Al reflexionar sobre esta cuestión, enseguida se viene a la cabeza esa expresión popular, o al menos yo desconozco la autoría, que dice: “El día que dejé de buscar el éxito (o la felicidad, o la libertad, o el concepto que se quiera) empecé a ser exitoso». Hagamos como Nietzsche, que sostenía que para reconocer el valor simbólico, el poder que en realidad tienen las palabras, había que recurrir a la etimología, a su origen. Éxito viene del latín, de exitus. Significa salida, fin, término. Como exit en inglés. Se trata del resultado, lo que hay al final de una acción, de un proyecto, de una vida. Tiene una connotación positiva: para que el resultado sea un éxito tiene que ser bueno, porque si no lo es, existe otra palabra, el fracaso.
En algunos casos lo relacionamos con el esfuerzo, pero para ello existe otra palabra más precisa que es el mérito. Mérito y éxito no son sinónimos y los diferencia el esfuerzo, ya que este no es condición imprescindible para alcanzar el éxito: no todas las personas exitosas tienen mérito ni al revés.
La medida del éxito
Ya sabemos algunas cosas sobre el éxito, pero ¿cuál es su significado, su contenido? Él éxito básicamente consiste en sentirse bien, lo relacionamos con el bienestar, con la felicidad al fin. Ese sí es el mayor éxito. Es una medida personal, pero el éxito tiene un fuerte componente cultural también. La cultura, la sociedad, el contexto en el que andamos inmersos definen lo que es exitoso y lo que no según ciertos parámetros. Y cada cultura tiene unos parámetros que le son propios, que cambian. Lo veíamos en algún texto anterior de este blog, a la hora de hablar de Byung-Chul Han, y hacíamos hincapié en los diversos valores que se han privilegiado en las distintas épocas:
- En la Antigüedad era el ser. Por ejemplo, para los griegos, ser feliz era vivir en una comunidad con lazos de amistad y respeto hacia el otro como garantía de la felicidad individual.
- Con la entrada del capitalismo se privilegiaba el tener.
- En la actualidad, el valor se apoya en el parecer. Hoy, cultural y socialmente hablando, el éxito es parecer.
Cada cultura, la sociedad en la que andamos inmersos, definen lo que es exitoso y lo que no según ciertos parámetros que le son propios y que cambian
Éxito a ritmo de «like»
Existe una especie de contradicción: por un lado, vivimos inmersos en una cultura que crea y fomenta ciertos valores, normas o creencias; pero, por otro lado, un pensamiento atento, filosófico, nos pone en guardia, en actitud de sospecha respecto (si no en contra) de esos mismos valores.
Hoy entre los adolescentes y los jóvenes, pero también entre los adultos, se transmite un modelo de éxito dictado por el número de likes en redes. Instagram quizá sea la que mejor lo representa. No hablamos ya de creación de opinión pública y casi tampoco de tendencia –porque ambas cosas incorporan en mayor medida cierto grado de tiempo–, sino de imagen rápida, efímera, que se desvanece en las stories o se sustituye por otra a la hora siguiente, al día siguiente. De ahí su auge; es la red que más rápidamente crece en la actualidad, la que más vale.
Ahora que ¿quién es más feliz, siguiendo con el paralelismo éxito/felicidad? ¿Uno de estos influencers con miles de seguidores conectado casi las 24 horas del día y pendiente de los likes? ¿Un CEO millonario que viaja sin cesar y está al frente de una empresa muy productiva¿ ¿O un quiosquero que ve la vida pasar y cuya existencia es supuestamente más tranquila? Culturalmente sí hay una respuesta. Pero estrictamente solo la persona puede saberlo. Según qué criterios de éxito se escoja, será más exitoso uno u otro, pero, en definitiva, si cuando hablamos de éxito aludimos a la felicidad, hay que decir que esta es un estado de bienestar subjetivo. Es cierto que hay condiciones o situaciones que son desgraciadas objetivamente hablando, que restan indefectiblemente a la hora de medir la felicidad, y otras que suman y ayudan, pero en definitiva cada persona es juez de su propio bienestar.
Si cuando hablamos de éxito hablamos, en realidad, de felicidad, hay que decir que esta es un estado de bienestar subjetivo
La incomodidad de llegar a lo más alto
Y luego ¿qué? Es la pregunta de quien ha conseguido sus objetivos. Gabriel García Márquez tiene una frase que viene muy al caso y dice: “El éxito no se lo deseo a nadie”. Y es que, examinado desde un punto de vista filosófico puro y duro, lo que sucede después del éxito es el fin, la nada, es la muerte. Volvemos así a la etimología del principio y también a la otra expresión: “Cuando dejé de buscar el éxito, comencé a ser exitoso”. El Éxito, así, con mayúscula, no existe. Existen las metas, los logros y existe la cima de la montaña, pero cuando llegue, si llego, ¿después qué? La vida sigue en el valle y he de seguir transitando por sus caminos. El éxito no me va a acompañar siempre, no es un sombrero que me pongo y ya no me lo saco nunca más. Hay que bajar de la montaña con discreción, con la mayor dignidad posible. Y seguir.
Manejar las metas
En ese eterno ponerse y proponerse objetivos y manejarlos que es la vida, Schopenhauer (1788-1860) tuvo algo que añadir: su concepto de voluntad. Él entendía la voluntad como motor de vida, la fuente inagotable de deseo. Un deseo siempre insatisfecho, porque nunca llegamos a conquistar ese Éxito, esa Felicidad o esa Libertad así, con mayúsculas. Vamos, quizá, completando proyectos, propuestas, pero siempre va a surgir algo nuevo, y está bien que así sea, porque detrás de esas consecuciones últimas, como hemos visto, aguarda la muerte. Vinculándolo con la cuestión del éxito, es preciso manejar bien los objetivos que busca el deseo al desear, la satisfacción de esa necesidad, de esa urgencia, para no caer en la frustración de no alcanzarla nunca o, al contrario, de desear ya lo siguiente apenas se ha conseguido lo anterior.
«El éxito no se lo deseo a nadie», decía García Márquez
La receta del éxito
En general, nos gusta lo difícil. Porque cuando se consigue, nos hace sentir más orgullosos. Lo fácil no suele alimentar el ego como lo hace lo otro. Y siempre hay que tener en cuenta que en la consecución de los objetivos hay que estar dispuestos a asumir una parte de dolor, infelicidad y pérdida. La vida es un combo fascinante de placer y dolor, felicidad e infelicidad; nada es 100% nada. Siempre hay una mezcla, una combinación. De lo que se trata entonces es de descubrir lo que a mí me hace sentir bien y feliz. Descubrir mi vocación, aquello para lo que puedo estar naturalmente dispuesto y encontrar los medios para poder desarrollarme en eso. Eso por un lado y, por otro, saber o ser consciente también de lo que mi contexto, la cultura, dice que yo debo hacer para ser feliz y para ser una persona exitosa. Esa es la cuestión. Y es mejor plantearla como combinación en vez de como disyuntiva porque no somos cápsulas aisladas, nos afecta la cultura y necesitamos el reconocimiento de los demás. En cierta manera, la sociedad nos valida. Pues bien, hoy el reconocimiento pasa por los likes o pasa por tener títulos o papers publicados y por lugares que, aunque personalmente pueda encontrar ridículos o arbitrarios, me afectan por el contexto.
La vida es un combo fascinante de placer y dolor, felicidad e infelicidad. nada es 100% nada, siempre hay mezcla, combinación
Una última frase, esta de una película: Into de wild (Hacia rutas salvajes): “La felicidad solo es real cuando es compartida”. El éxito lo es si puedo compartir con los demás un logro obtenido, un objetivo cumplido, pero para eso los demás deben reconocerlo como tal. Deben estar de acuerdo en que lo que yo he hecho es un logro, porque si para los otros no significa nada meritorio, entonces mi felicidad no será compartida. Y mi éxito no existirá.
* Texto a partir de la columna radiofónica que Magdalena Reyes tiene en el programa Quién te dice (Del Sol). Puedes escuchar el audio completo aquí.
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