El pensamiento de Friedrich Nietzsche es dinamita. Él mismo lo dice en su libro Ecce homo. Llega, piensa, escribe y hace saltar por los aires todo lo que hasta ese momento hay y se cree: la confianza en la razón y la verdad, en los valores, en la fe, en el propio ser humano. Y retrata un mundo sin convicciones. «Un nihilista es alguien que prefiere creer en la nada a no creer en nada», dice el filólogo-filósofo para quien la muerte de Dios, que él mismo anuncia, nos deja huérfanos de referentes e instalados en un enorme vacío. Repasamos la vida, la obra y las ideas de este pensador que murió hace 120 años sin ser consciente —¿o siéndolo?— de la enorme influencia que tendría en Occidente en los siglos XX y XXI.
«Somos conscientes de su potencia sísmica (…) No somos ingenuos. Pensar contra Nietzsche es pensar con Nietzsche. Esa intuición siempre gravitará sobre nuestras polémicas nietzscheanas, y la podemos encontrar en Martin Heidegger. Apuntaba este, en efecto, que cualquier pensador contemporáneo estaba obligado a ejercer su pensar bajo el influjo de Nietzsche, ya fuese ‘con él’ o ‘contra él’ (…) ¿Fue Nietzsche un pensador peligroso, el más peligroso de todos? Seguramente sí, pues muchos abismos se abrieron a través de él. Ahora bien, ¿peligroso para quién?».
Jorge Polo Blanco en Anti-Nietzsche
Estamos en Turín, Italia. Año 1889. En la piazza Carlo Alberto hace frío. Nada fuera de lo normal de momento: es 3 de enero. De pronto, un alboroto: un cochero azota con el látigo sin piedad al caballo de su carruaje. El animal está en el suelo dolorido, agotado, vencido. Entre la gente que camina por la plaza a esa hora un hombre sale de repente corriendo hacia el caballo y se abraza con fuerza a su cuello, protegiéndolo, consolándolo por el maltrato que está sufriendo, y gritando a aquel conductor exigiéndole que deje de golpearlo. Ese hombre es Nietzsche y a los ojos de los viandantes allí congregados acaba de dar muestras del estado de su salud mental. A partir de este instante, el filósofo alemán cae en el delirio y comienza su cuesta abajo definitiva.
Enfermo y obsesionado por la enfermedad
Poca sorpresa quizá para quien lo conozca. El hombre solitario y enfermo está en el principio de su fin. «Su trayectoria existencial jamás presentó tintes emocionalmente saludables» escribe sobre él el filósofo español Jorge Polo Blanco en su libro Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político, recientemente publicado por la nueva editorial Taugenit. Desde joven, Nietzsche vive enfermo y obsesionado por la enfermedad. Sus primeras jaquecas, que ya no lo abandonarán durante el resto de su vida, le aparecen a los nueve años. Siendo aún preadolescente empieza a notar problemas en la vista: miopía y dolor en los músculos que rodean a los ojos. Más tarde, pero siendo todavía excesivamente joven, llegan las molestias reumáticas, las náuseas y los vómitos frecuentes, el insomnio… «Errabundo y nómada en los últimos años de su vida consciente, llevó siempre un modus vivendi de lo más frugal —señala Jorge Polo—. Atormentado por constantes e inclementes dolores de cabeza, se halló siempre bajo la ominosa perspectiva de hundirse en la ceguera total. Los médicos, en varias ocasiones, le prohibieron leer y escribir. Por ello, algunas de sus obras fueron dictadas a sus más fieles amigos. No pueden descubrirse en su carácter demasiados elementos de jovialidad, con la excepción de algunos episodios de euforia desatada. La náusea habitó, de forma casi permanente, su espíritu y su pluma».
El filósofo que no estudió oficialmente filosofía —fue autodidacta—, sino filología y teología, y que ha dado más citas, aforismos, máximas, frases rotundas a la historia de la filosofía —«aforista libérrimo, este pensador libre hasta el desbarre nos ha dejado algunas de las frases más contundentes de la historia del pensamiento» dice de él David Cerdá en su artículo Por qué hay que leer a Nietzsche, publicado en filosofía&co.—; el pensador que hace «filosofía a martillazos» para romper la coraza de nuestros prejuicios y nuestras creencias; el polemista que se autorretrata diciendo «yo no soy un hombre, yo soy dinamita»; el irreverente que declara al mundo entero la muerte de Dios y el nacimiento del superhombre; uno de los nombres —y de las imágenes— más populares de la filosofía, de los más polémicos y provocadores, de los que más pasiones despierta hoy, de los que más amores o más rechazo levanta al paso de sus ideas y sus libros; el hombre eternamente enfermo, el loco más adorado del pensamiento hace plenamente patente su locura, dicen, en ese instante en el que se abraza al cuello de aquel animal.
«Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo gigantesco, de una crisis como jamás la había habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita. Y a pesar de todo esto, nada hay en mí de fundador de una religión; las religiones son asuntos de la plebe, yo siento necesidad de lavarme las manos después de haber estado en contacto con personas religiosas… No quiero creyentes, pienso que soy demasiado maligno para creer en mí mismo, no hablo jamás a las masas… Tengo un miedo espantoso de que algún día se me declare santo: se adivinará la razón por la que yo publico este libro antes, tiende a evitar que se cometan abusos conmigo. No quiero ser un santo, prefiero antes ser un bufón… Quizá sea yo un bufón… Y a pesar de ello, o mejor, no a pesar de ello, puesto que nada ha habido más embustero que los santos, la verdad habla en mí. Pero mi verdad es terrible: pues hasta ahora a la mentira se le ha venido llamando verdad».
Ecce homo
Entre la gente que camina por la plaza, un hombre sale de repente corriendo hacia el caballo y se abraza con fuerza a su cuello, consolándolo por el maltrato que está sufriendo. Ese hombre es Nietzsche, quien desde joven vive enfermo y obsesionado por la enfermedad
Nietzsche bajo los focos
«Nuestra época es testigo de un renovado interés por el pensamiento de Nietzsche», escribe Friedrich Georg Jünger en Nietzsche, publicado por Herder. «Todo el mundo critica hoy en día al filósofo (…) Los ataques han avivado mi curiosidad. Me dispuse a someter a examen el influjo que sus ideas produjeron en mí cuando lo leí hace muchos años. Desde aquella época no volví a leerlo; una especie de desconfianza, difícil de determinar, me mantuvo alejado de sus páginas hasta ahora. Una desconfianza que no se sabe por qué se tiene y que no puede entenderse no sirve para nada. Hay que enfrentarse a ella, hay que sacarlo todo a la luz y ponerlo en claro. La pregunta es qué es lo que este pensamiento significa actualmente, si todavía sigue teniendo sentido y, si lo tiene, por qué. ¿Por qué se ataca de forma tan virulenta el pensamiento de Nietzsche? ¿No será porque produce un efecto perturbador en todos aquellos que actualmente se esfuerzan por trazar las líneas de un desarrollo que ese pensamiento critica tan duramente?».
Saquemos, pues, a Nietzsche a la luz. Analicémoslo. Recorramos su vida, su obra y su pensamiento, revisemos sus ideas, expliquémoslas, repasemos esas sentencias que han hecho de él un enfant terrible de la filosofía —como lo presenta Toni Llácer en su libro Friedrich Nietzsche. Pensar desde el abismo, publicado por Shackleton books—. Retornemos a sus libros y a su filosofía, a sus «martillazos» y su ruptura con todo lo establecido. Conozcámoslo mejor para intentar entenderlo y después juzguemos cada uno si compartimos o no sus propuestas y reflexiones. Sus disparos de dinamita.
Nietzsche es un peligro, dice Jorge Polo en Anti-Nietzsche, para preguntarse a continuación para quién exactamente es un peligro. Desde las páginas de La filosofía de Nietzsche, editado por Herder, el filósofo alemán Eugen Fink parece responderle que lo es para todo aquel que se avenga a leerlo. El peligro de Nietzsche, dice, no radica solo en su carácter demagógico, en la musicalidad de su lenguaje persuasivo. Su verdadero peligro, asegura Fink, está en «una inquietante mezcla de filosofía y sofística, de pensamiento original e infinita desconfianza del pensamiento hacia sí mismo. Nietzsche es el filósofo que cuestiona toda la historia de la filosofía occidental, que ve en la filosofía un ‘movimiento hondamente negativo’».
Valga esta carta de presentación de Fink para entender que, como señala Polo en Anti-Nietzsche, a Nietzsche no cabe ignorarlo; un «gigante del pensamiento no puede ser saltado, ni esquivado (…) Su influencia pervive en múltiples dimensiones de la vida espiritual occidental, desbordando los límites de la filosofía académica». Otro filósofo español, Fernando Savater, ha dicho sobre él: «Me parece evidente que uno no puede alimentarse solo de Nietzsche, pero el pensamiento contemporáneo que lo ignora o lo rechaza padece irremediablemente anemia (…) Nietzsche ha sido y es uno de los ingredientes básicos de mi cóctel intelectual. Como todos los grandes pensadores, nunca pasa de moda, siempre resulta intempestivo».
«¿Por qué se ataca de forma tan virulenta el pensamiento de Nietzsche? ¿No será porque produce un efecto perturbador en todos aquellos que actualmente se esfuerzan por trazar las líneas de un desarrollo que ese pensamiento critica tan duramente?». Jünger en Nietzsche
Nietzsche en una clínica psiquiátrica
Volvamos al 3 de enero de 1889 en Turín. Uno de los testigos de aquel incidente, que pasa en ese mismo momento por la plaza de Carlo Alberto, es su casero, el propietario de la pensión en la que Nietzsche vive, que reconoce a su huésped y lo lleva de vuelta a casa. Días después de este suceso, el filósofo escribe a algunos de sus amigos y en esas cartas muestra ya con claridad signos de delirios de grandeza y una demencia que va a más. Es el historiador y teólogo Franz Overbeck quien se ocupa de él. Al fin y al cabo, es su gran amigo, si no el único.
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