Curioso que el filósofo Descartes, el padre del racionalismo, encontrara su vocación en una noche de revelaciones en extraños sueños encadenados. Todo ocurrió la noche del 10 al 11 de noviembre de 1619. Para regocijo de freudianos y surrealistas, uno de ellos incluye hasta un melón.
No fue una juerga memorable, no va por ahí la cosa, pero sí fue importante para la trayectoria de René Descartes y el devenir de la filosofía. Si conocemos los extraños hechos que acontecieron esa noche del 10 al 11 de noviembre de 1619 fue porque él mismo se encargó de relatarlos en las primeras páginas, de marcado contenido autobiográfico, de su Discurso del método. «Hallábame por entonces en Alemania, adonde me llamara la ocasión de unas guerras que aún no han terminado y volviendo de la coronación del emperador (Fernando II) hacia el ejército cogiome el comienzo del invierno en un lugar donde, no encontrando conversación alguna que me divirtiera y no teniendo tampoco, por fortuna cuidados ni pasiones que perturbaran mi ánimo, permanecía el día entero solo y encerrado junto a una estufa, con toda la tranquilidad necesaria para entregarme a mis pensamientos».
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