- Las artes y las ciencias como parte de la dominación
- Origen y fundamentos de la desigualdad
- Sobre la ficción crítica del estado natural
- El contrato social
- La voluntad general
- «Emilio»: la educación negativa y la religión del corazón
- Recepción y críticas
- Actualidad de Rousseau: irreversibilidad cultural y aceleracionismo
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) es un filósofo que ocupa una posición, digamos, paradójica dentro de la Ilustración y la modernidad filosófica. Por un lado, representa su culminación crítica, la radicalización de sus postulados; pero, por otro, y por eso mismo, su negación interna. Mientras que Voltaire, Denis Diderot o Jean Le Rond d’Alembert proyectan con sus textos un optimismo civilizatorio basado en el progreso lineal de la razón y de la civilización, Rousseau mira la historia desde otro lado: el desarrollo de las artes y las ciencias, lejos de liberarnos como seres humanos, lo que ha provocado es el refinamiento de nuestras cadenas.
De esta manera, la crítica que hace Rousseau a la cultura no es la crítica de un antiintelectualista vulgar, sino que realiza toda una genealogía de cómo el poder se vuelve cada vez más y más sofisticado hasta enredarse con la cultura (anticipando la dialéctica de la ilustración de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer).
Su pensamiento filosófico es sumamente original y singular en su época: frente al materialismo mecanicista de otros autores como Julien Offray de La Mettrie o Paul-Henri Thiry d’Holbach, Rousseau cree firmemente en la libertad del ser humano; frente al deísmo de Voltaire, en Rousseau tenemos una relación natural, situada casi en el corazón del ser humano, y, por último, frente al cosmopolitismo ilustrado del resto de ilustrados (que se veían ciudadanos del mundo), Rousseau reivindica la particularidad de las distintas comunidades políticas. Veamos, punto por punto, estas singularidades de su pensamiento.
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