«Somos conscientes de su potencia sísmica […] No somos ingenuos. Pensar contra Nietzsche es pensar con Nietzsche. Esa intuición siempre gravitará sobre nuestras polémicas nietzscheanas, y la podemos encontrar en Martin Heidegger. Apuntaba este, en efecto, que cualquier pensador contemporáneo estaba obligado a ejercer su pensar bajo el influjo de Nietzsche, ya fuese ‘con él’ o ‘contra él’ […] ¿Fue Nietzsche un pensador peligroso, el más peligroso de todos? Seguramente sí, pues muchos abismos se abrieron a través de él. Ahora bien, ¿peligroso para quién?».
Jorge Polo Blanco en Anti-Nietzsche
Estamos en Turín, Italia. Año 1889. En la piazza Carlo Alberto hace frío. Nada fuera de lo normal de momento: es 3 de enero. De pronto, un alboroto: un cochero azota con el látigo sin piedad al caballo de su carruaje. El animal está en el suelo dolorido, agotado, vencido. Entre la gente que camina por la plaza a esa hora un hombre sale de repente corriendo hacia el caballo y se abraza con fuerza a su cuello, protegiéndolo, consolándolo por el maltrato que está sufriendo, y gritando a aquel conductor exigiéndole que deje de golpearlo. Ese hombre es Nietzsche y a los ojos de los viandantes allí congregados acaba de dar muestras del estado de su salud mental. A partir de este instante, el filósofo alemán cae en el delirio y comienza su cuesta abajo definitiva.
Enfermo y obsesionado por la enfermedad
Poca sorpresa quizá para quien lo conozca. El hombre solitario y enfermo está en el principio de su fin. «Su trayectoria existencial jamás presentó tintes emocionalmente saludables» escribe sobre él el filósofo español Jorge Polo Blanco en su libro Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político, recientemente publicado por la nueva editorial Taugenit. Desde joven, Nietzsche vive enfermo y obsesionado por la enfermedad. Sus primeras jaquecas, que ya no lo abandonarán durante el resto de su vida, le aparecen a los nueve años. Siendo aún preadolescente empieza a notar problemas en la vista: miopía y dolor en los músculos que rodean a los ojos. Más tarde, pero siendo todavía excesivamente joven, llegan las molestias reumáticas, las náuseas y los vómitos frecuentes, el insomnio… «Errabundo y nómada en los últimos años de su vida consciente, llevó siempre un modus vivendi de lo más frugal —señala Jorge Polo—. Atormentado por constantes e inclementes dolores de cabeza, se halló siempre bajo la ominosa perspectiva de hundirse en la ceguera total. Los médicos, en varias ocasiones, le prohibieron leer y escribir. Por ello, algunas de sus obras fueron dictadas a sus más fieles amigos. No pueden descubrirse en su carácter demasiados elementos de jovialidad, con la excepción de algunos episodios de euforia desatada. La náusea habitó, de forma casi permanente, su espíritu y su pluma».
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