutil, pero enteramente factible. Sería suficiente, para que tuviera lugar la extinción de la filosofía, que se cortase el circuito de retroalimentación entre la filosofía académica y la filosofía mundana. Convenientemente separadas se agotarían en sí mismas y, en último término, se convertirían en algo yermo y estéril, desapareciendo, o languideciendo, por ausencia de finalidad y carencia de sentido.
¿Qué le pasaría, en ese caso, al mundo mismo? ¿Perdería o ganaría algo? Sin pretender exagerar podría aventurarse que disminuirían las fuerzas que pueden adentrarse en el sitio —ubicuo y recóndito— donde el propio mundo se renueva, rectifica su rumbo, cambia de orientación, muta desde posibilidades inéditas. Las estructuras y los procesos mundanos no se detendrían, es obvio, pero se acentuaría su movimiento inercial, su homogeneidad, su unidimensionalidad, su monotonía. Las grietas que los atraviesan estarían aparentemente suturadas y los desajustes dejarían de interpelar y espolear nuestra existencia mundana y su capacidad inventiva de acoger acontecimientos que alteren en su raíz la urdimbre del mundo.
«Sería suficiente, para que tuviera lugar la extinción de la filosofía, que se cortase el circuito de retroalimentación entre la filosofía académica y la filosofía mundana»
De todos modos, cabe preguntar otra cosa: no sólo «cómo sería el mundo sin la filosofía», sino también «cómo sería la filosofía sin el mundo». En ambos casos nos enfrentaríamos, de un modo u otro, nos parece, a una pérdida catastrófica. Y puesto que algo así siempre acecha, nos toca comprometernos en el intento de evitarlo».
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María José Frápolli
Doctora en Filosofía, catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Granada (España).
«Esta es una pregunta difícil de contestar teniendo en cuenta que casi toda actividad teórica o conceptual, así como práctica, que realizamos los humanos puede encuadrarse, de una forma u otra, en el marco general de la filosofía. Tendemos a pensar que la filosofía ofrece iluminación acerca de lo que significa llevar una ‘buena vida’, una vida que merezca ser vivida, que es un camino para la liberación del ser humano, un entrenamiento en el pensamiento crítico que supone un apoyo para la democracia, y otras cosas por el estilo.
Todo esto es seguramente correcto, aunque en ningún caso privativo de la filosofía, excepto que, por definición, consideremos que cualquier reflexión sobre estos asuntos es hacer filosofía. Si esto fuera así, entonces la respuesta a la pregunta sería simple: no hay un mundo humano sin filosofía, aunque esto no sería ningún argumento a favor de los estudios de filosofía.
Hay otra vía por la que las filósofas tenemos un efecto en el mundo. Además de estas cuestiones de índole práctica, también hacemos avanzar el conocimiento teórico, trabajando mano a mano con la ciencia y la tecnología. La filosofía académica debe ser, ante todo, reflexión y conocimiento informados. Por tanto, la primera obligación de una filósofa es saber de qué habla y la primera regla metodológica es la claridad conceptual: los trabalenguas, los rompecabezas, las aporías y los problemas eternos son, seguramente, indicios de que aún queda trabajo por hacer en cuanto a la formulación de las preguntas y la delimitación del rango de las respuestas.
«La filosofía académica debe ser, ante todo, reflexión y conocimiento informados»
Es crucial para nuestro trabajo que seamos conscientes de cuáles son los peligros profesionales que nos acechan, esto es, aquellas actitudes y actuaciones que debemos evitar a toda costa. A mi modo de ver son dos: la charlatanería y la irrelevancia. La filosofía es una actividad noble e imprescindible, que aporta valor añadido a los debates teóricos y prácticos. Pero no siempre las personas que la practicamos estamos a la altura de la tarea. Si, de manera sistemática, tenemos que estar defendiendo el papel de la filosofía, preguntémonos por qué. Quizá no siempre es culpa de los otros».
Miquel Seguró
Doctor en Filosofía, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya.
«Plantearse la posibilidad de un mundo sin filosofía me parece que es una contradicción conceptual, porque la palabra ‘mundo’ refleja, como acuñara hace más de un siglo Karl Jaspers, una determinada ‘visión del mundo’. Es decir, el ‘mundo’ no está totalmente ahí dado, sino que también es el resultado de muchos elementos que se conjugan para arrojar una determinada concepción de las cosas. Esto que parece muy abstracto y cosa de la filosofía no lo es. Por ejemplo, toda idea del mundo implica una concepción del tiempo (si avanza o no) o del espacio (si es cuantificable, o si está dado ahí, fuera), además de una serie de comportamientos y costumbres que modulan esa experiencia del mundo.
Otra cosa es qué le pedimos a la filosofía en estas experiencias del mundo, y en este punto el abanico es muy amplio. A mi modo de ver, la idea del mundo a la que vamos, lo que se viene llamando el mundo de la pospandemia, explicita que la incertidumbre, la vulnerabilidad y la apertura a lo que no controlamos están siempre ahí, lo queramos ver o no. Y siempre hay posibilidad para que lo inesperado acaezca.
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«El mundo de la pospandemia explicita que la incertidumbre, la vulnerabilidad y la apertura a lo que no controlamos están siempre ahí»
La filosofía, que es el ejercicio de tematizar nuestra condición existencial, puede ayudar a convivir con esta situación. Quizás haya quien no lo vea así, y resuelva que la filosofía no sirve para nada. Es posible. Aunque considero que eso ya es, de facto, hacer filosofía. Para poder discutirle a la filosofía su papel hay que desarrollar una concepción del mundo, y esto implica, precisamente, pensar nuestro ser y estar».
Laura Nuño de la Rosa
Doctora en Filosofía, investigadora en el Departamento de Lógica y Filosofía Teorética de la Universidad Complutense de Madrid, en España. Forma parte del podcast de divulgación Inaplicables.
«La filosofía de la ciencia es tan útil para los científicos como la ornitología para los pájaros».
«Pronunciada, al parecer, por el físico Steven Weinberg pero atribuida al todavía más célebre Richard Feynman, esta popular sentencia condensa con mordaz contundencia la inutilidad que suele atribuirse a la filosofía para y en contraposición a la ciencia, el dominio de conocimiento que, no en vano, se asocia con las utilidades más virtuosas del desarrollo tecnológico y sanitario. Interpretado en un sentido descriptivo, el enunciado se revela banalmente certero: en su práctica cotidiana, las ciencias no hacen uso de la filosofía como herramienta, como sí lo hacen de la estadística, los microscopios o los aceleradores de partículas. Sin embargo, si abandonamos el lenguaje de la utilidad para pensar en la necesidad de la filosofía, la sentencia adquiere otro significado:
«La filosofía de la ciencia es tan necesaria para los científicos como la ornitología para los pájaros».
La ciencia maneja necesariamente asunciones ontológicas sobre cómo es el mundo, presupuestos epistemológicos sobre cómo podemos conocerlo e intervenirlo y compromisos éticos sobre cómo debe adquirirse ese conocimiento y cuáles son las consecuencias de este ejercicio más allá de los confines de las pantallas y los laboratorios. Estas son cuestiones ontológicas, epistemológicas y éticas de las que la ciencia no puede ocuparse y de las que, sin embargo, se ocupa.
Cuando un genetista afirma que un gen causa un rasgo, está manejando implícitamente una noción de causalidad. Cuando un biólogo evolutivo modeliza su especie como una población de individuos reproductivamente interconectados y no como un universal lógico, está presuponiendo un concepto de clase natural. Cuando un primatólogo investiga el comportamiento de sus chimpancés, su intervención está regulada por normas éticas que probablemente difieran de las del entomólogo que estudia la vida social de una colonia de hormigas.
«Quizás el ejercicio crítico sea inútil o incluso contraproducente durante el vuelo, pero la filosofía de la ciencia asegura el lugar para el aterrizaje cuando se vuelve necesario reorientarlo»
La filosofía de la ciencia se ocupa precisamente de hacer estas asunciones explícitas para someterlas a examen crítico, una labor en la que, como advirtiera Kuhn, los propios científicos se encuentran irremediablemente envueltos en los períodos de crisis, cuando todas estas asunciones saltan por los aires, como sucediera con el evolucionismo, la mecánica cuántica o la ciencia del cambio climático. Y en esto nos distinguimos de los pájaros.
Desde la perspectiva de la psicología animal, los pájaros podrían considerarse en cierto sentido ornitólogos inconscientes, pues solo asumiendo algún tipo de teoría mental sobre sus congéneres podemos dar cuenta de su comportamiento. Pero los pájaros no revisan las asunciones profundas que les hacen ser pájaros. Quizás el ejercicio crítico sea inútil o incluso contraproducente durante el vuelo, pero la filosofía de la ciencia asegura el lugar para el aterrizaje cuando se vuelve necesario reorientarlo.
Como la ornitología, esta labor no puede hacerse al margen de su objeto de estudio, sino en estrecho contacto con las ciencias mismas. Y no sólo porque nuestro mundo sea un mundo roturado por las ciencias, sino porque estas incorporan nuevos mundos (microbios, agujeros negros…) a su paso que a su vez transforman radicalmente la ontología, la epistemología y la ética de la investigación científica. Por eso, quizás, la analogía se volvería más útil en sentido filosófico (es decir, más fértil para la reflexión crítica sobre el presente y la imaginación de otros futuros) si, transformando la sentencia en interrogante, nos preguntásemos:
«¿Cómo sería el mundo si los pájaros supieran de ornitología?»
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